“¿Volveré a ver a mi madre?”, Liahona, diciembre de 2022.
Solo para versión digital: Retratos de fe
¿Volveré a ver a mi madre?
Mi experiencia en el templo purificó mi corazón. En ese momento, todo mi dolor y enojo desaparecieron.
Después de que mis padres se separaron, mi madre y mi hermano fueron a vivir con mi abuela. Poco tiempo después, nací en Matagalpa, Nicaragua. Dos años después de que yo naciera, mientras mi madre moría de cáncer, le pidió a mi padre que cuidara de nosotros. Él se rehusó.
Eso me hirió profundamente. Sin embargo, después de la muerte de mi madre, mi padre comenzó a cambiar y a visitarnos. Pero yo no sentía amor por él; estaba resentida con él. Seis años después de que mi madre falleciera, mi padre murió en un accidente automovilístico.
Debido a que él no había sido bueno con mi madre, yo tenía un mal concepto del matrimonio. Cuando tenía quince años, pensé seriamente en convertirme en monja para no tener que casarme. Pero una compañera de trabajo me dijo: “Hay muchas otras maneras de servir a Dios. Puedes casarte con un buen esposo y ambos pueden servir a Dios juntos. Pídele a Dios que te diga qué camino tomar”.
Pensé en sus palabras esa noche durante mi turno en el hospital. Cada vez que tenía problemas o desafíos, extrañaba a mi madre. Mientras revisaba los registros del hospital, me quedé dormida y soñé con ella.
En mi sueño, entré en una antigua iglesia y me senté en la primera fila. Cuando me di vuelta, vi a mi madre. Ella no dijo nada, pero tenía una mirada triste en el rostro y con un gesto me pidió que me fuera. Comprendí que ella no quería que yo me convirtiera en monja.
Después de mi sueño, mi tía y yo comenzamos a buscar una nueva iglesia a la que asistir. Visitamos varias. Me gustaban todas, pero no sentía que estuvieran en lo correcto. Queríamos una iglesia donde pudiéramos sentir la presencia de Dios.
Al visitar las diferentes iglesias, les hacía a sus líderes mis “grandes preguntas del alma”1. Les preguntaba: “¿Volveré a ver a mi madre? ¿Me reconocerá como su hija? ¿La reconoceré como mi madre?”. La mayoría de ellos me decían que la reconocería solo como mi hermana, no como mi madre. No pensé que eso fuera justo.
Tienes que hacer tu parte
Cuando conocí a los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, finalmente encontré las respuestas que estaba buscando.
“¿Me reconocerá mi madre como la bebé de dos años que perdió cuando murió?”, les pregunté.
“Sí”, respondieron, “y tú la reconocerás como tu madre”.
“¿Podré abrazarla otra vez?”
“Sí”, me dijeron, “pero para que eso suceda, tienes que hacer tu parte”.
“¿Qué debo hacer?”
“Déjanos enseñarte”, dijeron. “Luego, tienes que orar acerca de lo que aprendas. Y si sientes que lo que te enseñamos es verdad, debes ser bautizada”.
Ese mismo día también me enseñaron acerca del templo. Tuvimos una conversación muy especial. Sabía que lo que ellos enseñaban era verdad. Mi tía, dos de sus hijos y yo fuimos bautizados y confirmados dos meses después.
Después de bautizarnos, yo estaba ansiosa por que se efectuara la obra del templo por mi madre, pero no la de mi padre. Sin embargo, los misioneros me alentaron a hacerla.
“Es parte de lo que significa hacer tu parte”, dijeron. “Tu padre también está esperando que hagas la obra por él”.
Les dije que no me importaba. Todavía estaba enojada con él.
“Has encontrado el Evangelio”, me dijo mi tía. “Debes perdonarlo y hacer la obra por él”.
A regañadientes, acepté su consejo. Un año después de mi bautismo, llevé los nombres de mis padres al Templo de la Ciudad de Guatemala, Guatemala. Fue una experiencia poderosa y conmovedora. Fui bautizada por mi madre y por otras personas. Luego, nuestro presidente de rama se preparó para ser bautizado por mi padre. No quería verlo, así que comencé a marcharme.
Después de que el presidente de rama entró en la pila bautismal, escuché el nombre de mi padre durante la ordenanza. Inmediatamente después, sentí la presencia de mi padre. Esa experiencia me hizo sentir avergonzada por no querer que se hiciera la obra por él.
“Perdóname, Padre Celestial”, oré mientras comenzaba a llorar. “He sido egoísta”.
Cuando regresé a Nicaragua, fui al cementerio donde estaba enterrado mi padre. Por primera vez, visité su tumba y le coloqué flores. Le pedí que me perdonara y le dije que lo amaba. Entonces, lloré de nuevo.
Mi padre, al igual que mi madre, había estado esperando que llevara su nombre al templo, donde el Padre Celestial me permitió tener una experiencia maravillosa. Esa experiencia purificó mi corazón. En ese momento, todo el dolor y el enojo que había sentido contra él desaparecieron.
Por eso, estoy eternamente agradecida.