Un puente a la esperanza y la sanación
Con la ayuda adecuada, las víctimas de abuso sexual pueden hallar la sanación que tanto ansían.
Imaginen que están ante el borde de un precipicio y quieren cruzar al otro lado de un cañón profundo, donde les han dicho que los espera una gran dicha. Mientras buscan la manera de hacerlo, encuentran un montón de elementos que, si se unen correctamente, formarán un puente para atravesar el cañón.
Si no saben cómo construir el puente, los elementos de nada servirán y sentirán frustración y desesperanza; pero si reciben ayuda de alguien con experiencia en construcción de puentes, podrán ampliar su conocimiento y entendimiento, y juntos podrán realizar la tarea.
Durante los últimos dieciocho años, mi labor ha sido proporcionar instrumentos y orientación para ayudar a algunas personas a cruzar el abismo del sufrimiento emocional o mental. De todas las personas que he tratado, no hay paciente alguno que parezca llegar tan herido como aquellos que han sido víctimas de abuso sexual. He visto el impacto que dicho problema tiene en la capacidad de la persona de sobrellevarlo bien hasta el fin.
No obstante, también he llegado a saber que el alivio perdurable de nuestras luchas y padecimientos es posible mediante nuestro Salvador. Su amor eleva a las personas por encima de las tinieblas hasta la luz.
¿Por qué causa tanto daño el abuso sexual?
Las víctimas de abuso me cuentan de vidas colmadas de depresión, inseguridad y otros hondos pesares emocionales. El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) nos ha ayudado a entender por qué el abuso sexual causa un daño tan grande:
“Existe la terrible y perversa práctica del abuso sexual. Excede la capacidad de comprensión. Es una afrenta a la decencia que debe existir en todo hombre y en toda mujer. Es la violación de lo que es sagrado y divino. Es destructivo en la vida de los niños. Es reprobable y digno de la más rigurosa condenación.
“¡Qué vergüenza para el hombre o la mujer que abuse sexualmente de un niño! Al hacerlo, el abusador no solo ocasiona el más grave de los perjuicios, sino que también se halla condenado ante el Señor”1.
El poder de la procreación es un poder sagrado y divino que nuestro Padre Celestial ha dado a Sus hijos. El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha enseñado: “El poder de la procreación es de importancia espiritual… Nuestro Padre Celestial y Su Hijo Amado son creadores y nos han confiado una porción de Su poder para crear”2. No es de sorprender, por lo tanto, que la violación de dicho sagrado poder sea “[digna] de la más rigurosa condenación” y que ocasione “el más grave de los perjuicios”.
Entender el daño
El abuso sexual es cualquier interacción no consentida que implica conductas con contacto o sin este en la que se usa a una persona para la satisfacción sexual de otra persona. Con demasiada frecuencia, las víctimas de abuso sexual se quedan confundidas, así como con sentimientos de indignidad y vergüenza que pueden llegar a ser una carga casi demasiado pesada para soportarla. El pesar y el sufrimiento que experimentan a menudo se intensifica por los comentarios de otras personas, los cuales se originan al no entender el abuso sexual y sus efectos. A algunas víctimas se las acusa de mentir o se les dice que el abuso —de algún modo— fue culpa de ellas. A otras se las conduce equivocadamente a creer que deben arrepentirse, como si hubieran pecado por ser víctimas.
A muchos de los pacientes que he tratado que habían sufrido abuso sexual en la niñez o adolescencia se les había dicho que “lo olviden de una vez por todas”, que “lo dejen atrás” o que “sencillamente perdonen y olviden”. Ese tipo de frases —en especial cuando provienen de amigos cercanos, familiares o líderes de la Iglesia— puede llevar a la víctima a más silencio y vergüenza en lugar de sanación y paz. Como sucede con las heridas físicas o infecciones graves, esas heridas emocionales no desaparecen con tan solo ignorarlas. Más bien, la confusión que comienza con el abuso aumenta y, junto con los consiguientes sentimientos de dolor, la forma de pensar de la persona puede alterarse para dar paso con el tiempo a conductas perjudiciales. No es inusual que las víctimas no distingan que lo que les ha ocurrido ha sido un abuso; asimismo, podrían adquirir conductas perjudiciales y emociones dolorosas.
Hannah (se ha cambiado el nombre) sufrió abuso sexual durante la infancia. Al igual que otras víctimas, creció sintiendo que era una persona muy mala y que no tenía valor individual. Pasó la mayor parte de la vida tratando de servir a los demás lo suficiente como para compensar sus sentimientos de no ser “lo suficientemente buena” para el Padre Celestial ni para que alguien la amara. En sus relaciones con otras personas, temía que si alguien llegaba a conocerla en verdad, pensaría que era tan mala como ella creía que era. Experimentó un profundo temor al rechazo que la condujo a sentir miedo de intentar cosas nuevas en la vida y de realizar tareas sencillas como llamar a alguien por teléfono. Fue bendecida con talento para el arte, pero lo abandonó ante el temor de no poder soportar las críticas.
Durante más de 50 años, sus sentimientos de desamparo, impotencia, temor, ira, confusión, vergüenza, soledad y aislamiento guiaron sus decisiones diarias.
Reemplazar el dolor por la paz
El Salvador padeció “dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases”. Lo hizo a fin de saber “según la carne… cómo socorrer a los de su pueblo” (Alma 7:11–12). Su padecimiento no fue solo por nuestros pecados, sino también para que sanásemos cuando los pecados de otra persona nos ocasionaran sufrimiento.
Si el Salvador estuviera aquí hoy, me imagino que lloraría con aquellos de quienes se ha abusado sexualmente y los bendeciría, así como lloró y bendijo a los nefitas (véase 3 Nefi 17). Si bien no está aquí físicamente, Su Espíritu puede estar con nosotros, y nos ha proporcionado la forma de sanar, sentir paz y perdonar.
Para muchos de los que han sufrido daño, la idea de que el dolor que cargan puede reemplazarse por paz es casi imposible de creer. Con frecuencia, las heridas de la persona abusada pasan desapercibidas para otras personas o no las ven durante años. El dolor queda oculto tras un rostro sonriente, tras la disposición de ayudar a los demás y tras llevar la vida como si nada estuviera mal; no obstante, el pesar se halla presente de modo constante.
Comparemos el proceso de sanación emocional con el de atender y tratar las lesiones físicas. Supongamos que cuando eran niños se quebraron una pierna. En vez de ir al médico y colocar el hueso en su lugar, cojearon hasta que el dolor intenso se fue, pero siempre hay un leve dolor con cada paso que dan. Años después, quieren que el dolor desaparezca, así que acuden al médico. El médico debe volver a colocar el hueso, eliminar cualquier calcificación adicional que se haya producido, colocar un yeso [férula], y enviarlos a rehabilitación para fortalecer la pierna.
El proceso de sanación del abuso es similar en el hecho de que la víctima debe reconocer primeramente que el dolor es real y que puede hacerse algo al respecto. El proceso implica admitir lo que sucedió, y permitir que los sentimientos de sentirse heridos, temerosos y tristes se reconozcan y se den por válidos. A menudo es de provecho tratar con un profesional experimentado en este proceso de sanación. (Consulte a su líder del sacerdocio para saber si los Servicios para la Familia SUD están disponibles en su zona).
Ya sea que la víctima tenga acceso a ayuda profesional o no, lo mejor es orar, estudiar la vida del Salvador y Su expiación, y conversar con un líder del sacerdocio con regularidad. Él puede ayudar a aligerar la carga y recibir inspiración para ayudar a la víctima a entender su valía divina y su relación con el Padre Celestial y el Salvador. Tal como enseñó recientemente la hermana Carole M. Stephens, Primera Consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro: “La sanación puede ser un proceso largo. Requerirá que, con espíritu de oración, busquen guía y la ayuda adecuada, incluyendo consultar con los poseedores del sacerdocio debidamente ordenados. A medida que aprendan a comunicarse abiertamente, fijen límites adecuados y quizás busquen terapia profesional. ¡Es de vital importancia que mantengan la salud espiritual en todo el proceso!”3.
En el caso de Hannah, su vida se había tornado tan incómoda que procuró ayuda. Gracias a su testimonio, sabía que podía sentir paz y satisfacción en la vida, pero no las sentía de modo constante. Mediante la oración y al hablar con el obispo, se la guió a acudir a terapia profesional, donde pudo adquirir los instrumentos que necesitaba para sacar a la luz la verdad y compartir la terrible carga que había llevado sola. Al hacerlo, pudo liberar el dolor y hallar la paz que prometió el Salvador (véase Juan 14:27). Junto con la paz y el consuelo llegaron el deseo y la capacidad de perdonar.
La necesidad de perdonar
A las víctimas de abuso a menudo les resulta difícil oír en cuanto a la idea de perdonar y con frecuencia esta se malinterpreta. Si ven el perdón como permitir que el abusador quede libre de consecuencias o como decir que lo que hizo ya no importa, la víctima no se sentirá respaldada. Aunque se nos manda perdonar (véase D. y C. 64:10), en las situaciones en que el daño es grave, por lo general la sanación debe comenzar antes de que la víctima pueda perdonar por completo al abusador.
Quienes padecen el dolor que causa el abuso pueden hallar consuelo en este consejo del Libro de Mormón: “Yo, Jacob, quisiera dirigirme a vosotros, los que sois puros de corazón. Confiad en Dios con mentes firmes, y orad a él con suma fe, y él os consolará en vuestras aflicciones, y abogará por vuestra causa, y hará que la justicia descienda sobre los que buscan vuestra destrucción” (Jacob 3:1). La necesidad de justicia y el derecho a la restitución se pueden depositar en manos del Señor a fin de que Él pueda reemplazar nuestro dolor por paz.
Con el tiempo, Hannah descubrió que podía dejar en manos del Salvador la necesidad de justicia y que a cambio hallaría un sentimiento de paz en su vida como jamás había sentido. Anteriormente, había temido asistir a las reuniones familiares en las que el abusador estaría presente. Ahora, gracias a su disposición de afrontar las difíciles heridas emocionales en su camino a la sanación, ya no siente temor en su presencia e incluso puede tener compasión de él en su avanzada edad.
Quedar libre de las cargas innecesarias
El élder Richard G. Scott (1928–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha aseverado: “La recuperación completa vendrá por conducto de tu fe en Jesucristo y en Su poder y capacidad de que, por medio de Su expiación, se curarán las cicatrices de lo que es injusto o inmerecido…
“Él te ama. Él dio Su vida para que quedes libre de cargas innecesarias. Él te ayudará a lograrlo. Sé que Él tiene el poder para sanarte”4.
El adversario quiere mantener a las personas sujetas por medio del dolor y del sufrimiento porque él es miserable (véase 2 Nefi 2:27). Con la ayuda de nuestro Salvador Jesucristo, ciertamente el dolor puede reemplazarse por la paz, como la que solo el Salvador puede brindar, y podremos vivir con gozo. “Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25). Vivir con gozo permitirá que los momentos de prueba sean más llevaderos, y nos permitirá aprender, crecer y llegar a ser más semejantes a nuestro Padre Celestial.
Me siento humilde al considerar la bendición que he tenido en la vida de sentarme con quienes han sido perjudicados por el abuso y ver el milagro de la sanación que verdaderamente se recibe solo mediante el Salvador. Si se hallan sufriendo, por favor, busquen ayuda con espíritu de oración; no tienen que llevar esa pesada carga solos. Yo sé que Él sana, porque lo he visto en innumerables ocasiones.