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Apoyar a mamá en su camino a la sobriedad
No es sencillo, pero recorrer el camino hacia la recuperación junto con aquellos que luchan con la adicción vale la pena.
Cuando tuve la edad suficiente para comprender lo que era el alcohol, supe que mi mamá tenía un problema con él. Nuestros familiares trataban de ocultar el problema a mi hermana y a mí, pero solo pudieron ocultar las borracheras y la resaca por un tiempo.
Nuestra madre era alcohólica, y ninguna excusa ni cuento complicado podía cambiarlo.
Cuando era pequeña, pensaba que la adicción era una elección. Me enfurecía cada vez que mamá entraba por la puerta con olor a alcohol en su aliento después de haber prometido que no volvería a hacerlo. Era como si no quisiera cambiar; pero años de lágrimas de dolor, de intentos fallidos y de tratar de abstenerse sin tener éxito me enseñaron lo contrario.
Cuando estaba en la secundaria, comencé a darme cuenta de que la adicción de mamá no iría “apaciblemente a esas buenas noches”, como escribió el poeta Dylan Thomas1, y no porque ella no deseara cambiar. No era por falta de voluntad de su parte o porque estuviera eligiendo el alcohol en vez de su familia. Estaba atrapada en su adicción.
Como explicó el presidente Russell M. Nelson: “Más adelante, la adicción coartará nuestra libertad de elección. A través de medios químicos, uno puede literalmente privarse a sí mismo de su albedrío”2. Encontrar la recuperación sería una lucha entre su cuerpo y su espíritu durante los años por venir.
Sobrellevar el ciclo de la recaída
Después de lograr estar sobria durante seis meses, comencé a reconocer nuevamente a mamá, aquella que solía bailar en el auto, escribir hermosa poesía y contar bromas sin gracia a todos mis amigos. Fue como si alguien, de forma inadvertida, de pronto hubiera vuelto a encender la luz de sus ojos y estuviera haciendo todo lo posible por mantenerla encendida. Durante años, ella no había estado sobria por tanto tiempo, y se sentía bien que regresara a la normalidad.
Sin embargo, no duró mucho. Una noche, antes de que pudiera articular palabra, mi hermana y yo nos dimos cuenta. La mirada inexpresiva y las mejillas sonrojadas lo decían todo; después de seis meses y cuatro días, había recaído. Por un momento consideramos salir de ahí, alejarnos de la preocupación y el temor, pero sabíamos que ella deseaba cambiar. No podíamos hacerlo por ella, pero podíamos apoyarla a medida que recorría el camino hacia la recuperación.
Romper el silencio de la adicción
Durante los meses siguientes, mi hermana y yo buscamos la manera de ayudar a mamá a esforzarse para lograr una abstinencia duradera. No sería sencillo, pero lo había logrado antes y sabíamos que lo podía hacer nuevamente.
Habiendo visto por lo que había pasado al intentar abstenerse anteriormente, sabíamos qué esperar, así que recogimos todo el licor y las botellas de vino que pudimos encontrar y las vaciamos en el sumidero. Después compramos bebidas hidratantes y limpiamos la casa a fondo; era nuestro mejor intento de alejar a mamá del ambiente en el que se encontraba cuando recayó.
Luego de unos días, se recuperó lo suficientemente para ir a trabajar, pero sabíamos que la lucha no había terminado. Hasta ese punto, la mayoría de nuestros familiares y amigos desconocían la profundidad de su adicción. Al pasar los años, se había convertido en algo secreto, algo que causaba vergüenza, algo que la investigadora de ciencias sociales Brené Brown explica que “obtiene su poder al ser algo de lo que no se habla”3. Si queríamos que estuviera sobria, necesitábamos romper el silencio.
Decidir hablar del tema con nuestros familiares y con algunos amigos de confianza fue difícil, pero también liberador. La vergüenza “corroe la parte misma de nosotros que cree que podemos cambiar y mejorar”4, así que el acto mismo de hablar en cuanto a su adicción le volvió a dar a mamá (y a mí) esperanza. No estábamos solas, y por primera vez en muchos años, empezamos a visualizar una vida que no estuviese sujeta a la adicción.
Aferrarse a la esperanza
No voy a tratar de endulzar las palabras: mantener la esperanza no siempre es sencillo. Durante años apoyé a mamá mientras intentaba ponerse sobria, pero estaría mintiendo si dijera que no experimenté tristeza, desilusión y frustración a lo largo del camino. Al hablar del difícil trayecto que uno enfrenta para superar la adicción, el presidente Nelson explicó: “Toda persona que tenga la determinación de transitar por ese escabroso camino de la recuperación debe prepararse para la pelea más enconada de su vida. Pero bien vale la pena pagar ese precio a cambio de la vida misma”5.
Si alguna vez has amado a alguien que tiene problemas de adicción, sabes lo difícil que es observarlos destruirse a sí mismos. Pero incluso ante la recaída, la esperanza nunca se pierde. A causa de Su sacrificio expiatorio, el Salvador “[sabe] cómo socorrer[nos] […] de acuerdo con [nuestras] […] debilidades” (Alma 7:12). “[C]on sanidad en sus alas” (3 Nefi 25:2), Él nos levanta cuando nos sentimos muy cansados para seguir adelante, “aferrándonos a Él y alentándonos, negándose a soltarnos, hasta que estemos a salvo en casa”6.
Así que, ya sea que hayas tomado tu primer paso o viajado miles de kilómetros con alguien en su camino hacia la recuperación, a continuación encontrarás algunas cosas que he aprendido con el paso de los años:
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Ayuda a la persona a evitar las situaciones que causen detonantes.
Ya sea que la persona a la que estés apoyando sea un amigo, cónyuge, familiar o un colega, ¡el ayudarla a evitar situaciones detonantes es muy importante! Por ejemplo, cada vez que la familia sale a comer con mamá, pedimos sentarnos en una mesa que esté lejos del bar. Si no hay una mesa disponible, preferimos conversar hasta que se desocupe una.
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Aboga por la persona en situaciones sociales.
Solo porque la persona a la que estás apoyando te comentó acerca de su adicción, eso no significa que esté lista para decírselo al mundo. Durante las primeras etapas de la recuperación, puede ser extremadamente difícil explicar por qué alguien está evitando ciertas situaciones o tomando ciertas decisiones, especialmente cuando se trata de personas extrañas. En esas situaciones, hazle la vida más fácil al ayudarla a dar explicaciones si las cosas se ponen incómodas.
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Ayuda a la persona a encontrar recursos de apoyo.
Sin importar lo mucho que estés participando en el proceso de recuperación, no hay manera de que puedas hacerlo todo. En ocasiones, mamá solo necesita hablar con alguien que ha estado en esa situación, alguien que comprende, y eso está bien. Los recursos profesionales y los grupos de apoyo (como el Programa para la recuperación de adicciones de la Iglesia, los grupos de recuperación y los especialistas de adicción y comportamiento) literalmente cambian vidas, así que no dudes en alentar a la persona a la que estás ayudando para que aproveche esas herramientas.
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Si la persona recae, ayúdala a incorporarse nuevamente.
Si viviéramos en un mundo perfecto, no existirían las recaídas, pero esta es la vida terrenal. Si la persona a la que estás ayudando tiene una recaída, recuérdale lo mucho que han avanzado. Alienta a todos ellos a que no “se den por vencidos tras fracasos subsiguientes ni se consideren incapaces de abandonar los pecados y vencer la adicción”7. Como dijo el élder Ulisses Soares, del Cuórum de los Doce Apóstoles: “[Ellos] no pueden darse el lujo de dejar de intentarlo”8 (ni tú tampoco). El recaer no hace que la persona regrese al punto de partida; no borra todo el trabajo y el impulso que ha ganado. Siempre hay otra oportunidad para regresar al camino, acudir al Salvador, y seguir avanzando.
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Aférrate a la esperanza.
Ver a alguien que amas tener dificultades para vencer su adicción en ocasiones puede hacer que te preguntes si la persona se recuperará alguna vez por completo. (Créeme, ¡lo sé! He estado en esa situación más veces de lo que me gustaría admitir). Incluso Mormón preguntó: “Y, ¿qué es lo que habéis de esperar?”. Pero sin importar cuánto empeoren las cosas, la “esperanza, por medio de la expiación de Cristo” siempre está a nuestro alcance (Moroni 7:41).
A lo largo de mi vida, mamá ha caído más veces de las que puedo contar, pero me enorgullece decir que han pasado seis años desde la última vez que ella bebió. Aunque me ha tomado años aprender y volver a aprender la mejor manera de ayudarla, el verla recuperarse me ha enseñado que nunca es demasiado tarde para nadie. Sin importar la cantidad de veces que la persona a la que amas tenga una recaída, sigue adelante, sigue intentando apoyarla de la manera que te sea posible. La recuperación es un compromiso de toda la vida, un trayecto lleno de lágrimas, victorias, fracasos y triunfos, pero vale la pena el esfuerzo.