Lugar de paz
Para estas dos jóvenes de la República Dominicana, el templo es mucho más que un hermoso edificio; representa también un vívido recordatorio de sus esperanzas y sueños más anhelados.
Dilcia Soto, de dieciséis años, todavía recuerda el día en que se dedicó el templo en su ciudad natal de Santo Domingo, República Dominicana: “Sólo tenía nueve años en aquel entonces, pero dije: ‘¡Qué lindo! ¡Un templo aquí!’. Estaba acostumbrada a ver a otros miembros ir a otros países para ser sellados y hacer convenios. Pensé: ‘Mi familia y yo ya no tendremos que ir a otro país porque tenemos nuestro propio templo cerca’ ”.
Actualmente, ese templo se yergue majestuosamente en la capital; es tan llamativo, con su aguja y sus terrenos tan bien cuidados, que muchos transeúntes piensan que es una catedral. Dilcia se complace en explicar que es un edificio aun más sagrado. En los terrenos del templo se respira una serenidad que contrasta enormemente con la energía y agitación de las calles y los mercados del centro de la ciudad.
Es a este lugar de paz al que hace poco fueron Dilcia y su amiga Kelsia St. Gardien, de catorce años. Ambas son miembros del Barrio Mirador, de la Estaca Independencia, Santo Domingo, República Dominicana. Ambas han ido al templo antes para llevar a cabo bautismos por los muertos. No obstante, ese día fueron únicamente para caminar por los terrenos del templo, conversar y sentir desde el exterior del templo el Espíritu que reside en él.
Los deseos de Dilcia
“Tengo un amor inmenso por el Señor, y me siento sumamente agradecida por lo que Él ha hecho en mi vida”, dice Dilcia. “Los miembros de mi familia inmediata son miembros de la Iglesia, pero mis tías, tíos y primos no lo son. Cuando vienen a casa, siempre tengo a la mano un ejemplar del Libro de Mormón, ya que quizá se presente una oportunidad de compartir el Evangelio con ellos”. Ella también comparte el Evangelio con sus amigos y “con cualquier persona que me presenten que esté verdaderamente interesada”. Dice que cada vez que lo hace, siente muy fuerte el Espíritu. “Cada vez que comparto mi testimonio, vuelvo a sentir que la Iglesia es verdadera”.
Ella recuerda una lección de seminario acerca del Plan de Salvación: “Antes de que existiera este mundo, participamos en un gran concilio en los cielos, y elegimos seguir a nuestro Padre Celestial y aceptar el sacrificio que Jesucristo haría por nosotros”, dice. “Nuestro maestro explicó que podíamos estar seguros de que en esa ocasión obedecimos al Padre Celestial, ya que hoy estamos en la tierra con un cuerpo de carne y huesos. Cuando dijo eso, supe que era verdad. Esa noche, al decir mis oraciones, lloré y le di gracias a Dios por ese conocimiento”.
Dilcia cita 1 Corintios 3:16: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. “Si yo también soy un templo”, dice, “debo ser tan limpia y bella como el templo. ¡Qué maravillosa bendición es pertenecer a esta Iglesia y ser una joven virtuosa!”
Dice que su mayor deseo es el de volver a vivir con su Padre Celestial algún día. “Estoy muy agradecida de que nos haya dado el templo para que hagamos todo lo que debemos hacer para regresar con Él”, dice. “La mejor manera de agradecérselo es vivir de la manera que nos pide que vivamos”.
Dilcia dice: “El Señor desea que vayamos a Su casa, que aprendamos de Él, y que sigamos el camino hacia la eternidad con Él”. Afirma que le encanta participar en los bautismos por los muertos, ya que “es una manera de ayudar a los que están esperando al otro lado del velo, de hacer por ellos algo que no pueden hacer por sí mismos”.
Los compromisos de Kelsia
Kelsia está de acuerdo con eso. “Nuestros antepasados necesitan que llevemos a cabo la obra, y sé que nos lo agradecerán”, dice. “En especial, tengo muchas ganas de ver a mi abuelita, a la que nunca llegué a conocer en esta vida. Nos vamos a asegurar de llevar a cabo toda la obra del templo por ella”.
El hablar acerca del templo despierta fuertes emociones para Kelsia. “Estoy decidida a tomar decisiones que me ayuden a sellarme con mi familia”, dice. “Debemos respetar el Evangelio y observar los mandamientos al pie de la letra”, dice. “Lo hacemos porque amamos a nuestro Padre Celestial, y le demostramos nuestra gratitud mediante la obediencia”.
Su familia se unió a la Iglesia en diciembre de 2006, seis años después de que sus padres se trasladaran de Haití a la República Dominicana. “Me siento muy agradecida por los misioneros que llamaron a nuestra puerta. Fue maravilloso sentir el Espíritu y aprender acerca del plan que nuestro Padre Celestial tiene para nosotros. Desde que el Evangelio llegó a nuestra vida, nuestra familia está mucho más unida. Estoy agradecida porque me dio una familia que está sumamente unida, incluso en los momentos más difíciles. El pensar que podemos tener el privilegio de ser sellados por toda la eternidad parece ser una de las bendiciones más grandes”.
Actualmente sus padres están asistiendo a una clase de preparación para el templo, y eso le recuerda que debe prepararse para el día en que ella se casará en el templo. “Ésa es mi meta principal: que mi futuro esposo y yo seamos dignos el uno para el otro, y dignos de ser una familia eterna”.
Transmitir serenidad
Las dos amigas pasan junto al asta de la cual se despliega al viento la bandera de su nación. “Incluso la bandera que se encuentra en el templo nos recuerda que debemos ser fieles”, dice Dilcia. “Es algo más que simples colores; contiene el lema Dios, patria, libertad, y muestra una cruz cristiana y los Diez Mandamientos. Nos recuerda que nuestro país fue fundado por personas que creían en Dios y que Dios sigue siendo importante aquí”.
También pasan junto a la entrada al templo, en la que las palabras Santidad al Señor, la Casa del Señor se encuentran inscritas por encima de la puerta, como en todos los templos.
“Cada vez que leo esas palabras, recibo una poderosa confirmación espiritual de que son verdaderas”, dice Dilcia. “Recuerdo que una tarde vine aquí con nuestro grupo de la Mutual sólo para visitar los terrenos. Cuando terminamos, el obispo nos preguntó lo que sentíamos aquí. Hablamos sobre ello y terminamos describiéndolo con una sola palabra: paz”.
Kelsia y Dilcia se van, pensando en esa descripción perfecta en una sola palabra… perfecta porque el templo es el verdadero lugar de paz.