La guerra continúa
La guerra que comenzó en el cielo continúa hoy en día. De hecho, la batalla se está intensificando a medida que los santos se preparan para el regreso del Salvador.
Cualquiera que esté al tanto de las noticias internacionales estará de acuerdo con que vivimos en un tiempo de “guerras y rumores de guerras” (D. y C. 45:26). Por suerte, todos los que estamos en la Tierra somos veteranos de guerra. Hemos luchado contra las huestes del mal en una guerra continua que comenzó en la esfera premortal antes de que naciéramos.
Debido a que aún no habíamos recibido cuerpos físicos, combatimos en la guerra en los cielos sin espadas, armas ni bombas. Sin embargo, el combate fue tan intenso como cualquier guerra moderna, y hubo miles de millones de bajas.
La guerra preterrenal se libró con palabras, ideas, debate y persuasión (véase Apocalipsis 12:7–9, 11). La estrategia de Satanás fue atemorizar a la gente. Él sabía que el miedo es la mejor manera de destruir la fe. Probablemente utilizó argumentos como estos: “Es demasiado difícil”. “Es imposible regresar limpios”. “El riesgo es mucho”. “¿Cómo sabes que puedes confiar en Jesucristo?”. Él sentía mucha envidia del Salvador.
Afortunadamente, el plan de Dios triunfó sobre las mentiras de Satanás. El plan de Dios implicaba el albedrío moral de la humanidad y un gran sacrificio. Jehová, a quien conocemos como Jesucristo, se ofreció para ser aquel sacrificio y sufrir por todos nuestros pecados. Él estaba dispuesto a dar Su vida por Sus hermanos y hermanas para que aquellos que se arrepintieran pudiesen regresar limpios y con el tiempo llegaran a ser como su Padre Celestial. (Véanse Moisés 4:1–4; Abraham 3:27).
La otra ventaja que ayudó a Jehová a ganarse el corazón de los hijos de Dios fueron los poderosos testimonios que compartieron Sus seguidores, dirigidos por Miguel, el arcángel (véanse Apocalipsis 12:7, 11; D. y C. 107:54). En la vida preterrenal, Adán se llamaba Miguel, y Satanás se llamaba Lucifer, que significa “portador de luz”1. Tal parecería un nombre extraño para el príncipe de las tinieblas (véase Moisés 7:26), pero las Escrituras enseñan que, antes de caer, Satanás era “un ángel de Dios que tenía autoridad delante de Dios” (véase D. y C. 76:25–28).
¿Cómo es posible que un espíritu que tenía tanto conocimiento y experiencia cayera tan bajo? Fue por causa de su orgullo. Lucifer se rebeló contra nuestro Padre Celestial porque quería el reino de Dios para sí mismo.
En su clásico discurso “Cuidaos del orgullo”, el presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) enseñó que “Lucifer quería recibir honra por encima de todos los demás” y que “su orgulloso deseo era destronar a Dios”2. Ustedes también han escuchado que Satanás quería destruir el albedrío del hombre, pero esa no es la única razón por la que fue rechazado. Se lo expulsó del cielo por rebelarse contra el Padre y el Hijo (véanse D. y C. 76:25; Moisés 4:3).
¿Por qué ustedes y yo peleamos contra el diablo? Luchamos motivados por la lealtad. Amábamos y apoyábamos a nuestro Padre Celestial; deseábamos llegar a ser como Él. Lucifer tenía otro objetivo; quería reemplazar al Padre (véanse Isaías 14:12–14; 2 Nefi 24:12–14). Imaginen la forma en que la traición de Satanás hirió a nuestros Padres Celestiales. En las Escrituras leemos que “los cielos lloraron por él” (D. y C. 76:26).
Luego de una campaña intensa, Miguel y sus ejércitos prevalecieron. Dos tercios de las huestes celestiales decidieron seguir al Padre (véase D. y C. 29:36). Satanás y sus seguidores fueron expulsados del cielo, pero no se los envió inmediatamente a las tinieblas de afuera. Primero fueron enviados a esta Tierra (véase Apocalipsis 12:7–9), donde Jesucristo nacería y donde Su sacrificio expiatorio se llevaría a cabo.
¿Por qué se permitió a las huestes de Satanás venir a la Tierra? Vinieron a crear oposición para aquellos que están siendo probados aquí (véase 2 Nefi 2:11). ¿Serán finalmente echados a las tinieblas de afuera? Sí. Después del Milenio, Satanás y sus huestes serán desterrados para siempre.
Satanás sabe que sus días están contados. Durante la segunda venida de Jesús, Satanás y sus ángeles serán atados por 1.000 años (véanse Apocalipsis 20:1–3; 1 Nefi 22:26; D. y C. 101:28). A medida que se acerca esa fecha límite, las fuerzas del mal están luchando desesperadamente para capturar a cuantas almas puedan.
A Juan el Revelador se le mostró la guerra en los cielos como parte de una gran visión. Se le mostró cómo Satanás fue arrojado a la Tierra para tentar a la humanidad. Esta fue la reacción de Juan: “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar!, porque el diablo ha descendido a vosotros, teniendo gran ira, pues sabe que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12).
¿Cómo pasa Satanás sus días, sabiendo que no tiene tiempo que perder? El apóstol Pedro escribió que “el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).
¿Qué motiva a Satanás? Él nunca tendrá un cuerpo, nunca tendrá esposa ni una familia, y nunca tendrá una plenitud de gozo, por lo que desea que todos los hombres y mujeres “sean miserables como él” (2 Nefi 2:27).
El diablo ataca a todos los hombres, pero en especial a aquellos que tienen un mayor potencial de alcanzar la felicidad eterna. Claramente él envidia a cualquiera que esté en el camino que conduce a la exaltación. Las Escrituras enseñan que Satanás “les hace la guerra a los santos de Dios, y los rodea por todos lados” (D. y C. 76:29).
La guerra que comenzó en el cielo continúa hoy en día. De hecho, la batalla se está intensificando a medida que los santos se preparan para el regreso del Salvador.
El presidente Brigham Young (1801–1877) profetizó “que la Iglesia se propagaría, prosperaría, crecería y se extendería y que, en proporción a la expansión del Evangelio entre las naciones de la Tierra, también aumentaría el poder de Satanás”3.
Creo que todos nosotros coincidimos en que esta profecía se está cumpliendo al ver que el mal se infiltra en las sociedades del mundo. El presidente Young enseñó que debemos estudiar las tácticas del enemigo a fin de vencerlo. Comparto cuatro estrategias comprobadas de Satanás y algunas ideas de cómo resistirlas.
Las estrategias de Satanás
1. La tentación. El diablo es desvergonzado cuando se trata de ponernos ideas inicuas en la mente. El Libro de Mormón enseña que Satanás susurra pensamientos impuros y desagradables y siembra pensamientos de duda. Nos atosiga para que cedamos a deseos adictivos, al egoísmo y a la codicia. No quiere que reconozcamos de dónde provienen esas ideas, por lo que nos susurra: “Yo no soy el diablo, porque no lo hay” (2 Nefi 28:22).
¿Cómo podemos resistir esa tentación directa? Una de las herramientas más eficaces es simplemente mandar a Satanás que se retire. Eso es lo que Jesús haría.
Podemos aprender del relato del Nuevo Testamento acerca del Salvador en el monte de las tentaciones. Después de cada tentación que el diablo le ofrecía, Jesús utilizó una técnica defensiva de dos pasos: primero ordenó a Satanás que se marchase; después citó las Escrituras.
Permítanme darles un ejemplo: “Vete, Satanás”, mandó Jesús, “porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solamente servirás” (Mateo 4:10). El versículo siguiente dice: “El diablo entonces le dejó, y he aquí, los ángeles vinieron y le servían” (Mateo 4:11). ¡La defensa del Salvador fue muy eficaz!
La biografía del presidente Heber J. Grant (1856–1945) nos enseña cómo el presidente Grant resistía al diablo cuando era un jovencito. Cuando el presidente Grant reconocía que Satanás le susurraba tratando de sembrar dudas en su corazón, él simplemente decía en voz alta: “Sr. Diablo, cállese”4.
Ustedes tienen derecho a decirle a Satanás que se marche cuando afrontan tentaciones. Las Escrituras enseñan: “… resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
La otra parte de la defensa del Salvador consistió en citar una Escritura. Existe gran poder en memorizar Escrituras, como lo hizo Jesús. Los versículos de las Escrituras pueden convertirse en un arsenal de municiones espirituales.
Cuando sean tentados, pueden recitar mandamientos como “Acuérdate del día del reposo para santificarlo”, “Amad a vuestros enemigos” o “deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente” (Éxodo 20:8; Lucas 6:27; D. y C. 121:45). El poder de las Escrituras no solo intimida a Satanás, sino que también invita al Espíritu en el corazón, nos tranquiliza y nos fortalece contra la tentación.
2. Las mentiras y el engaño. Las Escrituras revelan que Satanás es “el padre de las mentiras” (2 Nefi 9:9). No le crean cuando les susurre mensajes como “Nunca haces nada bien”, “Eres demasiado pecador como para ser perdonado”, “Nunca cambiarás”, “No le importas a nadie” y “No tienes talentos”.
Otra de las mentiras que utiliza a menudo es la siguiente: “Tienes que probar todo al menos una vez, solo para tener la experiencia. Una sola vez no te hará daño”. El pequeño y sucio secreto que él no quiere que ustedes sepan es que el pecado es adictivo.
Otra mentira eficaz que Satanás intentará hacerles creer es esta: “Todos lo están haciendo; está bien”. ¡No está bien! Así que díganle al diablo que ustedes no quieren ir al reino telestial, aunque todos vayan allí.
Aunque Satanás les mienta, ustedes pueden contar con que el Espíritu les dirá la verdad. Es por eso que el don del Espíritu Santo es tan esencial.
El diablo ha sido llamado “el gran impostor”5. Él intenta falsificar cada principio verdadero que el Señor presenta.
Recuerden que las falsificaciones no son lo mismo que lo opuesto. Lo opuesto de blanco es negro, pero una falsificación del color blanco sería un color blancuzco o gris. Las falsificaciones se asemejan a las cosas auténticas a fin de engañar a quienes están desprevenidos; son una versión truncada de algo bueno, y al igual que el dinero falsificado, no valen nada. Permítanme ilustrarlo:
Una de las falsificaciones de Satanás de la fe es la superstición. Su falsificación del amor es la lujuria. Él falsifica el sacerdocio por medio de las supercherías sacerdotales, e imita los milagros de Dios mediante la hechicería.
El matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios, pero el matrimonio entre personas del mismo sexo es solo una falsificación; no conduce ni a la posteridad ni a la exaltación. Aunque sus imitaciones engañan a muchas personas, no son reales; no pueden brindar felicidad perdurable.
Dios nos advirtió en cuanto a las falsificaciones en Doctrina y Convenios. Él dijo: “… lo que no edifica no es de Dios, y es tinieblas” (D. y C. 50:23).
3. La contención. Satanás es el padre de la contención. El Salvador enseña: “… él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros” (3 Nefi 11:29).
El diablo ha aprendido durante siglos de experiencia que donde hay contención, el Espíritu del Señor se aleja. Desde que convenció a Caín para que matara a Abel, Satanás ha influido en las disputas entre hermanos. También siembra problemas en los matrimonios, entre los miembros del barrio y entre compañeros misionales. Le encanta ver discutir a la gente buena. Él trata de iniciar discusiones en las familias justo antes de que vayan a la Iglesia el domingo, justo antes de la noche de hogar el lunes por la tarde y cada vez que una pareja tiene planes de asistir a una sesión del templo. El momento en que se interpone es predecible.
Cuando haya contención en sus hogares o en su lugar de trabajo, dejen de hacer inmediatamente lo que sea que estén haciendo y procuren establecer la paz. No importa quién empezó.
La contención a menudo comienza con la crítica. José Smith enseñó que “el diablo nos lisonjea haciéndonos creer que somos muy correctos, cuando en realidad nos fijamos en las faltas de los demás”6. Si lo pensamos, la superioridad moral es solo una falsificación de la verdadera rectitud.
A Satanás le encanta promover la contención en la Iglesia. Él se especializa en señalar las faltas de los líderes de la Iglesia. José Smith advirtió a los santos que el primer paso hacia la apostasía es perder la confianza en los líderes de la Iglesia7.
Casi toda la literatura antimormona se basa en mentiras sobre el carácter de José Smith. El enemigo trabaja arduamente para desacreditar a José porque el mensaje de la Restauración depende del relato del Profeta acerca de lo que pasó en la Arboleda Sagrada. El diablo está esforzándose hoy más que nunca para hacer que los miembros cuestionen su testimonio de la Restauración.
En los primeros días de nuestra dispensación, muchos hermanos del sacerdocio, muy a su pesar, no permanecieron fieles al Profeta. Uno de ellos fue Lyman E. Johnson, quien fue excomulgado por conducta indebida. Más tarde lamentó haber abandonado la Iglesia: “Permitiría que me cortaran la mano derecha si pudiera creerlo de nuevo. Entonces me sentía lleno de gozo y alegría. Mis sueños eran placenteros. Cuando me despertaba en la mañana mi espíritu era alegre. Era feliz de día y de noche, y me sentía lleno de paz, gozo y gratitud. Pero ahora todo es oscuridad, dolor, tristeza, miseria en extremo. Desde entonces nunca he tenido un momento feliz”8.
Piensen en esas palabras; son una advertencia para todos los miembros de la Iglesia.
Soy converso a la Iglesia. Fui bautizado cuando era un joven adulto soltero de 23 años de edad que estudiaba en la escuela de medicina en Arizona, EE. UU. Sé por experiencia propia cómo Satanás obra en los investigadores para confundirlos y desanimarlos cuando se hallan en busca de la verdad.
Durante toda mi juventud había observado el ejemplo de amigos Santos de los Últimos Días. Me impactaba la manera en que dirigían su vida. Tomé la decisión de aprender más acerca de la Iglesia, pero no quería decirle a nadie que estaba estudiando el mormonismo. Para evitar la presión de mis amigos, decidí que mi búsqueda sería una investigación privada.
Esto fue muchos años antes de internet, así que fui a la biblioteca pública. Encontré un ejemplar del Libro de Mormón y un libro llamado Una obra maravillosa y un prodigio, por el élder LeGrand Richards (1886–1983), del Cuórum de los Doce Apóstoles. Comencé a leer esos libros con un profundo deseo, y me parecieron inspiradores.
Aunque mi espíritu ansiaba aprender más, Satanás comenzó a susurrarme al oído. Me dijo que a fin de ser totalmente objetivo, también debía leer lo que habían escrito los que criticaban la Iglesia. Regresé a la biblioteca y empecé a buscar. Por supuesto, encontré un libro que desacreditaba al Profeta José.
Leer ese libro antimormón me confundió. Perdí el dulce espíritu y la influencia que habían guiado mi investigación; me frustré y estuve a punto de abandonar mi búsqueda de la verdad. ¡Oraba pidiendo una respuesta mientras leía literatura antimormona!
Para mi sorpresa, recibí una llamada de una amiga de la escuela secundaria que asistía a la Universidad Brigham Young. Me invitó a que la visitara en Utah, con la promesa de que me encantaría el paisaje del viaje. Ella no tenía idea de que yo estaba estudiando sobre su Iglesia en secreto.
Acepté su invitación. Mi amiga propuso que fuéramos a Salt Lake City para visitar la Manzana del Templo. Mi respuesta entusiasta la sorprendió; ella no tenía idea de cuánto me interesaba descubrir la verdad sobre José Smith y la Restauración.
Las misioneras de la Manzana del Templo me ayudaron mucho. Sin saberlo, contestaron muchas de mis preguntas. Sus testimonios me hicieron “[dudar] de [mis] dudas”9, y mi fe comenzó a crecer. No se puede subestimar el poder de un testimonio sincero.
Mi amiga también compartió su testimonio conmigo y me invitó a orar y preguntarle a Dios si la Iglesia era verdadera. En el largo viaje de regreso a Arizona, empecé a orar con fe, por primera vez, “con un corazón sincero, con verdadera intención” (Moroni 10:4). En un momento durante ese viaje, tuve la impresión de que mi automóvil entero se llenó de luz. Aprendí por mí mismo que la luz puede disipar las tinieblas.
Después de que había tomado la decisión de bautizarme, el diablo libró una última lucha. Obró sobre mi familia, quienes hicieron todo lo posible para desalentarme y se negaron a asistir a mi bautismo.
Me bauticé de todos modos, y sus corazones se ablandaron gradualmente. Comenzaron a ayudarme a investigar mi historia familiar. Unos años más tarde bauticé a mi hermano menor. La amiga que me invitó a visitarla en Utah es ahora mi esposa.
4. El desánimo. Cuando todo lo demás falla, Satanás utiliza esta herramienta eficazmente con los santos más fieles. En mi caso, cuando comienzo a sentirme desanimado, eso me ayuda a reconocer quién está tratando de desalentarme y me enoja lo suficiente como para darme ánimo, solo para fastidiar al diablo.
Hace varios años, el presidente Benson dio un discurso titulado “No desesperéis”. En ese profundo discurso, él advirtió: “Satanás aumenta sus esfuerzos para vencer a los santos con las armas de la desesperación, el desaliento, el decaimiento y la depresión”10. El presidente Benson instó a los miembros de la Iglesia a estar en guardia, y dio 12 sugerencias realistas para combatir el desaliento.
Sus sugerencias incluían prestar servicio a los demás; trabajar arduamente y evitar la ociosidad; poner en práctica buenos hábitos de salud, los cuales incluyen hacer ejercicio y comer alimentos en su estado natural; procurar una bendición del sacerdocio; escuchar música inspiradora; contar las bendiciones y fijar metas. Sobre todo, como enseñan las Escrituras, debemos orar siempre para que podamos vencer a Satanás (véase D. y C. 10:5)11.
Satanás tiembla cuando ve
de rodillas al más débil de los santos12.
Es importante saber que el poder del mal tiene límites. La Trinidad establece dichos límites, y Satanás no puede traspasarlos. Por ejemplo, las Escrituras nos aseguran que “no le es dado poder a Satanás para tentar a los niños pequeños” (D. y C. 29:47).
Otra limitación importante es que Satanás no conoce nuestros pensamientos a menos que se los digamos. El Señor explicó: “… no hay quien conozca tus pensamientos y las intenciones de tu corazón sino Dios” (D. y C. 6:16).
Tal vez por esa razón el Señor nos ha dado mandamientos como “No te quejes” (D. y C. 9:6) y “No hablarás mal de tu prójimo” (D. y C. 42:27). Si pueden aprender a refrenar la lengua (véase Santiago 1:26), no terminarán dándole demasiada información al diablo. Cuando él escucha murmuraciones, quejas y críticas, toma nota minuciosamente. Las palabras negativas que ustedes pronuncian exponen sus debilidades frente al enemigo.
Tengo buenas noticias para ustedes. Los ejércitos de Dios son más grandes que los ejércitos de Lucifer. Es probable que ustedes miren alrededor y piensen: “El mundo es cada vez más inicuo; Satanás debe estar ganando la guerra”. No se dejen engañar. La verdad es que superamos en número al enemigo. Recuerden que dos tercios de los hijos de Dios escogieron el plan del Padre.
Hermanos y hermanas, asegúrense de pelear del lado del Señor. Asegúrense de empuñar la espada del Espíritu.
Ruego que al final de su vida, ustedes puedan decir con el apóstol Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7).