Valió la pena esperar
Cuando entré con los jóvenes de mi barrio en el Templo de Buenos Aires, Argentina, para llevar a cabo bautismos por los muertos, nos quedamos esperando unos minutos en una sala de recepción. Entonces, los obreros del templo nos pidieron que fuéramos por un pasillo donde había varias sillas, y esperáramos otra vez.
Debido a que era sábado, muchas personas habían ido al templo de todas partes de Argentina. Esperamos dos horas y media allí, sentados en silencio, y empezaron a acudir a mi mente algunos pensamientos no muy agradables: “¿Cómo es posible que nos hagan esperar todo este tiempo? Estoy cansada y, al parecer, habría sido mejor que no viniera, porque esto es una pérdida de tiempo”.
Me puse de pie y comencé a caminar por el pasillo. Uno de los obreros no tardó en llegar y dijo: “Jóvenes, por favor, no se impacienten. Comprendo que han estado esperando mucho tiempo, pero, ¿saben una cosa? En el mundo de los espíritus hay millones de personas que llevan siglos esperando que llegue este momento, y les aseguro que están aguardando con mucho anhelo para que les llegue su turno. Los hermanos están bautizando y confirmando, y no pueden hacer más de lo que ya están haciendo”.
Cuando dijo esto, me sentí avergonzada. Me di cuenta de que me había comportado de manera egoísta porque no estaba dispuesta a dar unas horas por esas personas que habían esperado durante tantos años y que no habían disfrutado de la oportunidad de escuchar acerca de la Iglesia verdadera y bautizarse mientras estaban en la tierra.
El obrero regresó una vez más y comenzó a llamar nombres de nuestro barrio. Una hermana nos dio ropa que nos quedaba más o menos bien. Una vez que nos vestimos, nos recogió el pelo con un lazo blanco.
Después, caminamos descalzos hasta los bancos del bautisterio. Las alfombras eran muy suaves y daba la impresión de que ni siquiera estábamos andando sobre el suelo.
Cuando llegó mi turno, estaba nerviosa como si se tratara del día de mi propio bautismo. Sin embargo, los obreros me trataron con mucha amabilidad y se mostraron tan pacientes con nosotros que el sentimiento que experimentamos fue increíble.
Cuando salí de la pila, una hermana me estaba esperando con una gran toalla blanca y una enorme sonrisa. Me cambié de ropa y entré en una sala en la que se me confirmó. La misma hermana que me había entregado la toalla me acompañó y me dio las gracias por haber estado dispuesta a llevar a cabo la obra del Señor.
Cuando salí del templo, me di cuenta de que aquella había sido una de las mejores experiencias de mi vida. El templo es un lugar santo en el que mora el Espíritu del Señor, el cual dirige Su gran obra. Vale la pena esperar todo el tiempo que sea necesario.