Wilford Woodruff: El que luchó por la fe
En su lucha por el Evangelio restaurado de Jesucristo, el presidente Woodruff enseñó principios que son importantes para nosotros actualmente.
El presidente Gordon B. Hinckley nos ha aconsejado que cultivemos “en el corazón un testimonio vivo y vibrante de la restauración del Evangelio”1. Mientras nos esforzamos por seguir ese consejo, podemos aprender mucho si contemplamos la Restauración a través de los ojos de uno de los predecesores del presidente Hinckley: Wilford Woodruff (1807–1898), el cuarto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
En busca de la Iglesia verdadera
En la década de 1820, José Smith tuvo la Primera Visión, habló con ángeles, tradujo las planchas de oro por el poder de Dios y recibió la autoridad del sacerdocio. En un estado vecino, un hombre joven llamado Wilford Woodruff estaba buscando la verdadera iglesia. Él dijo al respecto: “Creía… que la Iglesia de Dios se restablecería en la tierra y que yo llegaría a conocerla”2.
Con el anhelo de encontrar la verdad, Wilford Woodruff asistió a muchas reuniones religiosas que se realizaron en los alrededores del lugar donde vivía. En una de ésas, se invitó a hablar a cualquiera de la congregación que quisiera hacerlo. El joven Wilford se puso de pie, sabiendo que había presentes cuarenta o más ministros de diversas iglesias, salió al pasillo y dijo:
“Mis amigos, ¿me pueden decir por qué no luchan ustedes por la fe que una vez se dio a los santos? ¿Me pueden decir por qué no luchan por el Evangelio que Jesucristo enseñó y que los Apóstoles enseñaron? ¿Por qué no luchan por aquella religión que les da poder ante Dios: poder para sanar a los enfermos, para hacer que los ciegos vean, que el lisiado camine, y que les concede el Espíritu Santo y los dones y favores que se han manifestado desde la creación del mundo? ¿Por qué no enseñan a la gente los mismos principios que enseñaron los antiguos patriarcas y profetas, mientras se hallaban inspirados por las revelaciones de Dios? Ellos tenían la ministración de ángeles; tenían sueños y visiones, y revelación constante para guiarlos y dirigirlos por el camino que debían recorrer”.
Los asistentes deben de haber quedado sorprendidos al oír un lenguaje tan franco de boca de un hombre tan joven. De inmediato, el ministro que presidía trató de restar importancia a las ideas que Wilford Woodruff había expuesto. “Mi querido joven”, le dijo, “usted sería muy inteligente y un hombre muy útil en la tierra si no creyera en todas esas tonterías. Todo eso se dio a los hijos de los hombres durante las épocas de oscurantismo del mundo… Hoy vivimos en medio del esplendor de la gloriosa luz del Evangelio y no necesitamos nada de eso”.
Sin dejarse convencer por los comentarios del ministro, el hermano Woodruff respondió: “Entonces, que me den las épocas de oscurantismo; que me den las épocas en que el hombre recibió esos principios”3.
Un tiempo después, en una pequeña escuela, Wilford Woodruff, de veintiséis años, se puso de pie para hablar en otra reunión; esa vez lo hizo respondiendo a los testimonios de los élderes Zera Pulsipher y Elijah Cheney, misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Más adelante él relató: “[El élder Pulsipher] abrió la puerta para que se hicieran comentarios. La sala estaba repleta. Antes de pensar en lo que hacía, me subí a un banco frente a la gente sin saber por qué lo hacía. Pero dije a mis amigos y vecinos: ‘Quiero que tengan cuidado con lo que digan con respecto a estos hombres… y a su testimonio, porque son siervos de Dios y lo que nos han testificado es verdad; son los principios que he estado buscando desde la infancia’ ”4. Wilford Woodruff fue bautizado y confirmado dos días después, el 31 de diciembre de 1833.
La lucha por la fe
Al ponerse de pie y dirigir la palabra a los ministros de su localidad, Wilford Woodruff se refirió a parte de un versículo que hay casi al final del Nuevo Testamento: repitió el ruego de Judas de contender “ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3).
El empleo que hizo de ese pasaje de las Escrituras raramente mencionado indica su excelente conocimiento bíblico, que había adquirido aprendiendo “versículo por versículo y capítulo por capítulo”5. Pero el hecho de que recalcara ese pasaje revela algo más que su estudio dedicado: revela su determinación de buscar la verdad. El sabía que “la fe que ha[bía] sido una vez dada a los santos” se había perdido y luchó denodadamente por encontrarla. Una vez que la halló, la abrazó sin vacilaciones.
Después de pasar por la confusión causada por la Gran Apostasía, Wilford Woodruff se regocijó de saber lo que en verdad quería decir vivir “en medio del esplendor de la gloriosa luz del Evangelio”. Al cultivar y expresar su testimonio de la Restauración a través de toda su vida, esa luz fue para él cada vez más brillante.
Las enseñanzas del presidente Wilford Woodruff
Cuando vemos fotografías del presidente Wilford Woodruff con su frente amplia y sus ojos de mirada penetrante, podríamos pensar que se trataba de un hombre severo y frío; pero haciendo un estudio de su vida y sus enseñanzas, llegamos a conocerlo como un siervo de Dios vivaz, compasivo y humilde, un hombre que anduvo contento por la vida, aun en épocas de tribulación6. En su rostro se contemplan nobleza y fortaleza en vez de severidad. Y nos damos cuenta de que sus palabras, aun cuando daten de más de cien años atrás, no tienen nada de frías; en realidad, son tan importantes para nuestra vida actual que no sería de extrañar que oyéramos otras similares desde el púlpito en la próxima conferencia general.
Las citas siguientes hacen destacar el testimonio que tenía el presidente Woodruff del Evangelio restaurado; se han tomado de Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Wilford Woodruff, que es el libro de estudio del Sacerdocio de Melquisedec y la Sociedad de Socorro para el 2006, publicado en 24 idiomas.
La restauración del Evangelio. “Agradezco a Dios el vivir en esta época del mundo en que mis oídos han escuchado la plenitud del Evangelio de Cristo”7.
“Tenemos el privilegio de andar en la luz, tenemos el privilegio de conocer y comprender la verdad, de saber cuál es la vía para salvarse y ser exaltado en la presencia de nuestro Padre y Dios. Estamos en condiciones de conocer Su intención y voluntad por medio de Sus siervos, los profetas. El Señor nos ha dado maestros y hombres inspirados por el Espíritu y el poder de Dios; les ha dado la verdad y los ha investido con sabiduría para enseñarnos en todo momento el camino que debemos recorrer. Eso es una gran bendición”8.
La expiación de Jesucristo. “…De los abundantes testimonios ha quedado plenamente establecido, más allá de toda controversia… por las revelaciones de Dios recibidas en diversas dispensaciones y épocas del mundo y en distintas partes de la tierra, que el objeto de la misión de Cristo aquí en la tierra era ofrecerse como sacrificio para redimir al ser humano de la muerte eterna, y que el llevar a cabo ese sacrificio estaba perfectamente de acuerdo con la voluntad del Padre. En todas las cosas y desde el principio, Jesucristo fue estrictamente obediente a la voluntad de Su Padre y bebió de la amarga copa que se le dio; he aquí gloria y honra, inmortalidad y vida eterna, con ese amor que es mayor que la fe o la esperanza, porque de esa manera el Cordero de Dios ha llevado a cabo por el hombre algo que éste no podía realizar por sí mismo”9.
“Con excepción del Señor Jesucristo, bajo la dirección de Su Padre, no hay ningún otro ser que tenga el poder de salvar las almas de los seres humanos y darles vida eterna”10.
El profeta José Smith. “He sentido enorme regocijo por lo que vi del hermano José, porque en público y en privado tenía consigo el Espíritu del Todopoderoso y manifestaba una grandeza de alma que jamás he visto en ningún otro hombre”11.
“Afirmo que no creo que haya habido nunca un hombre… que haya estado más íntimamente unido y relacionado con Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo que el profeta José Smith. El poder de revelación lo acompañó desde el día en que fue llamado para recibir el sacerdocio hasta el día en que lo asesinaron. El poder de inspiración lo acompañó día tras día”12.
El sacerdocio. “Cuando oficia un apóstol o presidente, o un obispo o cualquier hombre que posea el sacerdocio, administra bajo la autoridad del Señor Jesucristo; entonces ese sacerdocio tiene efecto, y todas las bendiciones que un siervo de Dios confiera a los hijos de los hombres se harán realidad en esta vida y en la venidera. Si se me da una bendición por el Santo Sacerdocio, o si la recibo de un patriarca, esos dones y bendiciones se extenderán al otro mundo; y si soy fiel a los convenios a lo largo de mi vida, puedo reclamar toda bendición que se me haya concedido, porque la autoridad por la cual se confirieron es ordenada por Dios, y es por ella que los hijos del Altísimo administran las ordenanzas de vida y salvación a los hijos de los hombres; y esos actos oficiales tendrán su efecto sobre las personas tanto en esta vida como más allá del sepulcro. Ésas son las riquezas verdaderas, las riquezas que perduran por toda la eternidad y, por medio de esas bendiciones, conferidas por el Evangelio, tendremos poder para recibir otra vez nuestro cuerpo y preservar nuestra identidad por la eternidad. Sí, podemos proclamar esto en virtud del Santo Sacerdocio”13.
La obediencia a los mandamientos. “Ningún hombre ni ninguna mujer que haya vivido en la tierra y haya guardado los mandamientos de Dios estará jamás avergonzado de ello ni lo lamentará cuando entre en la presencia de Dios”14.
El don del Espíritu Santo. “Ahora bien, si ustedes tienen el Espíritu Santo —y cada uno debería tenerlo—, les puedo decir que no hay don más grandioso, no hay bendición más grande ni testimonio más fuerte que se haya dado al hombre en la tierra. Pueden tener la ministración de ángeles; pueden ver muchos milagros; pueden contemplar muchas maravillas; pero afirmo que el don del Espíritu Santo es el don más grande que se pueda conferir al hombre. Es por medio de ese poder que hemos llevado a cabo todo lo que hemos hecho. Eso es lo que nos sostiene en las persecuciones, pruebas y tribulaciones que tenemos que pasar”15.
“A través de toda mi vida y mis labores, siempre que el Espíritu del Señor me ha dicho que haga algo, invariablemente he encontrado que el hacerlo era bueno. He sido protegido por ese poder… Obtengan el espíritu de revelación. Y cuando lo consigan, estarán seguros y harán exactamente lo que el Señor quiera que hagan”16.
La vida de familia. “Todos esperamos poder vivir juntos para siempre después de la muerte. Creo que nosotros, padres e hijos, debemos hacer todos los esfuerzos posibles por hacernos felices mutuamente mientras vivamos, para que no tengamos nada que lamentar”17.
“Es muy importante saber cómo comportarnos para ganarnos la confianza y el afecto de nuestra familia, que los lleven por el sendero en el cual puedan ser salvos. Ésta es una consideración y una obra que los padres no deben dejar de lado… Muchas veces quizás pensemos en asuntos que parecen tan urgentes que nos hacen olvidar esas obligaciones, pero eso no debe ser. Todo hombre cuya mente esté alerta y que contemple con anhelo la obra que tenemos por delante, verá y sentirá que la responsabilidad que tiene hacia su propia familia, y especialmente en la crianza de sus hijos, es enorme.
“Queremos salvar a nuestros hijos y deseamos que ellos participen de todas las bendiciones que rodean a los santificados, que reciban las bendiciones de sus padres que han sido fieles a la plenitud del Evangelio”18.
La obra misional. “Los seres humanos de todas las edades procuran la felicidad; desean tener paz social y doméstica; y cuando piensan en el amplio futuro que tienen por delante, desean ser partícipes de las bendiciones que se mencionan como parte de esa existencia; pero no saben cómo obtenerlas a menos que un siervo de Dios aparezca y les indique el camino”19.
“Casi toda mi vida ha transcurrido en esta Iglesia, y desde que ingresé en ella hasta ahora, he salido en misiones casi sin cesar. Siempre me he regocijado haciéndolo, y todavía es así. Cuando muera y mi cuerpo sea sepultado, no quiero que se presente nadie y diga que descuidé mi deber en llevarle la salvación, al menos en lo que me haya sido posible. Siempre he disfrutado predicar el Evangelio y administrar las ordenanzas de vida y salvación tanto aquí como en el extranjero, porque sabía que ésta es la obra de Dios, como lo sé hoy”20.
La obra del templo y de Historia Familiar. “¿Qué son el oro y la plata, qué son las riquezas de este mundo? Todas perecen con el tiempo. Nos vamos y las dejamos. Pero si tenemos la vida eterna, si permanecemos fieles y vencemos al mundo, nos regocijaremos al pasar al otro lado del velo. Siento alegría con todo esto. Difícilmente habrá otro principio de los que el Señor ha revelado que me haya traído tanto gozo como el de la redención de los muertos. Que podamos tener con nosotros a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestra esposa y a nuestros hijos en la organización familiar, en la mañana de la primera resurrección y en el reino celestial. Éstos son principios grandiosos y valen la pena cualquier sacrificio”21.
“Queremos que desde ahora los Santos de los Últimos Días investiguen su genealogía hasta donde puedan llegar y se sellen a sus padres y madres. Que sellen los hijos a sus padres y sigan esta cadena tan lejos como sea posible”22.
“Ningún Santo de los Últimos Días consciente puede pensar en este tema sin conmoverse con un gozo celestial”23.
Palabras de admonición y de aliento
Al contemplar la historia de la Iglesia y llevarla adelante hacia su destino, el presidente Gordon B. Hinckley nos exhorta de esta manera: “Somos los beneficiarios de la gran Restauración… No podemos darnos el lujo de ser gente ordinaria. Debido al gran patrimonio que tenemos, debemos elevarnos un poco más, ser un poco mejores”24. Hace más de ciento veinte años, el presidente Wilford Woodruff hizo un desafío similar a los Santos de los Últimos Días. Sus palabras, tanto de advertencia como de aliento, son igualmente verdaderas para nosotros en la actualidad:
“¿Qué clase de hombres y mujeres deben ser los que son llamados a tomar parte en la grandiosa obra de los últimos días? Debemos ser hombres y mujeres de fe, valientes en la verdad tal como se ha revelado y puesto en nuestras manos. Debemos ser hombres y mujeres de integridad hacia Dios y Su Santo Sacerdocio, fieles a Él y leales los unos a los otros. No debemos permitir que las casas y las tierras, el oro y la plata ni ninguno de los bienes de este mundo nos aparten del esfuerzo por lograr el gran objetivo que Dios nos ha mandado alcanzar. Nuestra meta es elevada, nuestro destino es elevado, y no debemos nunca decepcionar a nuestro Padre ni a las huestes celestiales que velan por nosotros; tampoco debemos desilusionar a los millones de personas que están en el mundo de los espíritus, que también nos observan con gran interés y ansiedad, algo que nuestro corazón no ha podido concebir plenamente. Ésas son grandes y potentes acciones que Dios requiere de nosotros. No seríamos dignos de la salvación ni seríamos dignos de la vida eterna en el reino de nuestro Dios si cualquier cosa pudiera apartarnos de la verdad o de nuestro amor por ella”25.
Aaron L. West es miembro del Barrio Kaysville 2, Estaca Kaysville, Utah Centro.