2022
No sean rebeldes, ni teman
Abril de 2022


“No sean rebeldes, ni teman”, Liahona, abril de 2022.

Ven, sígueme

Números 11–14

No sean rebeldes, ni teman

Josué y Caleb comprendían los desafíos que tenían ante ellos, pero sabían que podían confiar en el Señor.

Imagen
el regreso de Josué y Caleb

El regreso de Josué y Caleb, por artista desconocido, Lebrecht History / Bridgeman Images

A lo largo de mi vida he observado que, a menudo, las personas reaccionan a la inspiración que reciben los líderes de la Iglesia de una de dos maneras:

  1. Captan la visión de lo que el líder siente que el Señor necesita que se haga, hablan de manera positiva al respecto y animan a otras personas a que capten esa misma visión. A veces, eso podría requerir que sigan adelante con fe hasta adquirir un entendimiento pleno.

  2. Se rebelan contra la visión, la desmontan y buscan razones por las que temen que no se pueda llevar a cabo. O bien ignoran completamente la inspiración y no hacen nada en absoluto. Al final, quienes se encuentran en esta categoría descubren que la obra del Señor saldrá adelante, aun cuando ellos decidan no apoyarla.

La promesa del Señor a Moisés

Leemos acerca de reacciones similares a la inspiración de los líderes cuando los israelitas se hallaban cerca de lo que se conocía como la tierra de Canaán. El Señor había liberado a los israelitas de Egipto. Le había dicho a Moisés que, si el pueblo guardaba Sus mandamientos, Él los conduciría a la tierra prometida, una tierra que el Señor había prometido dar a los descendientes de Abraham, “una tierra que flu[ía] leche y miel” (véase Éxodo 3:17). Al viajar por el desierto hacia ese lugar, los israelitas pasaron muchas dificultades que pusieron a prueba su fe. A menudo se rebelaron y se apartaron de los mandamientos del Señor (véanse Éxodo 32:1–9; Números 11:1–34).

Cuando, por fin, los israelitas se acercaban a la tierra prometida, el Señor mandó a Moisés que enviara a doce espías —uno de cada una de las doce tribus de Israel— a que “recono[cieran] la tierra de Canaán” (véase Números 13:2). Se les mandó que determinasen si el pueblo que allí moraba era “fuerte o débil […], poco o numeroso”, y si la tierra era fértil. Dos de esos espías eran Josué y Caleb (véase Números 13:4–20).

Los espías pasaron cuarenta días explorando la tierra de Canaán antes de regresar a Moisés y a los hijos de Israel en el desierto. Llevaron consigo el fruto de la tierra de Canaán e informaron de que la tierra “flu[ía] leche y miel […]. Pero [que] el pueblo que habita[ba] aquella tierra e[ra] fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas” (véase Números 13:25–29, 33).

Dos maneras de ver las cosas

Los doce espías habían sido testigos de los mismos beneficios y los mismos obstáculos que había para el cumplimiento del mandato del Señor de morar en Canaán. No obstante, sus respuestas reflejan que diez miembros del grupo solo tuvieron en cuenta los problemas, mientras que los otros dos pusieron su confianza en Dios.

Diez de los espías solamente vieron las dificultades que tenían ante ellos. Debido a que no confiaban en el Señor, temían seguir Su mandato de subir a la tierra de Canaán. Caleb y Josué, por otra parte, sabían que, si los israelitas tenían fe, el Señor podía entregarles la tierra de Canaán. Caleb aconsejó: “… ” (véase Números 13:30).

Los otros diez espías contradijeron el consejo de Caleb y dijeron: “… No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros […]; y todo el pueblo que vimos […] son hombres de gran estatura […]; y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Números 13:31–33).

Decisiones basadas en el temor

Desafortunadamente, los israelitas se centraron en el informe de los temerosos. Dado que la vía parecía difícil y que temían al pueblo que habitaba allí, se negaron a entrar en la tierra prometida y comenzaron a murmurar contra Moisés y contra Dios. Fue tal su falta de fe, que incluso desearon que Dios los hubiera dejado morir en Egipto o en el desierto: “… ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?”, se preguntaron. Y continuaron diciendo: “… Nombremos un capitán, y volvámonos a Egipto” (Números 14:3–4).

No obstante, Josué y Caleb todavía trataron de ayudar al pueblo a confiar en el Señor y dijeron: “Si Jehová se agrada de nosotros, él nos llevará a esa tierra y nos la entregará; es una tierra que fluye leche y miel.

“Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra […]; con nosotros está Jehová. No los temáis” (Números 14:8–9).

Los hijos de Israel no escucharon a Josué ni a Caleb; por el contrario, trataron de matarlos (véase Números 14:10). Debido a su rebelión, el Señor les dijo que andarían errantes por el desierto durante cuarenta años. Solo cuando todos los que habían murmurado contra Él hubieran muerto, los llevaría de regreso a la tierra prometida. De los doce espías, solamente Josué y Caleb entraron en la tierra prometida (véase Números 14:22–38).

Los Josués y Calebs de nuestros días

En nuestros días hay muchos Josués y Calebs. Uno de ellos fue el abuelo de mi esposa, John Hulme. Un día de 1926, el obispo tuvo una conversación con John. El obispo comenzó a hablar acerca de la misión, algo que tomó a John por sorpresa.

John siempre había deseado servir en una misión, pero su vida era complicada. ¿Por qué? Porque John tenía cuarenta y dos años. Era un hombre casado con cuatro hijos de quince, doce, cuatro y dos años. Era granjero y trabajaba por cuenta propia. Tenía tierras y ganado que necesitarían supervisión mientras él estuviera fuera. Tendría que encontrar la manera de asegurarse de que su familia y sus bienes estuvieran atendidos mientras él no estuviera.

El obispo le dijo a John que no era un llamamiento oficial, solo una sugerencia, y John respondió que pensaría en ello y le comunicaría su decisión al día siguiente.

A la mañana siguiente temprano, John acudió al obispo y le dijo que aceptaba el llamado a servir. Esa mañana, después de lo que probablemente fue una noche en vela, John no sabía cómo iba a organizarse para servir en una misión; solo sabía que iba a servir. Como Caleb y Josué, sabía que Dios lo ayudaría a encontrar la manera. Y Dios lo hizo. John pudo contratar a un vecino que cuidara de su tierra y de su ganado, y el barrio y la comunidad se prestaron con premura a cuidar de su esposa y de sus hijos.

Imagen
unos misioneros en una calle de Nueva York con muchas personas alrededor

Debió de ser un choque cultural cuando John, un granjero de un pueblecito, llegó a la ciudad de Nueva York a servir en su misión.

Ilustración por Brian Call

John venía de un pueblecito rural de unos quinientos habitantes; estaba acostumbrado a montar a caballo y trabajar la tierra, y el hecho de ser llamado a servir en la ciudad de Nueva York debió de ser un gran choque cultural. Probablemente se sintió como una langosta entre gigantes; pero John sirvió en su misión con éxito. Su ejemplo ha brindado a su posteridad el deseo de poner su confianza en Dios a pesar de los obstáculos y la incertidumbre, “porque ninguna cosa es imposible para Dios” (Lucas 1:37).

Afrontar los obstáculos con fe

Tal como los hijos de Israel, nosotros afrontamos obstáculos tremendos. Pero esos obstáculos no pueden apartarnos de las bendiciones que el Señor ha prometido si obedecemos Sus mandamientos. No hay nada malo en reconocer esos obstáculos, pero es importante que los afrontemos con fe.

Josué y Caleb comprendían los desafíos que tenían ante ellos, pero sabían que podían confiar en el Señor.

Desde el prisma de la restauración continua del Evangelio, podemos ver fácilmente que, cuando los profetas nos comunican la voluntad del Señor, haríamos bien en buscar maneras de contribuir a que esta se lleve a cabo. Ciertamente hay obstáculos, pero con fe en Dios, podemos superarlos. Estos son algunos ejemplos:

  • Cuando los sumos sacerdotes y los élderes se combinaron en un solo cuórum, algunos se preguntaron cómo era posible que ese cambio pudiera salir bien. Otros recibieron con gusto el cambio y buscaron maneras de entablar nuevas relaciones.

  • Cuando la ministración reemplazó al programa de orientación familiar y las maestras visitantes, algunos solamente vieron los desafíos y otros comenzaron a ministrar de una manera más elevada y santa.

  • Cuando el presidente Russell M. Nelson hizo hincapié en la necesidad de usar el nombre completo de la Iglesia, algunos vacilaron y dieron razones por las que era más fácil utilizar nombres más breves. Otros siguieron de inmediato la guía y hallaron maneras de usar el nombre tal como se ha dado en las Escrituras.

  • Cuando el horario de las reuniones del día de reposo se redujo de tres a dos horas, algunos sintieron que el tiempo para enseñar sería insuficiente y que los horarios serían confusos. Otros se adaptaron rápidamente al cambio.

Por supuesto que hay muchos más ejemplos, pero la lección es clara: cada desafío y cada obstáculo que afrontamos es una oportunidad para escoger, como hicieron Josué y Caleb, confiar en el Señor. El consejo “no seáis rebeldes […], ni temáis” (Números 14:9) fue un buen consejo para los hijos de Israel, y sigue siéndolo para cada uno de nosotros en la actualidad.

Imprimir