Instituto
27 Nos proclamamos libres


“Nos proclamamos libres”, capítulo 27 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815–1846, 2018

Capítulo 27: “Nos proclamamos libres”

Capítulo 27

Caravana para ir a Misuri

Nos proclamamos libres

A mediados de junio de 1838, Wilford Woodruff llegó una vez más a la entrada [de la casa] de sus padres, decidido a compartir con ellos el evangelio restaurado de Jesucristo. Tras crear una rama en las islas Fox, regresó a tierra firme para visitar a Phebe, que pronto daría a luz a su primer hijo. Entonces dedicó tiempo para predicar en Boston, Nueva York y otras ciudades a lo largo de la costa. La casa de sus padres fue su última parada antes de regresar al norte1.

Nada deseaba Wilford tanto como ver que su familia abrazara la verdad. Su padre, Aphek, había pasado toda su vida buscando la verdad, sin resultado alguno. Su hermana Eunice también anhelaba más luz en su vida2. Sin embargo, a medida que Wilford hablaba con ellos acerca de la Iglesia durante varios días, sintió que algo les impedía aceptar sus enseñanzas.

“Estos son días de gran incertidumbre”, señaló Wilford3. Se le agotaba el tiempo en su hogar. Si se quedaba más tiempo con sus padres se perdería el nacimiento del bebé.

Wilford oró con más fervor por su familia, pero ellos se volvieron aún menos entusiastas para aceptar el bautismo. “El diablo sobrevino sobre la familia entera con gran ira y tentaciones”, escribió en confidencia en su diario personal4.

El 1 de julio, predicó una vez más a su familia, declarando las palabras de Cristo tan fervientemente como pudo. Finalmente, sus palabras llegaron a sus corazones y sus inquietudes se disiparon. Sintieron el espíritu de Dios y supieron que lo que Wilford había dicho era verdad. Estaban listos para actuar.

Wilford llevó a su familia de inmediato a un canal cerca de su casa. Cantaron un himno en la orilla del agua y Wilford hizo una oración. Entonces entró en el agua y bautizó a su padre, su madrastra y su hermana, junto con una tía, una prima y un amigo de la familia.

Cuando levantó a la última persona del agua, Wilford salió del canal, regocijándose. “No olvides esto —dijo para sí—. Considéralo como la misericordia de tu Dios”.

Con su cabello y la ropa escurriendo, la familia regresó a la casa. Wilford colocó sus manos sobre sus cabezas, uno por uno, y los confirmó miembros de la Iglesia5.

Dos días después, se despidió de sus padres y se apresuró a Maine, con la esperanza de llegar a tiempo para recibir a su primer hijo6.


Esa primavera y verano, los santos se congregaron en Misuri en multitudes. John Page, un misionero que había tenido mucho éxito en Canadá, partió para Sion encabezando una compañía grande de conversos del área de Toronto7. En Kirtland, el Cuórum de los Setenta trabajó para preparar a las familias pobres para viajar juntas a Misuri. Al compartir recursos y ayudarse mutuamente en el camino, esperaban llegar a salvo a la tierra prometida8.

Los santos en Far West hicieron un desfile el 4 de julio para celebrar el día de la independencia de la nación y para colocar las piedras angulares del nuevo templo. Al frente del desfile estaban Joseph Smith, padre, y una pequeña unidad militar. Detrás de ellos venían la Primera Presidencia y otros líderes de la Iglesia, incluyendo al arquitecto del templo. Una unidad de caballería marcaba con satisfacción el final9.

Al marchar con los santos, Sidney Rigdon pudo ver su unidad. Sin embargo, durante las últimas semanas, la Iglesia había disciplinado a más disidentes. Poco después de la audiencia de Oliver Cowdery, el sumo consejo había excomulgado a David Whitmer y a Lyman Johnson10. No mucho después de eso, el consejo del obispo había reprendido a William McLellin por perder confianza en la Primera Presidencia y satisfacer deseos lujuriosos11.

Desde entonces William se había apartado de la Iglesia y se retiró de Far West, pero Oliver, David, y otros disidentes habían permanecido en el área. En junio, Sidney condenó a esos hombres públicamente. Haciendo eco de las palabras del Sermón del Monte, los comparó con la sal que ha perdido su sabor, que no sirve para nada sino para ser echada fuera y hollada bajo los pies. Más adelante, José expresó su apoyo a la reprimenda, aunque instó a los santos a obedecer la ley al enfrentarse con la disensión12.

El sermón de Sidney había alentado a algunos santos que se habían aliado una semana antes para defender a la Iglesia en contra de los disidentes13. Esos hombres fueron llamados de varias maneras, pero eran mejor conocidos como los danitas, según la tribu de Dan del Antiguo Testamento. José no organizó al grupo, sin embargo, es probable que autorizara algunas de sus acciones14.

En su afán por defender a la Iglesia, los danitas se juramentaron para proteger los derechos de los santos contra lo que consideraron como amenazas tanto dentro como fuera de la Iglesia. Muchos de ellos habían visto la manera en la que la disensión había destruido a la comunidad en Kirtland, había puesto a José y a los demás en riesgo de los ataques del populacho y había puesto en peligro los ideales de Sion. Juntos se comprometieron a proteger a la comunidad en Far West contra cualquier amenaza similar.

Cerca del tiempo en el que Sidney condenó públicamente a los disidentes, los danitas habían advertido a Oliver, David y a otras personas que abandonaran el condado de Caldwell o enfrentaran las terribles consecuencias. A los pocos días, los hombres huyeron de la zona por su propio bien15.

Al llegar el desfile del 4 de julio a la plaza del pueblo, los santos levantaron la bandera estadounidense en lo alto de un palo y caminaron alrededor del lugar de la excavación para el templo. Desde las orillas de la zona de trabajo contemplaron a los trabajadores que colocaron cuidadosamente las piedras angulares en su sitio. Entonces, Sidney subió a una plataforma cercana para dirigirse a la congregación16.

Siguiendo la tradición estadounidense de dar discursos fervientes y emotivos en el Día de la Independencia, Sidney habló con fuerza a los santos acerca de la libertad, la persecución que habían soportado y la función importante de los templos en su educación espiritual. Al final del discurso, advirtió a los enemigos de la Iglesia que dejaran en paz a los santos.

“Nuestros derechos no deben ser pisoteados con impunidad —afirmó—. El hombre o grupo de hombres que intente hacerlo, lo hará a expensas de su vida”.

Los santos no serían los agresores, aseguró a su audiencia, sino que defenderían sus derechos. “Aquel populacho que viene a perturbarnos —exclamó—, causará entre ellos y nosotros una guerra de exterminación, ya que los seguiremos hasta que la última gota de su sangre se derrame, o hasta que nos exterminen”.

Los santos ya no abandonarían sus hogares o cosechas. Ya no soportarían sumisamente su persecución. “Entonces, el día de hoy nos proclamamos libres —Sidney declaró—, ¡con un propósito y una determinación que nunca podrán romperse! No, nunca!17.

“¡Hosanna! —los santos aclamaron—. ¡Hosanna!”18.


Mientras los santos se reunían en Far West, un misionero llamado Elijah Able estaba predicando en el este de Canadá, a cientos de kilómetros de distancia. Una noche tuvo un sueño inquietante. Vio a Eunice Franklin, una mujer que había bautizado en Nueva York, atormentada con dudas respecto al Libro de Mormón y a José Smith. Su incertidumbre le quitaba el sueño. No podía comer. Se sentía engañada19.

Elijah salió de inmediato hacia Nueva York. Había conocido a Eunice y a su esposo, Charles, esa primavera mientras predicaba en su localidad20. El sermón que Elijah les había predicado era natural y tosco. Al ser un hombre negro que había nacido en la pobreza, había tenido pocas oportunidades de formación académica.

No obstante, al igual que otros misioneros, había sido ordenado al Sacerdocio de Melquisedec, participó de las ordenanzas en el templo de Kirtland y recibió la investidura de poder21. Sus carencias de educación las compensaba con fe y el poder del Espíritu.

Su sermón había emocionado a Eunice, pero Charles se levantó más tarde y trató de discutir con él. Elijah se acercó a Charles, colocó su mano sobre su hombro y dijo: “Mañana vendré a verte y conversaremos”.

Al día siguiente Elijah visitó la casa de los Franklin y les enseñó acerca de José Smith, pero Charles seguía sin convencerse.

—¿Requieres una señal para que te haga creer? —le preguntó Elijah.

—Sí —dijo Charles.

—Tendrás lo que has pedido —dijo Elijah—, pero te hará doler el corazón.

Cuando Elijah regresó poco tiempo después, se enteró de que Charles había sufrido muchos pesares antes de que finalmente orara pidiendo perdón. Para entonces, él y Eunice estaban listos para unirse a la Iglesia, y Elijah los bautizó22.

Eunice había estado segura respecto a su fe hasta el momento. ¿Qué le había ocurrido entonces?


Poco tiempo después, un domingo por la mañana, Eunice se sorprendió al encontrar a Elijah de pie frente a su puerta. Ella había estado acumulando cosas que deseaba decirle cuando lo volviera a ver. Deseaba decirle que el Libro de Mormón era una obra de ficción y que José Smith era un profeta falso, pero cuando vio a Elijah en su puerta, ella en cambio lo invitó a pasar.

“Hermana —dijo Elijah después de conversar un poco—, ustedes no han sido tentados tanto como el Salvador lo fue después que fue bautizado. Él fue tentado de una manera y ustedes de otra”. Dijo a Eunice y a Charles que iba a predicar por la tarde en una escuela cercana. Les pidió que lo dijeran a sus vecinos, y después se despidió.

Eunice no quería ir a la reunión, pero esa misma tarde se volvió a su esposo y dijo: “Iré y veré qué resulta de esto”.

Cuando se sentó en la escuela, Eunice nuevamente fue conmovida por las palabras de Elijah. Él predicó respecto a un versículo del Nuevo Testamento. “Amados —leyó—, no os asombréis del fuego de prueba que os ha sobrevenido para poneros a prueba”23. La voz de Elijah y el mensaje del Evangelio restaurado abrieron el corazón de Eunice al Espíritu. La certeza que alguna vez había sentido regresó desbordándose. Sabía que José Smith era un profeta de Dios y que el Libro de Mormón era verdadero.

Elijah le prometió a Eunice que regresaría en dos semanas; pero después de que partió, Eunice vio volantes en el pueblo que falsamente afirmaban que Elijah había asesinado a una mujer y a cinco niños. Los volantes ofrecían una recompensa por su captura.

“¿Ahora qué opinas de tu misionero mormón?”, preguntaron algunos de sus vecinos. Juraron que se arrestaría a Elijah antes de que tuviera otra oportunidad de predicar en su pueblo.

Eunice no creía que Elijah hubiera asesinado a alguien. “Vendrá a cumplir con su cita —dijo ella—, y Dios lo protegerá”24.

Ella sospechó que los opositores de la Iglesia habían inventado la historia. No era raro que la gente blanca esparciera mentiras acerca de la gente de color, incluso en lugares en los que la esclavitud era ilegal. Las costumbres y las leyes restringían la interacción entre la gente de raza negra y la gente blanca y, en ocasiones, las personas encontraban maneras crueles para imponerlas25.

Tal como lo prometió, Elijah regresó después de dos semanas para predicar otro sermón. La escuela estaba llena. Todos los que estaban ahí parecían querer verlo arrestado, o algo peor.

Elijah tomó un asiento. Después de poco tiempo se puso de pie y dijo: “Mis amigos, se ha publicado que he asesinado a una mujer y a cinco niños y se ofrece una gran recompensa por mi persona. Bien, pues aquí estoy”.

Eunice recorrió la habitación con la vista. Nadie se movió.

“Si alguien tiene algún asunto conmigo, este es el momento —continuó Elijah—. Pero después de que comience mis servicios, no se atrevan a echar mano de mí”.

Elijah hizo una pausa, esperando la respuesta. La congregación lo miró en silencio con asombro. Pasó un poco de tiempo y él cantó un himno, ofreció una oración y dio un sermón poderoso.

Antes de dejar el pueblo, Elijah habló con Eunice y Charles. Les aconsejó, “vendan sus propiedades y vayan hacia el oeste”. El prejuicio en contra de los santos aumentaba en el área, y había una rama de la Iglesia a sesenta y cinco kilómetros de distancia. El Señor no quería que su pueblo viviera su religión solo.

Eunice y Charles, siguieron su consejo y pronto se reunieron con la rama26.


En Misuri, José era optimista en cuanto al futuro de la Iglesia. Había publicado un volante con el discurso que Sidney había dado el 4 de julio. Quería que todos en Misuri supieran que los santos ya no se intimidarían por los populachos y los disidentes27.

Lo agobiaban muchos de los problemas antiguos. Gran parte de la deuda de la Iglesia todavía estaba sin pagar, y muchos de los santos habían quedados desamparados por la continua persecución, los problemas económicos nacionales, el colapso financiero en Kirtland y el costoso traslado a Misuri. Además, el Señor había prohibido a la Primera Presidencia que pidiera más dinero prestado28. La Iglesia necesitaba fondos, pero todavía no tenía ningún sistema fiable para recaudarlos29.

No hacía mucho, los obispos de la Iglesia, Edward Partridge y Newel Whitney, habían propuesto el diezmo como una manera de obedecer la ley de consagración. José sabía que los santos debían consagrar sus propiedades, pero no estaba seguro de cuánto requería el Señor como diezmo30.

José también se preocupaba por el Cuórum de los Doce. Dos días antes, una carta de Heber Kimball y Orson Hyde llegó a Far West, informando que ambos apóstoles habían llegado bien a Kirtland después de su misión en Inglaterra. Heber se había reunido con Vilate y sus hijos, y se estaban preparando para trasladarse a Misuri31. Otros seis apóstoles —Thomas Marsh, David Patten, Brigham Young, Parley, Orson Pratt y William Smith— se encontraban en Misuri, o en misiones, y seguían firmes en su fe, pero los cuatro apóstoles restantes habían dejado la Iglesia, dejando vacantes en el cuórum32.

El 8 de julio, José y otros líderes oraron en cuanto a esos problemas y recibieron un torrente de revelación. El Señor nombró a un santo llamado Oliver Granger para representar a la Primera Presidencia respecto al pago de las deudas de la Iglesia. Las propiedades que los santos habían abandonado en Kirtland estaban a punto de venderse y [los pagos] debían aplicarse a la deuda33.

Entonces, el Señor respondió las preguntas de José respecto al diezmo: “… Requiero que todos sus bienes sobrantes se pongan en manos del obispo de mi iglesia en Sion —Él declaró—, para la construcción de mi casa, para poner el fundamento de Sion”. Después de ofrecer lo que pudieran —prosiguió el Señor— los santos debían pagar una décima parte de su interés anualmente año tras año.

“… Si mi pueblo no observa esta ley para guardarla santa —el Señor declaró—, … no será para vosotros una tierra de Sion”34.

Con respecto a los Doce, el Señor mandó a Thomas Marsh que permaneciera en Far West para ayudar con las publicaciones de la Iglesia y llamó a los otros apóstoles a predicar. “… Si lo hacen con corazones sumisos, con mansedumbre, humildad y longanimidad, yo, el Señor, les prometo abastecer a sus familias; y les será abierta una puerta eficaz desde ahora en adelante”.

El Señor quería que los Doce fueran al extranjero el año siguiente. Dio instrucciones al Cuórum para que se reunieran en el terreno del templo en Far West el 26 de abril de 1839, a poco menos de un año a partir de la fecha, y se embarcaran en otra misión a Inglaterra35.

Por último, el Señor nombró a cuatro hombres para llenar las vacantes en el cuórum. Dos de los nuevos apóstoles, John Taylor y John Page, estaban en Canadá. Willard Richards, estaba prestando servicio en la presidencia de misión en Inglaterra. El cuarto, Wilford Woodruff, estaba en Maine, a pocos días de convertirse en padre36.


Phebe Woodruff dio a luz a una hija, Sarah Emma, el 14 de julio. Wilford estaba lleno de alegría ya que la bebé estaba sana y su esposa había estado bien en el parto37. Mientras ella se recuperaba, Wilford pasó el tiempo haciendo algunos trabajos para Sarah, la hermana de Phebe, que era viuda. “Pasé el día cortando el césped —escribió en su diario personal—. Ya que no es un trabajo que hago habitualmente, me sentí agotado por la noche”38.

Varios días después, se enteró por un mensaje de Joseph Ball, un misionero que trabajaba en las islas Fox, que los disidentes de Kirtland habían enviado cartas a los conversos de Wilford en ese lugar, tratando de desestabilizar su fe. La mayoría de los santos en las islas Fox habían ignorado las cartas, pero unos pocos habían dejado la Iglesia, incluyendo a algunos que Wilford deseaba llevar a Misuri más adelante en ese año39.

Dos semanas después del nacimiento de Sarah Emma, Wilford se apresuró a las islas Fox, para fortalecer a los santos y ayudarlos a prepararse para el viaje a Sion. “¡Oh Dios mío, prospera mi camino! —oró Wilford al dejar a Phebe—. Bendice en mi ausencia a mi esposa y a la bebé que nos has dado”40.

Llegó a las islas, poco más de una semana después; allí le esperaba una carta de Thomas Marsh, desde Misuri. “El Señor ha mandado que los Doce se reúnan en este lugar tan pronto como sea posible —decía—. Sepa entonces, hermano Woodruff, que eso significa que se le ha llamado para ocupar el lugar de uno de los Doce Apóstoles”. El Señor esperaba que Wilford se dirigiera a Far West, tan pronto como le fuera posible a fin de prepararse para una misión en Inglaterra.

Wilford no estaba completamente sorprendido por la noticia. Unas semanas antes, había recibido la impresión de que sería llamado como apóstol, pero no lo había dicho a nadie. Sin embargo, esa noche estuvo recostado despierto, miles de pensamientos cruzaban por su mente41.