El precio de las cosas buenas
La experiencia personal me ha enseñado que el Señor nos conoce mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos y que podemos confiar en las promesas que hacen los líderes del sacerdocio, porque sabemos que provienen del Señor a través de Su Espíritu; ese Espíritu nos confirmará que las promesas se cumplirán si somos fieles a los mandamientos.
Cuando yo tenía catorce años, conocí a dos misioneros estadounidenses. Me interesó lo que oí sobre el Libro de Mormón, así que arreglamos una hora para que me visitaran. Toda mi familia escuchó la primera charla, pero ninguno de ellos tuvo interés en continuar; pero yo había sentido algo y percibí que el mensaje era verdadero, por lo que pedí permiso a mis padres para seguir recibiendo las charlas misionales. Ellos accedieron y, cuando tenía casi quince años, entré en las aguas del bautismo en la Rama Godoy Cruz, del Distrito Mendoza, Argentina.
Al año siguiente enfrenté una gran prueba: mis padres se separaron. Felizmente, durante ese período tan difícil tuve la Iglesia y el apoyo de maestros, líderes y amigos excelentes. Más o menos por la misma época, después de ser ordenado presbítero en el Sacerdocio Aarónico, bauticé a mi hermana de once años.
Aprender un idioma nuevo
Durante los años siguientes, tuve un trabajo de jornada completa y asistía por la noche a la escuela secundaria. Cuando cumplí diecinueve años, envié los papeles para la misión. Siempre recordaré el día en que recibí mi llamamiento a la Misión Francia París; lo había firmado el presidente Joseph Fielding Smith el 16 de junio de 1972, justo unas semanas antes de su muerte.
Después de pasar por trámites interminables para obtener el pasaporte (era menor de edad, mis padres estaban separados y tenía la edad para hacer el servicio militar), por fin pude partir para la misión, un año y medio después de haber llenado los papeles. Viajé en avión a París, Francia, con sólo los cinco años de francés de la escuela secundaria y sin saber nada de inglés. Las conferencias de zona de la misión se hacían en inglés. Y no había recibido aún la investidura, porque en esa época no había ningún templo en América del Sur.
Un mes después de comenzar mi servicio misional, el presidente Willis D. Waite me mandó con un joven francés, Jean Collin, al Templo de Suiza para recibir la investidura. Viajamos en tren toda la noche y pasamos allá tres días espirituales y llenos de emoción.
Después de seis meses de ser misionero, durante una de nuestras conferencias de la misión, tuve una entrevista especial con el presidente de la misión. En resumen, el presidente Waite me dijo: “Élder Agüero, le voy a dar una asignación. Usted tiene que aprender inglés porque cuando regrese a casa, será miembro de una presidencia de estaca, será presidente de misión y será líder de la Iglesia, y necesitará el inglés para comunicarse con las Autoridades Generales”.
Me reí, tal vez porque a los veinte años no podía imaginarme en ninguna de esas posiciones y porque provenía de una estaca nueva de Argentina que estaba entre sólo tres que se habían organizado en mi país.
Él me dijo: “No se ría, élder Agüero, se lo digo en serio”.
Sentí muy fuerte el Espíritu que provenía de aquel hombre, mi líder, que a continuación me explicó la forma en que debía cumplir la asignación.
Me dijo: “De ahora en adelante, todos los días, durante la mitad del día, tiene que hablar solamente en inglés con su compañero”.
Mi compañero recibió las mismas instrucciones en su entrevista y empezamos a hacer lo que se nos había mandado. Al principio, me resultó extremadamente difícil, pero más adelante, después de mucho esfuerzo, empecé a entender las ideas básicas. De noche oraba, llorando muchas veces de frustración e impotencia, porque quería ser obediente a la tarea que se me había asignado.
Después de unos meses y de varios compañeros, sucedió el milagro. En una conferencia de zona, mientras un misionero daba un hermoso discurso en inglés, de pronto empecé a entender cada palabra. Pero el milagro no terminó ahí; con el tiempo, llegué a prestar servicio como secretario financiero de la misión, lo cual me ayudó a leer y escribir en inglés. Para mejorar mi comprensión del idioma traté de leer el Church News, Ensign y otros materiales en inglés. Gracias a eso pude entenderlo mejor, algo que todavía me pasa en la actualidad.
Interpretación en el templo
Poco después de regresar de la misión, el presidente de la estaca me pidió que interpretara al élder Hartman Rector, hijo, que era entonces uno de los Setenta y había ido a Mendoza, Argentina, a presidir una conferencia de estaca. Esas oportunidades maravillosas se han repetido a través de los años. Durante las once sesiones dedicatorias del Templo de Buenos Aires, Argentina, interpreté al presidente Thomas S. Monson y a otras Autoridades Generales.
Durante cuatro de esas sesiones, leí en español la oración dedicatoria desde el púlpito en la sala celestial. Varias veces, por la emoción que sentía, se me entrecortó la voz y se me llenaron los ojos de lágrimas, que me corrieron por el rostro. Leía las oraciones y promesas inspiradas hechas a mi país por un Padre Celestial que vive y que revela Su voluntad, tal como lo hizo 12 años antes por medio de mi presidente de misión, cuando acepté el reto de aprender inglés.
También interpreté al profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, durante las cuatro sesiones dedicatorias del Templo de Montevideo, Uruguay, y en las cuatro sesiones dedicatorias del Templo de Asunción, Paraguay.
Me resulta difícil explicar lo sagrado que fueron para mí esos momentos en los que estuve junto a profetas, videntes y reveladores en la Casa del Señor. Me sentí un poco como Pedro, Santiago y Juan cuando tuvieron la asombrosa experiencia de ver a Jesús transfigurado. En las palabras que le dijo a Jesús, Pedro expresa lo que yo sentí: “…Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí” (Mateo 17:4).
Por éstas y por otras experiencias, aprendí la forma en que obra el Señor en nuestra vida. El precio de las cosas buenas debe pagarse por adelantado con paciencia, humildad y obediencia, especialmente durante nuestras pruebas. Si no se dan por vencidos cuando enfrenten sus pruebas ni dejan que la frustración y el desaliento los abrumen, las tribulaciones los refinarán espiritualmente y los prepararán para cosas mejores. Y verán el cumplimiento de hermosos milagros en su vida.
El élder Carlos E. Agüero fue Setenta de Área desde 1996 hasta 2005.