La billetera mágica
La autora vive en Nevada, EE. UU.
“Escojamos lo correcto. Debo al Señor seguir” (Canciones para los niños, pág. 82).
“¡La llevas!”, dijo Mandy. Tocó a su hermanito y se fue nadando. La familia de Mandy se estaba hospedando en un hotel hasta poder mudarse a su nueva casa. Era divertido comer raviolis calentados en el microondas para el almuerzo. ¡Y casi todos los días podían nadar en la piscina del hotel!
Pero había una parte del hotel que no era tan buena. La oficina del gerente del hotel estaba justo debajo de su habitación, y el gerente pensaba que Mandy y sus hermanos y hermanas era demasiado ruidosos. “¿Cómo puedo alquilar habitaciones cuando parece que hay una manada de elefantes sobre mi cabeza?”, le preguntó al papá.
Después del almuerzo, el hermanito de Mandy, Aaron, saltó de la cama y cayó al suelo de golpe. Mandy se puso tensa y miró a su mamá.
“No salten; de puntillas, por favor”, dijo la mamá.
Pero era demasiado tarde. Sonó el teléfono.
“Oh, no”, pensó Mandy.
Mamá contestó el teléfono. Mandy podía oír cómo se disculpaba con el gerente.
Tenía los hombros caídos al colgar el teléfono. “Edward y Mandy”, dijo ella, “tengo que poner a Aaron y a Emily a dormir la siesta. ¿Podrían llevar a Kristine y a Daniel a dar un paseo?”.
Al comenzar a cruzar el estacionamiento del hotel, Mandy vio algo pequeño y marrón en el suelo.
Era una billetera. ¡Y tenía dinero dentro!
“¡Mira, Edward!”, dijo, sosteniendo la billetera en alto.“La
tenemos que devolver a la oficina del gerente de inmediato”, dijo Edward.
A Mandy se le retorció el estómago. ¿Tenían que llevarlo en ese mismo momento? ¿No podrían llevarla más tarde la mamá o el papá?
Pero Mandy sabía lo que había que hacer.
Los niños abrieron la puerta de la oficina y entraron con timidez. El gerente frunció el ceño. “Encontramos esta billetera en el aparcamiento”, dijo Mandy. Le temblaba la mano al poner la billetera sobre el mostrador.
Un hombre que estaba apoyado en el mostrador miró hacia donde estaban. “Es mía”, dijo. Miró dentro de la billetera. “Y todo está aquí. ¡Gracias, niños!”.
Mandy miró al gerente. Ya no tenía el ceño fruncido, sino que ahora los ojos le brillaban.
Cuando salieron de la oficina, Daniel preguntó: “¿Esa billetera era mágica?”.
“¿Por qué crees que es mágica?”, preguntó Edward.
“¡Porque hizo que el hombre gruñón se pusiera contento!”.
Edward sacudió la cabeza. “La billetera no era mágica”, dijo. “Él se puso contento porque hicimos lo correcto”.
Mandy tenía un sentimiento especial por dentro. Nunca había sabido que escoger lo justo podía hacer que las personas se pusieran tan contentas.
Unos días después, Mandy y su papá fueron a pagar la tarifa de la semana. El gerente sonrió a Mandy. Solo había llamado una vez desde que encontraron la billetera, y había sido para dar las gracias por ser honrados. Mandy sentía que había hecho un nuevo amigo.
“Escoger lo correcto es realmente algo mágico”, pensó Mandy. Le dijo adiós con la mano, y el gerente hizo lo mismo. “Y en realidad no es tan gruñón después de todo”.