“El Mesías prometido”, Liahona, diciembre de 2022.
El Mesías prometido
Desde la época de Adán, Dios ha llamado a Sus siervos para testificar de la venida de un Mesías que ofrecería amor, esperanza y gozo.
No es de sorprender que al nacer Jesús en Belén se aparecieran ángeles y exclamaran: “Gloria a Dios en las alturas” (Lucas 2:14). Ellos se regocijaron al saber que aquel bebito abriría la puerta a la inmortalidad y a la vida eterna. Y fue perfectamente adecuado que una estrella apareciera para alumbrar el cielo y honrar la entrada a la vida terrenal del Hijo Unigénito de Dios Todopoderoso.
Los profetas habían testificado durante milenios del nacimiento de un Mesías prometido, alguien que iría a “redimir a todos los que crean en su nombre” (Helamán 14:2).
Isaías profetizó: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).
Miqueas proclamó: “Mas tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que será gobernante en Israel; y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2).
Nefi vio a una virgen “llevando a un niño en sus brazos” y un ángel le dijo que era “¡[…] el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno!” (1 Nefi 11:20, 21).
Cuando leo las promesas proféticas de Su nacimiento, especialmente durante la época navideña, siento que el Espíritu Santo testifica de nuevo que Jesucristo es el Mesías. Al estudiar las palabras del Salvador y Su vida, llegué a conocerlo y a amarlo por lo que Él ha hecho por cada uno de nosotros. El espíritu de amor es el espíritu de la Navidad.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
El don del Hijo de Dios es un don de valor incalculable. Él es el don que ilumina nuestro camino y nos eleva. Él es el don que nos sostiene a lo largo de los días difíciles de nuestra jornada terrenal. Él es el don que ofrece amor divino, esperanza duradera y verdadero gozo.
Amor divino
Cuando contemplamos la inmensidad de la creación que efectuó Jehová bajo la dirección de Su Padre, nos maravillamos naturalmente por Su poder y sentimos el deseo de adorarlo. Él sobresale por encima de nosotros; y, aun así, los acontecimientos en torno a Su humilde nacimiento terrenal generan un sentimiento de inmenso amor.
Jesús podría haber nacido en cualquier situación que el Padre escogiera. En cumplimiento de la profecía de Miqueas (véase Miqueas 5:2), Jesús nació en un pueblito en los montes de Judea. Humildes pastores le dieron la bienvenida; los magos siguieron una estrella para adorarlo. Los líderes políticos le temían. Sus padres tuvieron que huir a un país extranjero para salvarlo.
Cuando era seguro regresar, María y José fueron guiados a un pueblo común y corriente de las colinas de Galilea. Jesús pasó cerca de 30 años allí antes de comenzar Su ministerio público de amor.
Él eligió bajar de Su trono a la diestra del Padre y tomar sobre Sí la mortalidad. Lo hizo por amor a todos los hijos e hijas procreados como espíritus de Su Padre que nacerían en este mundo.
Durante Su ministerio, Jesús no hizo ninguna distinción entre ricos y pobres, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, sanos y enfermos. No rechazó a las personas de diferentes religiones o de diferentes entornos culturales. Él amó a todos y ama a todos.
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Y Él ha mandado: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Juan 15:12).
Esperanza del mundo
Un popular villancico de Navidad implora: “Oh ven, oh ven, Emanuel, y rescata al cautivo Israel”1.
Tal vez no estemos cautivos en Egipto ni en Babilonia, como lo fueron los israelitas de la antigüedad, pero no obstante, somos cautivos, cautivos del pecado y de la muerte. Y al igual que Israel de antaño, esperamos ser librados. El nacimiento de “un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11) anunciaba el cumplimiento de esa esperanza. Es por eso que cantamos de Belén: “Las esperanzas y los temores de todos los años se cumplen en ti esta noche”2.
El nacimiento, la vida, la crucifixión y la resurrección de Jesucristo constituyen “buenas nuevas” (Lucas 2:10) de sanación, libertad y liberación.
Al describir al Salvador, Isaías dijo: “El espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ha ungido Jehová para proclamar buenas nuevas a los mansos; me ha enviado a vendar a los quebrantados de corazón, a proclamar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel” (Isaías 61:1; cursiva agregada).
Recuerden que al comenzar Su ministerio terrenal, Jesucristo leyó esas palabras en una sinagoga de Nazaret. Luego declaró: “Hoy se ha cumplido este pasaje de las Escrituras en vuestros oídos” (Lucas 4:21).
Debido a que el Cristo niño llegó a ser el Mesías que magnificó Su ministerio y misión al hacer la voluntad del Padre, Él nos libera de la muerte espiritual y física.
“Él es el gran Rey Emanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero”3.
Gozo en el Señor
El bebé en el pesebre era el Hijo de Dios, enviado por el Padre como un don para convertirse en nuestro Salvador. Mediante el gozo que sentimos a causa de Su venida, nuestras cargas pueden aligerarse (véase Alma 33:23). Eso se debe a que el niño de Belén, que nos libera del pecado y de la muerte, también puede librarnos del pesar, la duda, el temor y el dolor.
Ustedes recuerdan las palabras que Jacob enseñó acerca de la venida del Santo de Israel:
“¡Oh, cuán grande es la santidad de nuestro Dios! Pues él sabe todas las cosas, y no existe nada sin que él lo sepa.
“Y viene al mundo para salvar a todos los hombres, si estos escuchan su voz; porque he aquí, él sufre los dolores de todos los hombres, sí, los dolores de toda criatura viviente, tanto hombres como mujeres y niños, que pertenecen a la familia de Adán.
“Y sufre esto a fin de que la resurrección llegue a todos los hombres, para que todos comparezcan ante él en el gran día del juicio” (2 Nefi 9:20–22).
Para tener el espíritu navideño, no solo leemos Sus palabras y estudiamos Su vida, sino que también actuamos de acuerdo con lo que aprendemos. Eso incluye alimentar a las ovejas del Salvador al congregarlas en Su redil. Nos congregamos al compartir el gozo que sentimos debido a Su nacimiento y a la restauración de Su evangelio. Si estamos en la senda que el Señor ha diseñado para nosotros, tendremos Su luz para mostrar a los demás el camino hacia Él.
La vida puede ser difícil y los momentos difíciles pueden amenazar nuestra fe. Cuando afrontamos pruebas y tragedias, tal vez nos preguntemos si nuestra fe en el Hijo de Dios es una vana esperanza. Pero las pruebas están diseñadas para acercarnos al Salvador a fin de que Él pueda hacernos más capaces de elevar a los demás hacia Él. Al compartir el “buen ánimo” (3 Nefi 1:13) de Su venida, levantamos la cabeza y ablandamos el corazón. Les prometo que llegará el día, si aún no lo ha hecho, en que se confirmará la fe de ustedes en Su venida. Ese será un día muy feliz.
La Navidad es una época de amor, esperanza y gozo. También es una época de adoración y reflexión. Durante la Navidad, creamos nuevos recuerdos y revivimos los antiguos. Extrañamos a familiares y amigos que han fallecido. Nos preguntamos a dónde han ido los años y qué traerá el nuevo año. Y en medio de nuestras reflexiones, le expresamos nuestra gratitud a Dios por el glorioso don llamado “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
Que el espíritu de ese regalo de Navidad les llene el corazón esta temporada y a lo largo del próximo año.