Mantener la música como parte central de la adoración
La música siempre ha sido —y siempre será— una parte central de la adoración, en la Iglesia y en el hogar.
Pocas semanas después de que se hubo organizado la Iglesia, el Señor mandó a Emma Smith “hacer una selección de himnos sagrados, […] para el uso de mi iglesia, lo cual es de mi agrado” (Doctrina y Convenios 25:11). Los santos necesitaban maneras de aprender las verdades del Evangelio recién reveladas y de unirse en alabanza a Dios; y los himnos serían una parte central de su adoración y su aprendizaje.
Hace años, cuando mi familia se unió a la Iglesia, mis padres nos alentaron a que aprendiéramos la música de nuestra nueva religión. Tengo algunos vívidos recuerdos de aquel tiempo:
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Recuerdo memorizar con mi familia “La oración del alma es” (Himnos, nro. 79).
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Recuerdo escuchar “Oh mi padre” (Himnos, nro. 187) y aprender que tengo un Padre Celestial y una Madre Celestial a quienes podré ver de nuevo algún día.
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Recuerdo sentir el amor de Dios al cantar “Mi Padre Celestial me ama” (Canciones para los niños, págs. 16–17), aunque viviera en una zona desértica y nunca hubiera visto plantas de alhelí.
Ahora volvamos al presente, a una reunión sacramental de finales de febrero de 2020. Varios miembros de nuestro barrio lidiaban con el cáncer, y sentí un hondo consuelo cuando el coro del barrio cantó “Qué firmes cimientos” (Himnos, nro. 40). Algunas semanas después, se produjo una serie de acontecimientos inquietantes: cuarentenas, cancelación de reuniones de la Iglesia, y varios terremotos con sus réplicas. Y aquel himno comenzó a resonar en mi mente de nuevo:
Pues ya no temáis, y escudo seré,
que soy vuestro Dios y socorro tendréis;
y fuerza y vida y paz os daré,
y salvos de males vosotros seréis.
A veces, parece que los desafíos mundiales e individuales aumentaran casi a diario. Necesitamos más que nunca el sustento espiritual de los himnos y de las canciones de la Primaria, así como de otra música sagrada.
No ha cambiado ni su propósito ni su importancia
Sin embargo, al cambiar el horario de las reuniones de la Iglesia a dos horas, algunas personas se preguntaban si la función de la música en nuestra adoración ha disminuido. La respuesta es no.
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Los himnos sagrados siguen siendo parte de cada reunión sacramental y contribuyen a prepararnos el corazón para la ordenanza de la Santa Cena. Aún se puede planificar el canto de coros y de la congregación, así como otra música sagrada, a fin de enriquecer la reunión, tal como sucedía antes. Durante la pandemia del COVID-19, la música sagrada continuó siendo una parte importante de las reuniones sacramentales acortadas, aunque solo fuera instrumental.
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Ahora nuestros hijos dedican la mitad del tiempo que pasan en la Primaria a aprender el Evangelio a través de la música.
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En la segunda hora, no hay ni primer ni último himno en las clases de los adultos y de los jóvenes. No obstante, se puede seguir utilizando la música en las clases a fin de enseñar e inspirar.
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Ahora es más sencillo que nunca escuchar música sagrada en dispositivos digitales, usando la aplicación de la Iglesia “Música sagrada”.
Menos indicaciones, más intención
Aun así, ha habido algunos malentendidos. Un domingo de Pascua de Resurrección, una maestra se disculpó con su clase de Doctrina del Evangelio: “Sé que no debemos cantar en la Escuela Dominical, pero me gustaría mucho que entonemos juntos ‘Yo sé que vive mi Señor’”. Es probable que esa maestra no sea la única que tenga ese malentendido.
De hecho, la música sigue siendo tan esencial en nuestra adoración como lo ha sido siempre. Consideren la histórica actualización de nuestras colecciones de himnos y de canciones para los niños que se halla en marcha actualmente. Como parte de esa labor, los miembros de la Iglesia de todo el mundo han enviado la extraordinaria cantidad de 16 000 himnos, canciones y letras nuevos.
No obstante, al tener menos oportunidades preestablecidas de cantar en algunas de nuestras reuniones dominicales, debemos dar más atención y un esfuerzo deliberado al planeamiento y el uso de la música.
Hay dos principios clave que pueden ayudarnos a mantener la música como parte central de nuestra adoración:
1. Es indispensable para la enseñanza
Quizás consideremos los discursos y los análisis como los medios principales de impartir los mensajes del Evangelio en el hogar y en la Iglesia; y tal vez dediquemos la mayor parte del tiempo a esos factores. Sin embargo, la música no es un adorno extra; es parte de la esencia misma de enseñar con poder y con el Espíritu.
Tal como el apóstol Pablo aconsejó a los primeros santos: “La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos los unos a los otros en toda sabiduría con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando con gratitud en vuestros corazones al Señor” (Colosenses 3:16).
La música puede invitar al Espíritu instantáneamente a una lección o reunión. El escoger alguna canción para cantarla durante la clase de la Escuela Dominical o durante el análisis de Ven, sígueme merece la misma consideración minuciosa y con espíritu de oración que el escoger los pasajes de las Escrituras que leeremos o la parte de la lección que compartiremos. La música que se escoge con espíritu de oración puede tocar el corazón, dejando impresiones espirituales que podrían perdurar toda la vida.
2. “Una oración para mí”
En ciertas ocasiones, todos podemos experimentar momentos en los que nos sintamos desesperanzados; momentos en los que la senda que tengamos por delante sea incierta. A veces, podría parecernos que seguimos elevando a los cielos la misma necesidad urgente, sin recibir ninguna respuesta ni solución. En tales momentos, podríamos sentir la inclinación a concluir que a Dios no le importa o que no somos dignos de Su atención. A veces, incluso podríamos sentir deseos de dejar de orar.
En los momentos en los que sintamos alguna falta de conexión espiritual con los cielos, esta verdad resultará tranquilizadora: La música sagrada efectivamente puede ser una forma de oración. El Señor mismo lo explicó cuando asignó a Emma que hiciera nuestro primer himnario: “Porque mi alma se deleita en el canto del corazón; sí, la canción de los justos es una oración para mí” (Doctrina y Convenios 25:12; cursiva agregada).
Y el Señor ha prometido que, cuando le ofrecemos con sinceridad el canto de nuestros corazones, Él siempre responderá con una bendición: “… y será contestada con una bendición sobre su cabeza. Por consiguiente, eleva tu corazón y regocíjate” (Doctrina y Convenios 25:12–13).
En cierto momento difícil de mi vida, durante un largo período de tiempo, no me era posible discernir las respuestas a mis oraciones sinceras. Una querida amiga también atravesaba algunas dificultades; pero al escuchar y cantar himnos y canciones del Evangelio juntas, a menudo experimentábamos desbordantes sentimientos de solaz y testimonio. Ahora reconozco que el Señor estaba cumpliendo Su promesa. Él respondía a los cantos de mi corazón, una y otra vez; y aquello en verdad me reanimó el corazón para seguir adelante.
Un domingo cualquiera
En un domingo cualquiera, podemos tener la seguridad de que algunas personas de nuestras congregaciones, de nuestras clases y de nuestras familias se hallan en las aguas profundas de la aflicción personal. Otras se encontrarán en valles apacibles, rebosando de bendiciones. Y algunas otras apenas estarán aprendiendo las verdades básicas del Evangelio.
Cuando mantenemos la música en el lugar central de la adoración que le corresponde, podemos ayudar a todos a hallar oportunidades de sentir el Espíritu, de aprender las verdades del Evangelio y de alabar al Señor por Su bondad. Y podemos ayudar a todos para que el canto de su corazón les sea contestado del modo en que solo nuestro Padre amoroso y eterno puede hacerlo.