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Temas suplementarios
Celebraciones y festividades
(D-l) Propósito de las festividades
Casi universalmente el hombre espera anheloso sus días de festividades o feriados, siendo que ellos representan un alto en la rutina diaria de esfuerzos por mantener la existencia. El Señor mismo ha reconocido ese beneficio desde las épocas más remotas. Sabiendo que una sucesión interminable de días laborales puede tornar al hombre duro e insensible a los susurros del Espíritu, el Señor instituyó los feriados. En lugar de solamente apartar días especiales para salir de la rutina, en la dispensación mosaica el Señor estableció días santos que también servirían para satisfacer un propósito espiritual. Las festividades y celebraciones fueron dadas por revelación para elevar el espíritu así como para descansar el cuerpo. De la misma manera que las demás secciones de la ley mosaica, las festividades y celebraciones también se hacían teniendo en mente a Cristo.
(D-2) El día de reposo (Shabbat)
El más importante y más frecuente de los días sacros del Señor era el sábado (día de reposo). Era un descanso regular en lo que de otro modo podía llegar a ser una ardua monotonía. En este día, como en todos los días santos, el Señor daba a los hombres un descanso con relación al mandamiento que había dado a Adán de ganar el pan por esfuerzo propio “todos los días de tu vida” (Génesis 3:17; cursiva agregada). El hombre tenía permiso de descansar un día de cada siete, para renovarse y recordar. En este día tenía que recordar tres acontecimientos importantes: (1) que la Creación fue un acto del Señor Jesucristo para el progreso de la humanidad; (2) que la liberación de Israel del cautiverio en Egipto fue lograda mediante el poder de Jehová; y (3) que la resurrección de Cristo traería la promesa de inmortalidad para la humanidad. (Véase el encabezamiento 11-8 para más detalles sobre el día de reposo.)
Dejando su propio trabajo y recordando la obra del Señor, la cual es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39), el hombre se acercaba a Dios. Este era el propósito de todas las festividades y celebraciones, así como el propósito del día del reposo. En todos los días sacros se podía ver la realización de ordenanzas y ritos que ayudaban a Israel a recordar a su Libertador y Redentor y a renovar sus convenios con El. Cada día santo era una celebración que se observaba mediante festejos y ceremonias o convocaciones solemnes, ayuno y oración.
(D-3) Los días santos del antiguo Israel
Aunque los antiguos israelitas tenían muchos días del año apartados para festividades o ayuno y oración, cuatro, además de los días de reposo, eran de particular importancia: la fiesta de la Pascua, la de Pentecostés, el Día de la Expiación y la fiesta de los Tabernáculos. Las fiestas de Pascua, Pentecostés y de los Tabernáculos eran festividades que se celebraban con júbilo y que tenían su origen en acontecimientos históricos o en el ciclo de la cosecha. El Día de la Expiación era un período de contrición y arrepentimiento nacional.
El Señor estableció días santos para Israel. En ellos todo varón israelita tenía el mandamiento de mostrarse “delante de Jehová tu Dios” (o sea, asistir al tabernáculo, o, más adelante, al templo) como símbolo de su alianza con su Hacedor (Deuteronomio 16:16; véase también Levítico 16:29-34). De esta forma Israel recibió anualmente cuatro oportunidades de hacer una pausa y reflexionar en cuanto a las bendiciones de Dios. Además, cada día santo fue instituido para recalcar un aspecto particular de la naturaleza y misión del Señor Jesucristo.
(D-4) La fiesta de la Pascua (Pesach)
La fiesta de la Pascua, igual que la fiesta de los panes sin levadura, conmemoraba la liberación del cautiverio en Egipto. El festival comenzaba el quinto día de Nisán (a fines de marzo) y continuaba durante siete días. La parte principal de la celebración era la comida de la Pascua, que consistía de hierbas amargas, pan sin levadura y cordero asado. Se mataba al cordero la víspera de la fiesta y el padre de cada familia mojaba con la sangre del animal el marco de la puerta y el umbral de la casa. La preparación de la cena y la cena misma estaban gobernadas por reglas estrictas. El cordero tenía que ser asado entero, teniendo buen cuidado de no quebrar ninguno de sus huesos. Los integrantes de la familia se ponían de pie y comían apresuradamente. El sobrante de la comida tenía que ser consumido en el fuego.
El ritual servía para que Israel recordara los días de esclavitud en Egipto cuando la vida, representada por las hierbas, había sido ciertamente amarga y los ayudaba a recordar que fueron librados por el Señor cuando comieron pan sin levadura por siete días y el pueblo esperaba la señal de empezar su viaje hacia la libertad.
Pero el significado principal del ritual no era histórico. Los detalles de las ceremonias testificaban no solamente de la liberación de Israel sino también de su Libertador. (Véase el capítulo 10 para mayores detalles en cuanto al propósito de la celebración de la Pascua.)
(D-5) La fiesta de las Semanas (Shavuot, o Pentecostés)
El segundo gran festival que se conmemoraba en el antiguo Israel era la fiesta de las Semanas, conocida por los cristianos como Pentecostés. El vocablo pentecostés viene del griego y significa “el quincuagésimo día”. La festividad, de un día de duración, se celebraba siete semanas o cuarenta y nueve días después de la Pascua. Tenía lugar a fines de mayo o en los primeros días de junio. El tiempo en que ocurría era importante, pues indicaba el comienzo de la cosecha del trigo. Las ofrendas puestas sobre el gran altar en ese día consistían en gavillas de trigo y significaban para los presentes que mientras el hombre ara la tierra, siembra la semilla y levanta la cosecha, Dios es el verdadero dador del producto. Es El quien creó la tierra y le dio fuerza para producir fruto. Es El quien envía la lluvia y hace que el sol brille a fin de que todo ser vivo crezca. Uno de los propósitos de la festividad era que todo Israel dijera ciertamente: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmos 24:1).
Sin embargo, se puede ver mayor importancia en los sacrificios ofrendados en ese día. Dos corderos, un becerro y dos carneros eran ofrecidos como ofrenda por el pecado y ofrenda de paz, y eran quemados sobre el altar del sacrificio. Esos sacrificios indicaban que el propósito de la fiesta era para que Israel obtuviera la remisión de los pecados y alcanzara la reconciliación con Dios. El sacrificio de animales no podía en sí acarrear esta expiación y reconciliación, más bien simbolizaba la sangre expiatoria de Cristo y su sacrificio, así como la influencia purgatoria y san-tificadora del Espíritu Santo, la cual es como un fuego purificador que consume todas las cosas corruptibles. El quemar los sacrificios sobre el gran altar significaba la forma en que los pecados de Israel serían verdaderamente expiados. El élder Bruce R. McConkie comentó el significado simbólico de la festividad y lo que sucedió poco después de la Resurrección en el día de Pentecostés:
“Al acabarse la antigua dispensación e iniciarse la nueva, la festividad de Pentecostés dejó de considerarse tiempo autorizado de adoración religiosa. Y es significativo que el Señor eligiera el día de Pentecostés, que había surgido del último festejo de la Pascua, como ocasión para demostrar que todo lo que estaba comprendido en el fuego del sacrificio que se había usado en el pasado se había cumplido. El fuego es un agente purificador. La suciedad y la enfermedad mueren en sus llamas. El bautismo de fuego, el cual Juan prometió que Cristo traería, significa que cuando los hombres reciben la compañía del Espíritu Santo, el mal y la iniquidad son quemados y sacados de su alma como si fuera con fuego. El poder santificador de ese miembro de la Trinidad los limpia. Figurativamente, todos los fuegos de los altares del pasado, al quemar la carne de los animales, significaban que la purificación espiritual vendría mediante el Espíritu Santo, al que el Padre enviaría por causa del Hijo. En aquel primer día de Pentecostés de la que se ha llamado la era cristiana, tales fuegos habrían efectuado la purificación que simbolizaban si el antiguo sistema hubiera prevalecido. En cambio, ¡cuán apropiado fue que el Señor eligiera ese mismo día para enviar fuego viviente desde los cielos, por así decir, fuego que moraría en el corazón de los hombres y reemplazaría para siempre a todos los fuegos de los altares antiguos! Y así fue que ‘cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo’ (Hechos 2:1-4).” (The Promised Messiah, págs. 431-32.)
(D-6) El día de la Expiación (Yom Kippur)
De todas las celebraciones religiosas del calendario hebreo, el Día de la Expiación era la más solemne y sagrada. Todo trabajo manual se detenía y no había festejo ni alegría. En cambio era una ocasión para “afligir” el alma mediante el ayuno, un día para purificarse del pecado, un día de oración, meditación profunda, contrición del alma (véase Levítico 16:29).
En las observancias del Día de la Expiación, se encuentra el núcleo de toda la ley mosaica, esto es, la expiación del Señor Jesucristo
“Esto es lo que la ley de Moisés trata. La ley en sí fue dada para que los hombres creyeran en Cristo y supieran que la salvación viene en y mediante su sacrificio expiatorio y en ninguna otra forma. Todo principio, todo precepto, toda enseñanza doctrinal, todo rito, ordenanza y celebración, toda palabra y acto, en fin, todo lo que pertenece a estas cosas fue revelado durante el ministerio de Moisés y el de todos los profetas que lo sucedieron; todo ello fue programado y preparado para permitir que los hombres creyeran en Cristo, para que se sometieran a sus leyes y obtuvieran las bendiciones plenas de aquella Expiación que solamente El podía darles. Y los simbolismos principales, las semejanzas más perfectas, los tipos y modelos sin par, eran expuestos delante de todo el pueblo una vez al año, el Día de la Expiación.
“Un día cada año, el décimo día del séptimo mes, el sumo sacerdote de Israel en el orden levítico, el que se sentaba en la silla de Aarón, tenía el privilegio de entrar en el Lugar Santísimo en la casa del Señor, como si entrara a la presencia de Jehová, y allí hacía expiación por los pecados del pueblo. En el curso de tanto simbolismo, se purificaba a sí mismo; también purificaba al santuario, a los poseedores del sacerdocio y a todo el pueblo. Se mataban los animales destinados al sacrificio y la sangre de éstos se derramaba sobre el propiciatorio y delante del altar; se quemaba incienso y se llevaba a la práctica todas las semejanzas y el simbolismo de las ordenanzas del rescate. Una cosa, aplicable solamente a este día, era de gran significado: se escogía a dos machos cabríos, se echaban suertes y el nombre de Jehová era puesto sobre uno de ellos; el otro recibía el nombre de Azazel, el macho cabrío de la liberación. El que era del Señor era sacrificado tal como lo sería el Gran Jehová a su debido tiempo, pero sobre el otro se descargaban todos los pecados del pueblo, carga que este macho cabrío llevaba al desierto cuando se le dejaba en libertad. El sumo sacerdote, tal como lo requería la ley, ponía las ‘manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo’ y confesaba ‘sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío’. Así el animal llevaba sobre sí los pecados del pueblo ‘a la tierra inhabitada’, tal como el Mesías prometido llevaría sobre sí los pecados de muchos.’Porque en este día se hará expiación por vosotros’, dijo Moisés, ‘y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová’ (Lv. 16).
“Sabiendo, tal como sabemos, que los pecados son remitidos en las aguas del bautismo, que los bautismos eran comunes en Israel y que debe haber una manera en que los penitentes se liberen de los pecados cometidos después del bautismo, vemos en las ceremonias anuales del Día de la Expiación uno de los medios proporcionados por el Señor para renovar el convenio hecho en las aguas bautismales y para recibir de nuevo la pureza que proviene de la plena obediencia a la ley. En nuestros días obtenemos un estado similar de pureza participando dignamente de la Santa Cena.
“El simbolismo y significado de las ordenanzas y ceremonias realizadas el Día de la Expiación son establecidos por Pablo en su Epístola a los Hebreos. Al tabernáculo-templo lo llama ‘un santuario terrenal’ en el cual las ordenanzas del sacrificio eran realizadas anualmente por los sacerdotes levíticos para expiar los pecados de los hombres y para prepararlos para entrar al Lugar Santísimo. Estas ordenanzas estarían vigentes ‘hasta el tiempo de reformar las cosas’, cuando Cristo vendría como sumo sacerdote del ‘más amplio y más perfecto tabernáculo’ a prepararse y preparar a todos los hombres, mediante el derramamiento de su propia sangre, para obtener ‘eterna redención’ en el tabernáculo celestial. El antiguo convenio no era sino ‘la sombra de los bienes venideros…porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados…pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios’ (He. 9 y 10). ¡Cuán perfectamente las ordenanzas mosaicas testifican de Aquel mediante quien viene la salvación y en cuyo santo nombre todos los hombres son mandados adorar al Padre Eterno para siempre jamás!” (McConkie, The Promised Messiah, págs. 435-37.)
(D-7) La fiesta de los Tabernáculos (Succoth)
La fiesta de los Tabernáculos (también llamada la fiesta de las enramadas o de la cosecha) tenía lugar cinco días después del Día de la Expiación, el décimo quinto de Tishri, séptimo mes del calendario hebreo, el cual corresponde a finales de septiembre o primera parte de octubre. La fiesta de los Tabernáculos comenzaba y terminaba en día de reposo y tenía, por lo tanto, ocho días de duración.
Parte de esta celebración consistía en la construcción de pequeñas chozas, o enramadas (succoth, en hebreo) hechas con ramas. El pueblo se alojaba en ellas mientras duraban los festejos. Este requisito hacía que el pueblo recordara la bondad del Señor durante su viaje de cuarenta años por el desierto de Sinaí y la bendición que tenían de vivir permanentemente en la tierra prometida, si eran obedientes
“En la fiesta de la Pascua se ofrecían más sacrificios que en cualquier otra porque cada familia o grupo mataba y comía un cordero, pero en la fiesta de los Tabernáculos los sacerdotes ofrecían más sacrificios de becerros, carneros, corderos y machos cabríos por la redención de la nación que los que se hacían en todas las festividades israelitas juntas. El hecho de que ésta festejaba el final del ciclo de toda la cosecha representa la realidad espiritual de que es misión de la casa de Israel recoger a todas las naciones para Jehová, proceso que ahora está en marcha, pero que no será completado hasta el Milenio cuando ‘Jehová será rey sobre toda la tierra’ y reinará personalmente en ella. Entonces se cumplirá lo que está escrito: ‘Y todos los que sobrevivieren de las naciones…subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia”. (Zac. 14:9-21.) Ese será el día en el que la ley saldrá de Sión y la palabra del Señor de Jerusalén. Naturalmente, cuando la fiesta de los Tabernáculos sea observada en ese tiempo, sus ceremonias rituales se sujetarán al nuevo orden del evangelio y no al orden mosaico del pasado.
“Como parte de la fiesta de los Tabernáculos había también una convocación santa, la cual en este caso también era llamada asamblea solemne. En nuestras asambleas solemnes gritamos el Hosanna, expresión que estaba asociada también en la antigüedad con la fiesta de los Tabernáculos, con la excepción de que los habitantes del antiguo Israel mecían ramas de palmera en lugar de pañuelos blancos al regocijarse en exclamaciones tales como ‘Hosanna, Hosanna, Hosanna a Dios y al Cordero’. En la época de Jesucristo se habían agregado ya algunos rituales a la festividad, incluyendo la visita que hacía el sacerdote al pozo de Siloé, donde sacaba agua en una jarra de oro, la llevaba al templo y la volcaba en un recipiente al pie del altar. Al hacer esto el coro cantaba el Hallel, el cual consistía en los Salmos 113 al 118. ‘Al llegar a las partes que dicen “Alabad el nombre de Jehová”, “Jehová se acordó de nosotros” y nuevamente “Alabad a Jehová”, y una vez más al final al llegar a “Alabad a Jehová”, todos los adoradores mecían sus lulavs (ramas de palmera) hacia el altar’, lo cual es bastante semejante a lo que hacemos hoy en día en el grito de Hosanna. ‘Por lo tanto, cuando las multitudes de Jerusalén, al recibir a Jesús, “tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna al Hijo de David!” (véase Mateo 21:9; Juan 12:13) ellos aplicaron, para referirse a Cristo, lo que era considerada una de las ceremonias principales de la fiesta de los Tabernáculos, orando para que Dios desde “los cielos” manifestara y enviara aquella salvación prometida en el Hijo de David, la cual fue simbolizada al volcar el agua.’ (Alfred Edersheim, The Temple, pág. 279.)” (McConkie, The Promised Messiah, págs. 433-34.)