La plenitud del Evangelio
La naturaleza de la Trinidad
El primero de una serie de artículos que explican las creencias básicas del Evangelio restaurado, doctrinas que son únicas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
“La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene muchas creencias en común con otras iglesias cristianas”, dijo el élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, “pero también tenemos diferencias, y son esas diferencias las que explican por qué enviamos misioneros a otros cristianos, por qué edificamos templos, además de las capillas, y por qué nuestras creencias nos brindan tanta felicidad y fortaleza para hacer frente a las dificultades de la vida y de la muerte”1.
Tres seres distintos
“Junto con las demás denominaciones cristianas”, continuó el élder Oaks, “creemos en una Trinidad compuesta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; sin embargo, testificamos que estos tres miembros de la Trinidad son tres seres distintos y separados. También testificamos que Dios el Padre no es sólo un espíritu sino una persona glorificada, con un cuerpo tangible, como lo es Su Hijo resucitado, Jesucristo… En contraste, muchos cristianos rechazan la idea de un Dios tangible y de una Trinidad compuesta de tres seres separados. Creen que Dios es espíritu y que la Trinidad es un solo Dios. De acuerdo con nuestro punto de vista, esos conceptos son evidencia de una separación de la verdad que llamamos la Gran Apostasía”2.
Poco después de la muerte de los Apóstoles del Salvador del Nuevo Testamento, las ideas de la filosofía griega comenzaron a transformar las verdades claras y preciosas del Evangelio. Las doctrinas contradictorias sobre la naturaleza de la deidad llevaron al Emperador Constantino a reunir a un concilio de toda la iglesia en Nicea, en el año 325 d. de J.C., lo que dio origen al Credo de Nicea, el que eliminó el concepto de que los seres de la deidad son seres distintos al declarar que Jesucristo es “una substancia con el Padre”.
“Hubo concilios posteriores”, explicó el élder Oaks, “y de sus decisiones, y de los escritos de religiosos y filósofos, surgió una síntesis de la filosofía griega y de la doctrina cristiana… Las consecuencias de ello persisten en los varios credos cristianos que declaran una Trinidad de un solo ser”3.
Se restaura la verdad divina
La verdad concerniente a la naturaleza de la Trinidad se restauró en la primavera de 1820 cuando José Smith entró en la Arboleda Sagrada. Mientras oraba, apareció una columna de luz, la cual describió que era “más brillante que el sol… Al reposar sobre mi la luz”, escribió, “vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi hijo amado: ¡Escúchalo!” (José Smith—Historia 1:16–17). Durante esa visión, José aprendió, entre otras verdades, que Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo son personajes glorificados y distintos y que nosotros, como lo enseña la Biblia, somos creados “a imagen de Dios” (Génesis 1:27).
El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho: “La experiencia que José Smith tuvo en sólo unos momentos un día de primavera de 1820, trajo mayor luz y conocimiento y comprensión sobre la personalidad y la realidad y la substancia de Dios y de Su Amado Hijo que la que el hombre hubiese logrado durante siglos de especulación”4.
En 1843, José Smith resumió lo que había aprendido sobre la Trinidad por medio de la revelación directa: “El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino es un personaje de Espíritu. De no ser así, el Espíritu Santo no podría morar en nosotros” (D. y C. 130:22).
La naturaleza del hombre
No sólo sabemos que Dios posee un cuerpo glorificado de carne y huesos, sino que gracias a ese conocimiento restaurado de la naturaleza de Dios, viene la creencia de los Santos de los Últimos Días sobre nuestra naturaleza y nuestro potencial. El profeta José Smith enseñó una vez: “El primer principio del evangelio es saber con certeza la naturaleza de Dios… que en un tiempo fue hombre como nosotros… Cuando subís por una escalera, tenéis que empezar desde abajo y ascender paso a paso hasta que llegáis a la cima; y así es con los principios del evangelio: tenéis que empezar por el primero, y seguir adelante hasta aprender todos los principios que atañen a la exaltación. Pero no los aprenderéis sino hasta mucho después que hayáis pasado por el velo [morir]”5.
El presidente Joseph F. Smith (1838–1918) enseñó: “Dios el Eterno Padre… es el Padre literal de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y de los espíritus de la raza humana… Somos hijos de Dios”6.
La creencia de que somos creados a la imagen de nuestro Padre Eterno “no significa que afirmemos poseer la suficiente madurez espiritual como para comprender a Dios”, señaló el élder Oaks, “ni tampoco comparamos nuestros cuerpos mortales imperfectos con Su ser inmortal y glorificado. Pero en cambio, podemos entender lo que Él ha revelado sobre Sí mismo y sobre los otros miembros de la Trinidad. Y ese conocimiento es esencial para comprender el propósito de la vida terrenal y de nuestro destino eterno como seres resucitados después de esta vida.
“En la teología de la Iglesia restaurada de Jesucristo, el propósito de la vida terrenal es prepararnos para lograr nuestro destino como hijos e hijas de Dios: de llegar a ser como Él”7.