Los pesos del diezmo
El autor vive en Chihuahua, México.
Sofía se despertó temprano. Hoy era un día especial. ¡Iba a vender limonada en la venta de garaje en casa de sus tíos! Su mamá le preparó una enorme jarra de limonada.
Sofía hizo un letrero en el que escribió “¡Limonada!” con letras naranjas y amarillas; lo pegó en una mesita y se sentó a esperar.
Dentro de poco llegó un hombre. “¿Puedo tomar un vaso?”, preguntó, dejando algunos pesos en el frasco.
“¡Claro!”, exclamó Sofía, y le sirvió un vaso de limonada.
Poco a poco fue llegando gente a la venta de garaje, y poco a poco fueron comprando la deliciosa limonada. La mañana transcurrió felizmente y pronto se acabó la limonada.
Sofía miró el frasco. Los pesos tintineaban. ¡Había muchos!
“¡Bien hecho!”, dijo el papá.
Sofía nunca había tenido tanto dinero. “¡Voy a comprar un yoyo [yoyó]!”.
El papá sonrió. “¿Sabes lo que tu mamá y yo hacemos cuando ganamos dinero?”.
Sofía negó con la cabeza.
“Pagamos el diezmo”, dijo el papá. “El Padre Celestial nos dio todo, y nos pide que le devolvamos una pequeña parte. Pagamos el diezmo porque lo amamos”.
Sofía sonrió. Ella quería mostrarle al Padre Celestial que también lo amaba.
El papá ayudó a Sofía a contar los pesos. Cada vez que contaban diez pesos, ella colocaba uno en un sobre. El papá la ayudó a escribir unos números en una pequeña hoja de papel de color blanco, la cual metieron en el sobre junto con los pesos. Luego lo cerraron bien. Al día siguiente, Sofía se lo daría al obispo en la Iglesia.
“¿Cómo te sientes?”, preguntó el papá a Sofía.
“¡Muy feliz! Y todavía me queda dinero para comprar un yoyo”. Sofía sintió que el Padre Celestial estaba feliz por la decisión que había tomado. ●