Mi nueva y antigua familia
El autor ahora vive en Utah, EE. UU.
Si lo permites, no hay nada que el Evangelio no pueda cambiar.
Los misioneros sostuvieron una foto. “¿Qué ves?”, preguntaron.
“Una familia feliz”, respondí.
“¿Son felices todas las familias?”.
Lo negué moviendo la cabeza. “Ya han visto a mi familia”, expliqué.
Yo era un joven de 16 años que vivía en Brasil, donde había vivido toda mi vida. Los misioneros me habían enseñado a lo largo de varias semanas, pero nadie más de mi familia había querido escuchar. Durante ese tiempo, los misioneros habían visto a mi familia pelear y discutir en muchas ocasiones. Mi familia no tenía nada en común con la sonriente familia de la foto.
Uno de los élderes dijo: “Bueno, tal vez tu familia actual no sea así; pero tú puedes forjar tu futura familia de una manera distinta”.
Cuando terminó la visita, me volvieron a pedir que orara en cuanto a lo que habíamos estudiado. Yo, como siempre, realmente no les prometí que lo haría. Me agradaba la forma en que me sentía cada vez que llegaban los misioneros, y el Evangelio tenía sentido para mí. Sin embargo, tenía temor de la respuesta que pudiera recibir. Si el Evangelio era verdadero, tendría que efectuar muchos cambios.
Una nueva decisión
Después de que los élderes se marcharon, no podía dejar de pensar en las familias felices. La nuestra ni siquiera se acercaba a eso. Mi papá no estaba presente en mi vida; no tenía una buena relación con mi mamá. Quien nos cuidaba era mi abuela, pero ninguno de nosotros se comportaba como las familias que mencionaban los misioneros. Ninguno de nosotros expresaba amor por los demás y ni siquiera pasábamos mucho tiempo juntos.
Toda mi vida me prometí a mí mismo que un día sería un buen papá; sería el padre que nunca tuve. No obstante, a medida que los misioneros me enseñaban, comencé a darme cuenta de que estaba haciendo las mismas cosas que hicieron mis padres cuando tenían mi edad. Llegaba tarde a casa, hacía lo que quería y vivía como un rebelde. Sin querer, estaba cayendo en lo mismo.
Era hora de preguntar a Dios.
Cuando finalmente oré, recibí la respuesta que había esperado todo ese tiempo. ¡La Iglesia es verdadera! Había llegado el momento de tomar una decisión.
Un nuevo yo
Antes de que pudiera bautizarme, mi abuela tuvo que dar su permiso. Ella se oponía a la idea, pero yo insistí.
“Abuela, ¿a cuál Leonardo prefieres?”, le pregunté. “¿Al que andaba bebiendo, fumando y llegando tarde a casa, o prefieres al que soy ahora? He cambiado gracias al Evangelio”.
Mi abuela finalmente accedió, y fui bautizado y confirmado. A partir de entonces, comenzó a suceder algo interesante en mi familia, algo de lo que no me di cuenta totalmente hasta unos años después.
Una nueva familia
Justo antes de que saliera a la misión en el sur de Brasil, mi abuela asistió conmigo a una conferencia de estaca. Al finalizar, tuvimos una pequeña reunión de testimonios con familiares y amigos. Para mi sorpresa, mi abuela tuvo el deseo de decir algo.
“Desde que Leonardo se unió a la Iglesia de ustedes, mi familia comenzó a ser una verdadera familia”, dijo ella. Después mencionó maneras en las que toda la familia se había acercado: Ahora pasábamos tiempo juntos; comenzamos a decir “Te quiero” entre nosotros, lo cual nunca hacíamos antes; las peleas y discusiones cesaron; cultivamos una verdadera amistad entre todos; teníamos más alimentos y éramos bendecidos con abundancia en otros aspectos.
Yo también había observado esos cambios, pero no me había dado cuenta de que todo podía relacionarse a la época en que me bauticé.
“Si bien no soy miembro de su Iglesia”, dijo ella, “sí soy amiga de ella, y sé que nuestra familia ha sido bendecida gracias a la decisión de Leonardo”.
Un nuevo entendimiento
¡Apenas lo podía creer! Mientras mi abuela hablaba de la forma en la que nuestra familia se había acercado, de repente recordé la foto que los misioneros me habían mostrado años antes. En ese entonces, pensaba que la única manera de tener una familia feliz era con mi futura familia.
Estaba equivocado. ¡Mi familia actual era feliz! Habíamos llegado a amarnos unos a otros.
Tal vez ninguno de mis familiares se una a la Iglesia en esta vida; pero aun si no lo hacen, sé que Dios ya nos ha bendecido de muchas formas. El evangelio de Jesucristo nos muestra la manera de mejorar a nuestra familia, a pesar de la situación en la que se encuentre.