Envejecer fielmente
“No soy una bebé, abuelo”
Pasar tiempo con mi nieta pequeña destaca la belleza del presente y evoca ecos del pasado.
Mi nieta Lily acaba de cumplir cuatro años, pero todavía la llamo por su apodo de cuando era bebé: “Baby Lils”. Cuando lo hago, ella me recuerda: “No soy una bebé, abuelo”.
Puede que tenga razón, pero espero que no. He decidido que si sigo llamándola Baby Lils, quizá no crezca tan rápido. De modo que seguiré llamándola Baby Lils, al menos hasta que llegue a la edad de empezar a manejar.
Claro, sé que no puedo detener el paso de los días, meses y años. Lo intenté con mis propios hijos… y no lo logré. “Nuestras vidas [pasan]”, como dice Jacob, “como si fuera un sueño” (Jacob 7:26). Antes de que me dé cuenta, nuestro hijo menor será misionero, y nos dejará a mi esposa y a mí con una casa llena de habitaciones vacías y ecos de la niñez.
Hace poco oí a un personaje de una película decir: “La edad ahonda todos los sentimientos”. Creo que es verdad. Cuando has vivido medio siglo o más, has experimentado muchas de las alegrías y tristezas de la vida. El amor crece con la pérdida, y sabes que el vivir felices para siempre viene en la vida venidera, no en esta.
Al mirar la cara de Lily, me pregunto qué desiertos cruzará, qué cargas llevará y qué aguijones sufrirá en la carne (véase 2 Corintios 12:7). Ruego que el Señor la proteja, al menos por unos años, de esas lecciones terrenales que son vitales para nuestro crecimiento espiritual y emocional. Ruego que Él la fortalezca cuando le lleguen esas pruebas, como nos llegan a todos.
Sin embargo, por el momento, descarto esos pensamientos. Trato de no pensar demasiado sobre el futuro. No quiero perderme la belleza del presente.
“Ven, atrápame, abuelo”, dice Lily mientras se va corriendo.
Yo la persigo de una habitación a otra. Su adorable risa es como la música, y su cara radiante es como el sol. Por un instante, desaparecen 25 años. Ahora estoy en el pasado, con la madre de Lily, mi hija. Ella tiene cuatro años otra vez. Y, como Lily, se ríe mientras la persigo por toda la casa.
Entonces me viene otro recuerdo. Es el año 1974, y mis hermanos y yo estamos visitando a nuestro bisabuelo Curtis Ellsworth. Es la última vez que lo veré en esta vida. Morirá poco tiempo después, a la edad de 90 años, mientras yo sirvo en una misión en Guatemala.
En este momento del pasado, me pregunto: “¿Qué está pensando el abuelo Ellsworth mientras mira hacia nosotros, su posteridad? ¿Recuerda cuando sus propios hijos eran pequeños? ¿Se preocupa por nuestro futuro? ¿Le recordamos que la vida pasa velozmente?”.
Cuando nos despedimos en aquel momento, hace tanto tiempo, recuerdo que el abuelo Ellsworth lloró. Durante décadas, me pregunté por qué. Ahora creo que lo sé.