Páginas Locales
La predicación del Evangelio en Trevelin, Chubut
Esta es la historia de la predicación del Evangelio en Trevelin, Chubut, Argentina, según lo manifestado por mi madre, Ninfa López.
Trevelin era un pueblo de pocos habitantes que, a pesar de los originarios que ya vivían allí, fue fundado por inmigrantes galeses. Más tarde se establecieron españoles y criollos, entre ellos, el padre de mi madre, Artemio. Él era peluquero de profesión, además de hacer ventas de diarios y revistas.
En Trevelin tenía la única peluquería del lugar. Mi abuela Orfilia, su esposa, era de Futaleufu, Chile. Ambos se casaron en 1928 y tuvieron a mi madre Ninfa y dos hijas más que desafortunadamente fallecieron a corta edad. Luego de la Segunda Guerra Mundial, años 1946 y 1947, llegan allí los primeros misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a predicar el Evangelio que, según mi madre, no eran tan jóvenes como los vemos hoy y se movilizaban a caballo que alquilaban en el lugar.
Un día, mi madre Ninfa los encuentra por la calle y luego de presentarse, la invitan a escuchar el Evangelio. Muy amablemente ella los invita a que concurran a su hogar, ya que estaba segura de que a mi abuela también le gustaría escucharlos.
Mi abuelo era católico no practicante, y mi madre y abuela eran evangélicas. Asistían a la iglesia Ebenezer del pastor Morris, de origen inglés, pero en ese momento no concurrían por tener diferencias doctrinales. Los misioneros no tenían un plan de lecciones para enseñar el Evangelio como hoy en día. En esa ocasión ellos simplemente le regalaron el Libro de Mormón a mi abuela. Ella lo leyó durante toda esa noche, lo que la llevó a tener muchas preguntas para hacerles. Al día siguiente se presentaron los misioneros nuevamente y le respondieron sus preguntas sobre el sacerdocio, la autoridad del mismo y el bautismo, enfocándose especialmente en enseñar la doctrina y la autoridad del sacerdocio para efectuar el bautismo. Mi abuela, a pesar de ser muy creyente, no quería volver a bautizarse cuando ya lo había hecho en la Iglesia católica en un principio, y luego en la evangélica. Hasta que, en el mes de enero de 1951, se bautizan mi madre, mi abuela y la hermana Elvira Underwood en el río Percy.
Mi madre tuvo varios llamamientos: presidenta de la mutual, presidenta de la primaria, incluso aún antes de su bautismo.
Una de las anécdotas que contaba mi madre era que en Semana Santa los misioneros decían: “Este domingo no habrá escuela dominical”, ya que lo que ocurría era que cruzaban a caballo al pueblo vecino de Futaleufu, en Chile, donde predicaban el Evangelio, entonces ese domingo no había reunión de la Iglesia en Trevelin.
A fines del año 1951 mi madre se muda junto a sus padres a Cipolletti, Río Negro, formando parte de lo que la Iglesia llamaba “Miembros esparcidos”. Mi abuela y madre siguieron practicando el Evangelio de Jesucristo y continuaron contactándose con la Misión Argentina, para comenzar con la predicación del Evangelio en Cipolletti. En esta labor, mi mamá Ninfa, recibió de parte de la presidencia de misión varias cartas, ofreciéndole entera disposición en ayudarla para establecer la obra en Cipolletti, evidenciando interés en el bienestar de la familia allí en Río Negro, contándole noticias importantes para el avance de la obra, dándole consejos y estableciendo una relación firme de hermandad. Estas cartas eran firmadas por el hermano Mellor, quien servía como director del comité de miembros esparcidos.
A pesar de todos estos grandes cambios bienaventurados en mi familia, mi abuelo Artemio no se bautizó en vida. No obstante, mi abuela y madre siguieron firmes en el camino del evangelio de Jesucristo, haciéndolo llegar hasta el día de hoy a mi vida.
Es un gran gozo para mí y mi familia formar parte de la gran familia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Gracias a la perseverancia y la fe de estas dos grandes mujeres, tengo la bendición de presenciar el hecho de que mis hijos formen parte de la cuarta generación de miembros de la Iglesia actualmente. Tengo un testimonio de este Evangelio y sé que mi Redentor vive y nos ha cuidado y guiado todo este tiempo.