Esperar la promesa
Mi hija se ha distanciado de la Iglesia, pero sé que será bendecida por lo que se le enseñó en cuanto al Evangelio.
Tres meses antes de cumplir 21 años, fui bautizada a la vez que mi hermana, mi madre y mi sobrino de ocho años. A lo largo de los años, nos hemos mantenido firmes en el Evangelio a pesar de muchos desafíos.
Cuando mi esposo y yo nos casamos, estábamos decididos a permanecer activos en la Iglesia. Cuando empezaron a nacer nuestros hijos, mi esposo y yo nos esforzamos por ser buenos padres y por enseñar el Evangelio en nuestro hogar.
Un día asistí a una conferencia con nuestra hija de un año. En la conferencia, un Setenta de Área habló sobre la responsabilidad de los padres de enseñar el Evangelio a los hijos. Luego hizo una promesa que me dejó una profunda impresión. Declaró: “Si después de hacer todo lo que puedan para enseñar el Evangelio, uno de sus hijos deja la Iglesia, seguirá siendo bendecido al recordar las cosas que experimentó en el hogar”.
Las palabras de ese Setenta de Área me llenaron de esperanza porque tenía sobrinos que habían dejado la Iglesia. Años más tarde, mi hija, la misma niña de un año que sostuve en mis brazos durante esa conferencia, dejó la Iglesia cuando cumplió 17 años. Había conocido a alguien que no estaba arraigado en el Evangelio y se casaron. Nunca regresó a la Iglesia después de eso.
Fue doloroso para mí. Me preguntaba una y otra vez en qué nos habíamos equivocado. Su padre y yo siempre tratamos de cumplir los mandamientos y servir en la Iglesia. Amamos a nuestros hijos y deseamos lo mejor para ellos. Después de muchas lágrimas y preguntas, finalmente llegamos a la conclusión de que los hijos crecen, ejercen su albedrío y no siempre creen las cosas que se les enseñan en casa.
Desafortunadamente, el matrimonio de mi hija se desintegró, y ella todavía no desea regresar a la Iglesia. Todo lo que puedo hacer es tener presente la promesa de que ella recordará las cosas que se le enseñaron en el hogar y será bendecida por ello.
Sigo orando por mi hija. La amo con todo mi corazón y me duele verla distanciada de la Iglesia. Pero sé que, a pesar de mis imperfecciones, las cosas que le enseñé son correctas y verdaderas. Sé que el Padre Celestial es justo y amoroso, y que escucha nuestras oraciones. Sin ninguna duda en el corazón, sé que si hago mi parte, Él las contestará en el momento que estime oportuno.