El bautismo de la abuela
Marilena Kretly Pretel Busto, São Paulo, Brasil
El 30 de junio de 2001 estaba haciendo un pastel de cumpleaños para mi hija cuando sonó el teléfono; era mi hermana, que vivía en Brasil, y había llamado para avisarme que nuestra abuela había fallecido.
La noticia era triste, pero yo no estaba triste; después de todo, mi querida abuela había vivido casi ciento dos años. Me sentía feliz porque se había librado de su anciano cuerpo mortal y porque había ido al mundo de los espíritus.
Entonces comencé a pensar acerca de la coincidencia de que su muerte hubiera ocurrido el día del cumpleaños de mi hija y me preguntaba si eso tendría algún significado. A medida que pasaron los días, lo descubrí: me resultaría sencillo recordar que debía bautizarme por mi abuela un año después de su muerte. Asumí esa responsabilidad, ya que sabía que tendría que esperar solamente hasta el próximo cumpleaños de mi hija.
El año pasó rápido. No tuve la oportunidad de ir al templo el día exacto del aniversario de la muerte de mi abuela porque vivía en Portugal y me correspondía ir al Templo de Madrid, España. Sin embargo, no hubo prácticamente un solo día en el que no recordara mi responsabilidad de bautizarme por la abuela Josefina.
Apenas en octubre de 2002 pudimos ir al templo. Mi esposo y yo fuimos con nuestro hijo, Mathew, quien iba a recibir su investidura a modo de preparación para la misión. Me sentía feliz por estar yendo al templo y pensaba que quizá sentiría algo especial cuando me bautizara a favor de mi abuela.
Mi esposo llevó a cabo el bautismo, pero no sentí nada. Mi hijo realizó la confirmación, pero una vez más: nada. Finalmente, desapareció la ansiedad que tenía por sentir algo y sencillamente me alegraba de que se hubieran realizado las ordenanzas por mi abuela.
Después de la investidura, fuimos al salón de sellamientos para sellar a la abuela a sus padres. Cuando nos arrodillamos alrededor del altar para realizar la ordenanza y el sellador comenzó a hablar, sentí como si una corriente me hubiera empezado en la cabeza y me pasara por todo el cuerpo. Es difícil de explicar, pero, en aquel momento tan intenso, tuve la seguridad de que la abuela Josefina se regocijaba por haber sido sellada a sus padres.