El camino a Sion
La autora vive en Texas, EE. UU.
Richmond, Misuri, 2 de junio de 1862
“Mary, ¿qué ves?”. La madrastra de Mary hablaba suavemente desde la cama donde yacía enferma.
“Parece que la batalla se acerca”, dijo Mary, mirando por la ventana. La Guerra Civil de los Estados Unidos se lidiaba a unos pocos kilómetros de distancia. El sonido de las balas había llenado el aire desde la mañana. Mary se volvió a su madrastra. “Lo siento mucho, no creo que podamos salir de casa para ir a buscar al médico”.
“Acércate”. Mary se sentó junto a la cama y tomó la mano de su madrastra. “Sé que tu padre todavía no está bien”, dijo con voz suave la madrastra de Mary, “pero tienes que llevar a la familia a Sion; a tu hermano, a tu hermana y a los gemelos. No dejes a tu padre tranquilo hasta que vaya a las montañas rocosas. ¡Prométemelo!”.
Mary sabía cuántos deseos tenía su familia de ir a Salt Lake City. Después de haber oído el Evangelio y de haberse bautizado, habían salido de Inglaterra para unirse con los santos en Sion. ¿Pero sería posible hacerlo? Miró a su padre, quien estaba sentado en silencio en su silla. Tres años antes, su padre había sufrido un derrame cerebral terrible que le había dejado el lado izquierdo paralizado.
Mary respiró profundamente. “Lo prometo”, susurró.
Poco después, la madrastra de Mary cerró los ojos por última vez.
Al poco tiempo, una mañana, Mary decidió que era hora de decirle a su padre la promesa que había hecho. “Sé que solo tengo catorce años”, dijo ella, “pero tenemos que llevar a nuestra familia a Sion”. Oyó a los gemelos despertar. “Tengo que ir a preparar el desayuno”, dijo ella. “Pero piénsalo, por favor”.
Unos días después, el padre llamó a Mary. “Está todo arreglado”, le dijo. Seguía hablando con dificultad a causa del derrame. “He vendido nuestra tierra y la mina de carbón para que podamos comprar un carromato, unos bueyes y algunos artículos. Dentro de poco va a salir una compañía de carromatos hacia el oeste. No son Santos de los Últimos Días, pero podemos viajar con ellos hasta Iowa. Cuando lleguemos allí, podemos unirnos a una compañía de santos que vayan al valle del Lago Salado”.
Mary lo abrazó. “Gracias, padre”. ¡Dentro de poco irían a Sion!
Los días pasaron con rapidez mientras Mary ayudaba a preparar a su familia para el viaje. “Todo va a salir bien”, se decía a sí misma. “Pronto etaremos en Sion”.
Pero entonces su padre enfermó. Por la manera en que le caía un lado de la boca, Mary temía que fuera otro derrame.
“Está demasiado enfermo para viajar”, le dijo ella al líder de la compañía de carromatos. “Necesitamos algunos días para que se recupere”.
“No podemos esperar”, dijo el hombre bruscamente. Al ver la cara de Mary, suavizó su tono de voz. “Pueden permanecer aquí hasta que esté listo para viajar, y después nos pueden alcanzar”. Sin tener otra opción, Mary accedió.
Una semana más tarde, Mary preparó a su familia para volver a viajar. “Los gemelos y Sarah pueden ir montados en los bueyes”, le dijo a Jackson, su hermano de nueve años. “Papá puede ir en el carromato y tú me puedes ayudar a llevar a los bueyes”.
“Tengo miedo”, dijo Sarah en voz baja. Solo tenía seis años y parecía muy pequeña sentada en la ancha espalda del buey. Los gemelos, de cuatro años, miraban a Mary con los ojos muy abiertos.
“¡Vamos a ir a un buen ritmo y alcanzaremos a nuestro grupo!”, dijo Mary con un entusiasmo forzado.
La familia Wanlass siguió viajando milla tras milla, y durante días. Al fin, incluso Mary tuvo que admitir la verdad.
La compañía de carromatos no les había esperado. Mary y su familia tendrían que viajar a Sion solos.
El Río Platte, Nebraska, 1863
“¡Epa, epa!”. Mary tiró de las riendas, y los bueyes aminoraron la marcha. “¿Están todos bien?”. Miró a sus tres hermanos menores, que iban sobre la espalda de los bueyes, y asintieron.
El río Platte estaba ante ellos, ancho y barroso. “¿Y ahora qué?”, preguntó Jackson, su hermano menor. Solo tenía nueve años, pero estaba ayudando a Mary a llevar los bueyes. El padre estaba acostado en la parte de atrás del carromato, todavía enfermo por el derrame.
“No tenemos que cruzar el río”, dijo Mary, “pero podemos seguirlo”. No había camino a Sion, pero el río les podía guiar hacia el oeste. “¡Vamos!”.
Mary no sabía que los pioneros mormones viajaban por el otro lado del río Platte y que iban por otro camino. Al no cruzar el río, estaban entrando en terreno indígena. Durante el resto del viaje, no volverían a ver otra compañía de carromato.
Siguieron viajando. Semanas después, Mary vio una nube de polvo que se aproximaba. “Quietos”, susurró a los bueyes y a sí misma. “Quietos”.
Cuando el polvo se asentó, se podía ver a un pequeño grupo de indios a caballo. Uno de ellos fue hacia la parte de atrás del carro, donde se encontraba el padre.
Los ojos del jinete eran bondadosos. “¿Está enfermo?”, preguntó, apuntando a su padre.
“Sí”, susurró Mary. El hombre dijo algo en su propio idioma, y los hombres se fueron tan rápido como llegaron.
Mary miró al sol en el cielo. “Pararemos aquí”, le dijo a Jackson. Levantó a Sarah y a los gemelos.
“Mary, ¡ven a ver!”, dijo Jackson. El hombre de los ojos bondadosos iba hacia ellos con algo pesado en las manos.
“Pato salvaje”, dijo. “Y conejo. Para ustedes”. Mary solo podía mirar fijamente, sin palabras, mientras él le pasaba la carne. Él asintió y se fue galopando hacia el ocaso.
“¡Comida!”, exclamó Mary. “¡Carne!”. En verdad, el regalo del hombre era un milagro.
Ocurrieron más milagros en su viaje. Se les acercó una manada de búfalos, pero se dividieron y pasaron a ambos lados del carromato. Una tormenta de polvo llevó a uno de los gemelos al río, pero Mary la pudo salvar.
Aun así, el viaje era difícil. Todos los días el carro parecía más decaído y los bueyes más cansados. El terreno era empinado y rocoso. Era difícil cruzar las montañas. Sin embargo, Mary y su familia seguían adelante.
Justo estaban bajando de una alta cima cuando Mary vio a un hombre conduciendo un carromato que iba hacia ellos.
“Quizás él nos pueda mostrar el camino a Lehi, Utah”, le dijo ella a Jackson. Ellos tenían un tío que vivía allí.
“Están en el cañón de Echo, no muy lejos del Valle del Lago Salado”, les dijo el hombre cuando ella le preguntó dónde estaban. “¿Pero dónde está el resto de su compañía?”.
Le contaron toda la historia, y el hombre escuchó asombrado. “¿Viajaron más de 1.600 km (1.000 millas) solos?”. Sacudió la cabeza con admiración. “Eres una chica muy valiente; déjenme decirles cómo llegar a Lehi. Ya casi están allí”.
“Casi allí”, susurró Mary mientras el hombre hacía un mapa sobre la tierra. Casi en Sion. “Creo que, después de todo, lo lograremos”.
Mary y su familia llegaron a Lehi, Utah. Más adelante se casó y tuvo su propia familia numerosa. Su ejemplo de fe y valor ha bendecido a muchas personas.