A gusto en Mozambique
Por medio de su dedicado servicio, los jóvenes de Mozambique ayudan a otras personas a sentirse a gusto.
Mozambique. Ese nombre evoca en algunas personas imágenes de animales exóticos, exuberante vegetación o playas de arena blanca. Lo más probable es que la mayoría de los que lo oigan vayan a buscar un mapa para descubrir dónde se encuentra en el sudeste de África. Pero para María da Conceição, es su tierra. Y gracias a los esfuerzos de los miembros de la Rama Inhamízua y de unos cuantos misioneros, María cuenta ahora con un lugar propio al que puede llamar hogar.
María es una mujer diminuta con un espíritu gigante. Al ser abandonada por el marido y la hija mayor, se quedó sola para criar a sus dos hijos pequeños. Discapacitada por una debilitante enfermedad congénita, tenía que luchar mes a mes para pagar el alquiler. En un país con alto índice de desempleo, es casi imposible conseguir trabajo y tener suficiente dinero; sin embargo, ella se las arreglaba para vivir con sus escasos medios y hacer lo mejor posible.
Yo fui misionero de tiempo completo en Mozambique, y cuando conocí a María, su actitud positiva y su amor por la vida me impresionaron. Ella trabajaba sin descanso en su machamba (huerto) a fin de proveer lo necesario para sus dos niños y para sí misma y pagar el alquiler de su pequeña choza de barro.
Los miembros de la Iglesia contribuían con alimentos y atención médica. Trágicamente, en el término de tres semanas murieron sus dos hijos al ser atacados por una enfermedad y no tener acceso a instalaciones médicas apropiadas. La muerte y el sufrimiento son comunes en Mozambique.
Como presidente de nuestra minúscula rama, sentía una gran preocupación por la situación de María. Tanto los adultos como los jóvenes miembros de la rama, que estaba muy aislada, hacían todo lo posible por ayudarle; algunos de ellos trabajaban en la machamba, otros ofrecían alimentos y había unos cuantos que incluso ayudaban a pagar el alquiler. Pero a ella le hacía falta una solución permanente.
Una noche, tarde ya, mientras meditaba y trataba de encontrar una solución, recibí inspiración en forma de una idea: la de organizar con la juventud un proyecto intensivo para construirle una casa a María. Mi compañero, el élder Bis-Neto, y yo propusimos nuestra idea a los miembros más jóvenes de la rama, quienes la aceptaron entusiasmados. El dinero escaseaba y había mucho trabajo para hacer, pero con muchas manos dispuestas y una visión de la casa tradicional africana de barro y estacas, el plan se formó y los jóvenes pusieron manos a la obra.
La caminata para buscar madera
Todos comenzaron de inmediato a trabajar. Lo primero: buscar la madera.
El internarse en la jungla africana en busca de madera para construir una casa no es tarea para pusilánimes. Los jóvenes y los misioneros hicimos muchos viajes de dos horas atravesando sabanas llenas de maleza y pantanos, interminables arrozales, junglas tupidas y hundiéndonos hasta la cintura en lodazales para buscar los árboles perfectos con los cuales construir la vivienda de María. Cortamos con machetes los delgados troncos, que colocábamos después en atados para transportarlos. Algunos de los jóvenes utilizaron juncos con los que se tejieron rápidamente sombreros para protegerse la cabeza en el transporte de los ásperos troncos.
Entonces empezó la parte más difícil de nuestra jornada: transportamos nuestras cargas llevando aquel gran peso sobre la cabeza, al mismo tiempo que avanzábamos a través de la tupida maleza y tratábamos de protegernos del ardiente sol africano. Mientras caminábamos, los jóvenes cantaban los himnos de Sión con una sonrisa en la cara.
Alves Elídio Eguimane Razão, de 18 años, dice: “Fue un trabajo muy duro, ¡y disfrutamos cada minuto de él!”
La armazón de madera tomó forma, estaca por estaca, con cuidado de que fuera una estructura fuerte y duradera. Muchas manos generosas colocaron el techo poniendo tiras de plástico, las que se aseguraban con esteras de hierbas tejidas. Era un techo que tendría que aguantar las tempestades violentas de la estación anual de las lluvias.
La tarea de hacer barro
Desde las paredes de barro hasta el piso de barro y aun hasta pasteles de barro, el barro era parte del “menú” diario de construcción. Se traía barrica tras barrica de buena tierra marrón, a la que luego se le echaba agua; decenas de jóvenes y de otros miembros de la rama se presentaban para ayudar a mezclar el barro y cubrir con él la armazón de la casa. Primero se hizo el exterior, a lo que siguieron las paredes interiores y la el tabique. Después que llenamos las paredes con varios centímetros de barro fuerte y seco, la casa comenzó a tomar forma. Para darle un aspecto más atractivo al interior, se colocó cuidadosamente una capa especial de barro a fin de dar terminación al piso y a las superficies sólidas e impermeables.
Aquéllos eran días llenos de trabajo duro, pero en el ambiente abundaban el buen humor y muchas sonrisas; y ni qué hablar de la sorpresa con que observaban los vecinos a los misioneros y a los jóvenes llevar grandes atados de estacas, litros y litros de agua y trabajar con puñados de barro.
Por fin se instaló la puerta, se le colocó una cerradura y la casa quedó lista. Después de más de mil horas de servicio, donadas por más de cuarenta miembros y un gran número de misioneros, María da Conceição tuvo una hermosa casa propia.
Además de construir la casa, hubo muchas otras cosas buenas que sucedieron como resultado de aquel proyecto.
Helder Manuel Tomo, de 19 años, ayudó en la construcción antes de ser miembro de la Iglesia. Éste es su comentario: “¡Edificarle la casa a María fue fantástico! Fui por primera vez a la Iglesia con Jonqueiro, un buen amigo mío que estaba a punto de cumplir una misión. Me gustó mucho ir a la Iglesia, pero me sentía como ‘fuera de lugar’ allí”.
El tiempo que pasó ayudando a edificar la casa le sirvió para conocer a la juventud de la rama. “Esa sensación nueva de sentirme aceptado y de tener tantos amigos fue lo que me llevó a la decisión de bautizarme en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Jonqueiro me bautizó. Me siento muy agradecido de que me haya invitado a ir con él a la Iglesia y que me haya ayudado a sentirme a gusto mediante ese gran proyecto de servicio”.
Jonqueiro Alai Malaica, de 22 años, dice: “Fue un gran proyecto de servicio para todos los miembros. No fue fácil, pero sin ninguna duda valió la pena”. Y afirma que sirvió para unificar a toda la rama.
“Estoy agradecido también por los jóvenes y por la amistad que demostraron a Helder”, agrega Jonqueiro. Helder está actualmente muy ocupado como misionero de la rama y haciendo planes de servir en una misión.
En un pequeño terreno de una remota población de Mozambique, la casa de María da Conceição se levanta como un testimonio de amor y obediencia a los principios del Evangelio. María y los miembros de la Rama Inhamízua han aprendido que, aun en medio de las duras pruebas de la vida, hay esperanza cuando los miembros de la Iglesia trabajan juntos para hacer que ocurra algo bueno.
Benjamin Thomas Garrison sirvió de tiempo completo en la Misión Mozambique Maputo.
Nota del editor: Los miembros de la Rama Inhamízua no se limitaron a la casa de María; desde que la terminaron, los voluntarios y los misioneros han reconstruido otras dos casas.
Algunos datos de Mozambique
Mozambique se encuentra en la costa sudeste de África y tiene una población de casi 19 millones de habitantes, unos 3.000 de los cuales son miembros de la Iglesia. La Misión Mozambique Maputo, la número 339 de la Iglesia, fue organizada en enero de 2005 y cuenta con unos treinta misioneros de tiempo completo.