Ayunar por un profeta
La autora vive en Hawái, EE. UU.
Silioti amaba al presidente Kimball y quería que se recuperara.
“Nuestras almas alimenta, nuestros corazones llena, y te rogamos que nuestro ayuno bendigas” (Hymns, No. 138).
Silioti caminó de la escuela a casa y pasó por árboles de papayas amarillas y mangos maduros y rosados. Al ver la fruta, recordó cuánta hambre tenía. También recordó que hoy era un día especial. Ese día, todas las personas de su estaca en Tonga estaban ayunando por el profeta, el presidente Spencer W. Kimball. El profeta estaba enfermo y necesitaba una operación. Esa noche, todas las personas de la estaca se iban a reunir para orar y terminar juntos su ayuno.
Cuando Silioti llegó a su casa, podía oler que algo se estaba cocinando en el ‘umu, un horno en la tierra. El estómago le hacía ruidos. Silioti estaba contenta porque ahora era lo suficientemente mayor para ayunar, pero ayunar en un día de escuela era mucho más difícil que ayunar los domingos.
Silioti intentó olvidar cuánta hambre tenía. Fue a buscar leña para el fuego y a limpiar las hojas que habían caído de los altos árboles de pan y que se extendían por el jardín.
“El Padre Celestial entenderá que tome un traguito de agua”, pensó Silioti mientras se lavaba las manos después de hacer sus tareas. Después pensó en cuánto amaba al presidente Kimball. Quería que se pusiera bien otra vez. Decidió que esperaría.
Silioti se sentó en el porche y puso la cabeza sobre el regazo de su madre. Estaba muy cansada.
“Puedes terminar tu ayuno si tienes que hacerlo”, dijo su madre.
“Pero quiero ayunar”, dijo Silioti. “Lo puedo hacer”.
Cuando el padre llegó del trabajo, todos los de la familia ayudaron a descubrir el ‘umu. Sacaron el cerdo envuelto en hojas, el pescado y el frutipan horneado en leche de coco. Después envolvieron la comida en paños y la llevaron hasta el camino para esperar el autobús.
Allí se juntaron con otras familias; ellos también llevaban su comida. Todos sonreían y hablaban mientras subían juntos al autobús. Silioti encontró un espacio junto a su madre. Podía oler la comida mientras el autobús se movía.
Ya era de noche cuando el autobús llegó a la capilla. Adentro, Silioti se arrodilló junto a sus padres, sus hermanos y hermanas y cientos de otros miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Durante la oración, Silioti oró en su corazón: “Por favor, ayuda a que el presidente Kimball se ponga bien otra vez”. Sabía que todas las personas de la sala estaban orando por la misma razón. Tuvo un sentimiento de tranquilidad que le decía que el presidente estaría bien.
Cuando abrió los ojos, vio lágrimas en las caras de las personas a su alrededor. Todas esas personas habían ayunado, y ella había ayunado con ellos. Había sido difícil, ¡pero lo había logrado!