Una combinación única
Eran las 5:30 de la tarde de un viernes de junio de 2001 y yo me encontraba trabajando en la oficina de mi casa cuando sonó el teléfono. Era mi esposa, que llamaba con cierta preocupación. Ella y nuestras tres hijas habían salido a andar en bicicleta y se habían detenido en un supermercado para comprar una bebida fría y helado. Cuando salieron del establecimiento, el candado de combinación que protegía las bicicletas ya no funcionaba. La combinación era 3690, pero no abría la cerradura, así que las bicicletas permanecían allí, atadas a una valla metálica al exterior del supermercado.
Rápidamente subí a la camioneta y me dirigí al lugar, pero no tuve más suerte que ellas. Llevé a mi esposa y a mis hijas a nuestra casa y comencé a preguntarme qué podría hacer. El primer consejero de la presidencia de la rama reparaba sierras, así que lo llamé y le expliqué el aprieto en el que me encontraba. Me explicó que la mayoría de los candados de ese tipo para bicicletas están compuestos de acero reforzado que es resistente a sierras y tijeras cortapernos. Pero me dijo que no perdía nada si intentaba cortarlo.
Encontré la caja que contenía la sierra eléctrica y el cable de extensión. Llamé al establecimiento para preguntarles si me permitirían conectar la sierra allí. Amablemente me respondieron que sí. Cuando llegué, eran las 7:45, y el supermercado cerraba a las 8:00. Me sentía presionado y con bastante preocupación.
Si las bicicletas pasaban allí la noche, seguramente serían objeto de vandalismo. Además, mi esposa, que en aquel entonces todavía no sabía manejar el vehículo, las utilizaba todos los días para llevar a los niños a la escuela y recogerlos.
Cuando llegué al lugar, tomé la caja de plástico de la sierra eléctrica, la abrí y me di cuenta de que había llevado el taladro inalámbrico por error. Las dos herramientas tenían una caja de plástico negra del mismo tipo. Ya eran las 7:55 y era demasiado tarde para hacer el viaje de ida y vuelta otra vez antes de que cerraran el supermercado.
Intenté abrir la cerradura otra vez, tirando con todas mis fuerzas para separar los dos extremos, pero fue en vano. Había dos personas que me miraban, y los empleados estaban comenzando a cerrar el almacén.
Me senté en la camioneta y golpeé el volante, con un sentimiento de frustración total. Entonces, con el “oído de la mente”, escuché a mi hija cantar el himno “¿Pensaste orar?” (Himnos, Nº 81).
En medio de toda esa ansiedad, había dejado de lado lo más elemental; había olvidado orar, así que incliné la cabeza y le expliqué mi situación a mi Padre Celestial. No omití ningún detalle. Incluso le dije que me sentía de lo más tonto por haberme equivocado y haber llevado el taladro. De repente, tuve la impresión de que debía tratar otra vez de abrir el candado. Salí de la camioneta y cuando empezaba a girar la combinación para que marcara 3690, oí que se me susurraba al oído el número 2591. Miré a mi alrededor, pero no había nadie cerca. Probé el número 2591 y el candado se abrió en mis manos.
Nunca antes ni después de ese momento he recibido una respuesta a mis oraciones tan clara ni tan rápida. Al subir las bicicletas a la camioneta, me rodaban las lágrimas. Me dirigí rápidamente hacia mi hogar y les relaté la experiencia a mi esposa y a mis hijos.
Más tarde, cuando giré los números a la combinación 3690, tal como esperaba, los espacios de los dientes en el interior del cilindro no se alinearon a fin de que pudiera juntar los dos extremos del candado. Después marqué el 2591 y tampoco funcionó. Al inspeccionarlo más detenidamente, me di cuenta de que los dientes de la cerradura se habían roto. Cada vez que las giraba, el candado se abría con un número diferente. Así que, considerando las miles de posibles combinaciones que podría haber probado aquel viernes por la noche, nadie más que el cielo podía ayudarme a encontrar la combinación única. Todo lo que tenía que hacer era pedir con fe.