2006
Cómo aprender a oír la voz del Señor
Septiembre de 2006


Cómo aprender a oír la voz del Señor

Si asistimos a las reuniones del Sacerdocio de Melquisedec y de la Sociedad de Socorro con la actitud apropiada, volveremos a casa con un testimonio de haber oído la voz del Señor y de conocer Sus palabras.

Imagine que se encuentra en una reunión del quórum de élderes, del grupo de sumos sacerdotes o de la Sociedad de Socorro; el maestro acaba de empezar una lección de “Enseñanzas para nuestra época” cuando el presidente Gordon B. Hinckley entra en la sala y toma asiento. Todos se dan vuelta para mirar al profeta y quedan sin saber qué decir. Él rompe el silencio pidiendo disculpas por haber llegado un poco tarde y pregunta si le permiten dar unas palabras de consejo a los presentes.

Ahora imagine que el maestro hace un movimiento de cabeza en dirección al presidente Hinckley, sonríe y continúa con su lección. Unos cuantos miembros levantan la mano y hacen comentarios largos o cuentan detalladamente experiencias personales, sin siquiera mencionar al profeta sentado entre ellos.

Pasados unos cuarenta minutos, usted no puede soportar más y levanta la mano; cuando el maestro le da la palabra, usted dice: “Mmm… ¿podríamos escuchar ahora al presidente Hinckley?”.

El maestro mira el reloj. “¡Ah!”, exclama. “Perdonen, yo tenía preparado tanto material y parece que nunca tenemos suficiente tiempo para hablar de todo. Bueno, mmm… voy a terminar y después podemos escuchar unas palabras del presidente Hinckley”.

Después de que el presidente Hinckley dice unas pocas palabras, el maestro agradece a todos el haber participado, alguien da la oración y todos salen de la sala de clase.

Por supuesto, éste es un ejemplo exagerado. Si el presidente Hinckley visitara el quórum de élderes, el grupo de sumos sacerdotes o la Sociedad de Socorro de su barrio, seguramente el maestro le daría todo el tiempo que él quisiera tomar. Pero, ¿qué pasa cuando se nos asigna analizar un discurso de conferencia general del presidente Hinckley o las enseñanzas del presidente Wilford Woodruff? ¿Damos a las palabras de los profetas la atención que merecen? ¿Estudiamos cada discurso o capítulo con el fin de prepararnos para la lección del domingo? ¿Dejamos que los profetas de los últimos días nos enseñen?

Otro ejemplo:

Imagínese que unas semanas después usted asiste a otra reunión del quórum de élderes (el grupo de sumos sacerdotes o la Sociedad de Socorro); el presidente del quórum hace unos anuncios y concede el tiempo al maestro. Éste camina hasta el frente y dice: “La lección de hoy es el capítulo 17 del libro de Wilford Woodruff”; abre el libro en la primera página del capítulo y empieza a leer.

Cuando lee sobre las bendiciones que podemos recibir en el templo, la persona sentada delante de usted levanta la mano; es el hermano González, que hace pocos meses se selló en el templo con su esposa e hijos. Después de un rato de tener la mano en alto sin que el maestro dé señales de haberlo visto, el hermano González por fin se da por vencido. El maestro sigue con la lectura.

Unas páginas más adelante, empieza a leer unas palabras que a usted lo inspiraron mucho la noche anterior, mientras estudiaba el capítulo; levanta la mano, pero un minuto después la baja, y el maestro sigue leyendo mientras usted siente arder en el corazón un testimonio que no se le permitió expresar.

Usted mira alrededor, observando a sus hermanos del quórum; algunos siguen la lectura del maestro; otros tienen la vista fija en el suelo y de vez en cuando echan una mirada al reloj; unos cuantos luchan por mantenerse despiertos. Nadie más levanta la mano.

Cuando el maestro concluye la lectura de todo el capítulo, ya es casi la hora de terminar; él expresa el testimonio y da fin a la lección un poco antes de lo necesario. Alguien dice la oración y todos salen de la sala de clase.

¿Le parece otro ejemplo exagerado? Así es. La mayoría de los maestros están deseosos de escuchar los testimonios y las experiencias de los miembros del quórum o de la clase. Pero, por ser una Iglesia de maestros y alumnos, probablemente podríamos mejorar nuestros esfuerzos por animar y participar en análisis significativos.

La enseñanza y el aprendizaje en la Iglesia

Aun cuando los ejemplos mencionados parezcan improbables y hasta un poco ridículos, hacen destacar dos problemas comunes en la enseñanza y el aprendizaje que tienen lugar en la Iglesia: A veces nos empeñamos tanto en dirigir un buen análisis con la clase, que nos apartamos de los materiales producidos por la Iglesia; por el otro extremo, a veces estamos tan determinados a seguir el curso de estudio que eliminamos el análisis que podría ser valioso.

Cuando tenemos la oportunidad de enseñar, ¿cómo podemos seguir fielmente el curso de estudio de la Iglesia y fomentar al mismo tiempo el buen análisis? Me he hecho esa pregunta, con el deseo de enseñar la verdad por el poder del Espíritu y recibirla por ese mismo poder (véase D. y C. 50:17–22). Aunque no lo sé todo al respecto, he descubierto dos pasajes de las Escrituras que me han ayudado.

“…habéis oído mi voz…”

El Señor dijo:

“Estas palabras no son de hombres, ni de hombre, sino mías; por tanto, testificaréis que son de mí, y no del hombre.

“Porque es mi voz la que os las declara; porque os son dadas por mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer los unos a los otros; y si no fuera por mi poder, no podríais tenerlas.

“Por tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y que conocéis mis palabras” (D. y C. 18:34–36).

Ese consejo se refiere a las revelaciones de Doctrina y Convenios, pero se aplica también a las enseñanzas que analizamos en las reuniones del Sacerdocio de Melquisedec y de la Sociedad de Socorro, y en realidad, en todas las reuniones del domingo. Al leernos unos a otros las palabras de los profetas de los últimos días, leemos las palabras del Señor (véase D. y C. 1:38).

Creo que si nos dedicamos a la enseñanza y al aprendizaje en la Iglesia con la actitud apropiada, volveremos a casa con un testimonio de haber oído la voz del Señor. ¿No es ésa la esperanza que tenemos cuando hablamos del Evangelio unos con otros? Una vez que termina la lección, no queremos que la gente se maraville de lo que hayamos dicho, sino que esperamos que se regocije con la palabra del Señor.

Que “todos sean edificados de todos”

Sin embargo, no nos reunimos todos los domingos sólo para leer unos a otros. El Señor enseñó lo siguiente:

“Nombrad de entre vosotros a un maestro; y no tomen todos la palabra al mismo tiempo, sino hable uno a la vez y escuchen todos lo que él dijere, para que cuando todos hayan hablado, todos sean edificados de todos y cada hombre tenga igual privilegio” (D. y C. 88:122).

Necesitamos fortalecernos unos a otros, y los análisis de las clases nos dan una gran oportunidad de hacerlo. Me encanta ver a un maestro que actúa como instrumento del Señor, testificando de las verdades que ha aprendido mientras preparaba la lección; y mi testimonio crece al oír los de las demás personas; mi experiencia se engrandece cuando los demás cuentan las suyas. Estoy agradecido por los análisis perceptivos, sinceros e inspiradores de fe que se llevan a cabo en la Iglesia.

La lectura y el análisis

¿Podemos aplicar en la misma lección lo que se enseña en Doctrina y Convenios 18:34–36 y en 88:122? Creo que sí, siempre que sigamos una regla sencilla: empecemos con Doctrina y Convenios 18:34–36, o sea, empecemos por leer las enseñanzas de los profetas. Establezcamos la palabra del Señor como base del análisis, y luego edifiquemos sobre esa base siguiendo el principio que se enseña en Doctrina y Convenios 88:122.

Esta regla es tan sencilla que ni siquiera sería necesario mencionarla. Sin embargo, puede tener un profundo efecto en la actitud que tengamos hacia la enseñanza y el aprendizaje en la Iglesia. Si consultamos los siguientes materiales producidos por la Iglesia, encontraremos ideas particulares para que los maestros y los alumnos puedan seguir esa regla:

  • Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Wilford Woodruff, Introducción. Esas páginas contienen ideas para el estudio individual y para la preparación de lecciones, y bosquejan el modelo que puede seguir el maestro al preparar las lecciones del libro.

  • Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Wilford Woodruff, capítulo 6. Este capítulo, titulado “La enseñanza y el aprendizaje por medio del Espíritu”, contiene consejos inspirados en cuanto a lo que debemos hacer cuando nos congregamos para aprender el Evangelio.

  • Las instrucciones de “Enseñanzas para nuestra época”, que se encuentran en las últimas páginas del número de Liahona dedicado a la conferencia general, dan el esquema de un proceso sencillo para preparar una lección sobre esas enseñanzas.

Cuando todo tiene sentido

Otro ejemplo, algo de la vida real.

Recuerdo un día, hace varios años, en que estaba en una reunión del quórum de élderes, disfrutando de una lección basada en “La familia: Una proclamación para el mundo”. En cierto momento, un miembro del quórum leyó parte de la proclamación; el maestro estaba a punto de seguir adelante, cuando otro hermano levantó la mano y dijo: “Quiero hacer una pregunta”. A continuación, citando una frase que acabábamos de leer, preguntó: “¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos ‘a amar y a servirse el uno al otro’?” La expresión de su cara y el tono de la voz revelaban que aquello era algo más que una simple pregunta; era una solicitud de ayuda. Me sentí agradecido de que él lo preguntara, porque había expresado una preocupación que yo mismo tenía en el corazón.

Aquella sincera pregunta cambió el curso de la lección. Nuestro maestro dejó de lado por el momento el plan que había preparado. Los miembros del quórum se pusieron a pensar y expresaron algunas ideas y experiencias para responder a la interrogante del amigo. Después, el maestro dijo lo que él pensaba al respecto y continuó con la lección, concentrándose en otras verdades de la proclamación. El análisis duró sólo unos pocos minutos, pero todavía tiene influencia en mí y en mi familia.

Doctrina y Convenios 18:34–36 y 88:122 se combinaron en aquella reunión de quórum. El proceso comenzó por el maestro, que era lo bastante humilde y sabio como para exhortarnos a leer las palabras de los profetas; continuó con el miembro del quórum que tuvo el valor de hacer una pregunta, de pedir ayuda. Luego, varios hombres procedentes de medios diferentes, hablaron uno a la vez, y “todos [fueron] edificados de todos”. Testifico que, por el poder del Espíritu Santo, oí la voz del Señor aquel día, primero de boca de Sus profetas y después de mis vecinos y amigos. Y regresé a casa conociendo mejor que el día anterior la palabra del Señor.