Jóvenes
Cuando murió mi amiga
La autora vive en Utah, EE. UU.
Unos dos años antes de terminar la secundaria, mi amiga tuvo un aneurisma y falleció al día siguiente. Aunque yo era miembro de la Iglesia, aun así fue difícil para mí. Toda mi vida me habían enseñado que podía acudir al Padre Celestial y al Salvador para lo que fuera, pero nunca antes había tenido que pasar por algo así.
Lloré por horas, tratando de encontrar algo, lo que fuera, que me diera paz. La noche siguiente a su fallecimiento tomé el himnario. Al hojearlo, llegué a “Conmigo quédate, Señor” (Himnos, nro. 98). La tercera estrofa me llamó mucho la atención:
Conmigo quédate, Señor;
y hazme descansar.
Maldad, tinieblas y temor
te ruego alejar.
Da a mi alma esa luz
que siempre brillará.
Oh permanece, Salvador;
la noche viene ya.
Esa estrofa me llenó de mucha paz. Supe entonces que el Salvador no solo podía quedarse conmigo esa noche, sino que también sabía exactamente cómo me sentía. Sé que el amor que sentí por medio del himno no solo me ayudó a pasar esa noche, sino que también me ha ayudado a superar muchas otras pruebas que he tenido.