¿Yo, un pastor en Israel?
He sido testigo de miles de visitas que se realizan en el desempeño del llamamiento de pastores, y también he participado en ellas. Testifico del maravilloso derramamiento del Espíritu que forma parte de dichas visitas.
Una de las prácticas que distingue a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es que tiene pastores laicos. No contamos con un clero remunerado en los barrios, las ramas, las estacas ni en los distritos de la Iglesia; más bien, los miembros mismos se ministran los unos a los otros.
Cada miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene el llamamiento de ser un pastor en Israel. Los miembros-pastores sirven en obispados y presidencias de rama, como líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, como secretarios, maestros de todo tipo, incluso maestros orientadores y maestras visitantes, y en un sinnúmero de cargos.
Los pastores laicos tienen varias cosas en común; todos tienen ovejas que nutrir, alentar y servir; cada uno es llamado por el Señor mediante Sus siervos designados; cada uno es responsable ante el Señor por su mayordomía como pastor.
En busca de la oveja perdida
Joseph Serge Merilus se marchó de Haití, su país natal, a los diecinueve años de edad, y se trasladó a la República Dominicana en 1980 en busca de trabajo. Dieciocho meses más tarde regresó a Haití, se enamoró y se casó con Marie Reymonde Esterlin, y juntos regresaron a la República Dominicana.
Al comenzar su vida conyugal en su nuevo país de residencia, Joseph experimentó un hambre espiritual; él y Marie visitaron varias iglesias con la intención de satisfacer ese hambre, pero eran hablantes de criollo haitiano y tenían dificultad para comprender el español y comunicarse en ese idioma. Tiempo después se encontraron con dos misioneros Santos de los Últimos Días quienes los invitaron a la Iglesia. Una vez que Joseph y Marie asistieron a varias reuniones, los misioneros les enseñaron con paciencia las charlas en español, y se bautizaron en septiembre de 1997.
A Joseph se le llamó a servir en la presidencia de la Escuela Dominical, después como consejero de la presidencia de la rama, y más adelante como presidente de rama. No obstante, por motivo de una serie de malentendidos y sentimientos heridos, en gran medida como resultado de problemas de comunicación, Joseph, Marie y sus cinco hijos se retiraron de la actividad en la Iglesia, quedando casi por completo en el olvido de los miembros locales.
Durante los siete años siguientes, la pareja tuvo cuatro hijos más y recibieron en su casa a un sobrino y a una sobrina de Haití. Después de mucho esfuerzo, Joseph aprendió a hablar español con fluidez y comenzó a enseñar inglés y criollo haitiano en una compañía local.
En agosto de 2007, dos líderes del sacerdocio que se encontraban en el proceso de buscar a las ovejas perdidas del Señor se presentaron a la puerta de la casa de la familia. Descubrieron que Joseph y Marie aún tenían un testimonio del Evangelio, a pesar de que no habían asistido a las reuniones durante siete años. Los líderes los invitaron a regresar a la Iglesia, y ellos lo hicieron al día siguiente: todos los trece miembros de la familia. Desde entonces han seguido asistiendo.
Actualmente, Joseph es líder misional de rama en Barahona, ubicada al suroeste de la República Dominicana. Sus dos hijos mayores también son líderes en la rama, y su sobrino, un élder recién ordenado, es el presidente de los Hombres Jóvenes. Hace poco, la familia viajó al templo, donde fueron sellados como familia eterna.
Piensen en ello: ya se han encontrado trece ovejas perdidas porque dos miembros-pastores estuvieron dispuestos a buscar, a nutrir y a llevar a esta familia de nuevo al rebaño del Señor. Fueron guiados a ese hogar del mismo modo en que ustedes y yo seremos guiados al buscar las ovejas perdidas que se encuentran bajo nuestra responsabilidad.
He sido testigo de miles de visitas que se realizan en el desempeño del llamamiento de pastores, y también he participado en ellas. Testifico del maravilloso derramamiento del Espíritu que forma parte de dichas visitas. He visto regresar a muchas ovejas perdidas, y he experimentado el gozo que se siente al recibirlas de nuevo en el rebaño. He visto corazones conmovidos, bendiciones pronunciadas, lágrimas derramadas, testimonios compartidos, oraciones ofrecidas y contestadas, y amor manifestado; he visto vidas cambiadas.
Nutramos a los rebaños
En algún momento entre el año 592 y 570 a. de C., Dios le habló a Su profeta Ezequiel en cuanto a los pastores negligentes. Debido a su negligencia, el rebaño había quedado esparcido. De esos pastores, el Señor dijo:
“Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: …¿No deben los pastores apacentar a los rebaños?…
“No fortalecisteis a las débiles ni curasteis a la enferma; no vendasteis a la perniquebrada, ni hicisteis volver a la descarriada ni buscasteis a la perdida…
“…y por toda la faz de la tierra fueron dispersadas mis ovejas, y no hubo quien las buscase…
“Así ha dicho Jehová el Señor… exigiré mis ovejas de su mano”(Ezequiel 34:2, 4, 6, 10).
En muchos respectos, nos hemos convertido en una iglesia centrada en la capilla; nos esforzamos en sumo grado por proporcionar nutrición espiritual y emocional a aquellos que van a la iglesia, pero, ¿qué sucede con aquellos que se han extraviado en camino a la capilla?
Si he recibido un llamamiento para servir en la Iglesia, entonces tengo ovejas a quienes, por obligación divina, debo ministrar y servir. Por ejemplo, como maestro soy pastor no sólo de los que asisten a mi clase, sino también de los que no asisten. Tengo la responsabilidad de encontrarlos, de llegar a conocerlos, de ser su amigo, de atender a sus necesidades y de llevarlos de regreso al rebaño.
Llevémoslos de regreso
Como miembros-pastores haríamos bien en recordar y meditar las enseñanzas de Lucas 15. En ese capítulo, el Señor enseñó las parábolas de la oveja perdida, de la moneda de plata perdida y del hijo pródigo. Las tres se relacionan con “aquello que se perdió” y que más tarde se encontró. En la parábola de la oveja perdida, el Señor pregunta:
“¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se le perdió, hasta que la halla?
“Y al encontrarla, la pone sobre sus hombros gozoso;
“y cuando llega a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido.
“Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:4–7).
En la parábola, sólo una oveja se descarrió y se perdió, pero éste casi nunca es el caso en nuestros barrios y ramas. No obstante, la aplicación de la parábola sigue siendo la misma, independientemente de la cantidad de ovejas que se hayan descarriado del rebaño.
En la parábola no se indica cuánto tiempo duró el proceso de recuperación. En nuestra labor como pastores, algunas ovejas regresarán después de una sola visita, mientras que otras precisarán años de aliento constante y tierno.
Durante el proceso de ir en busca de nuestros hermanos y hermanas, no olvidemos que las ovejas que estamos “volviendo al redil” son las ovejas a las que “ama el Pastor”1. Él las conoce a cada una de manera individual. Él las ama a cada una con un amor perfecto. Dado que son Suyas, Él nos guiará, nos dirigirá y nos inspirará en cuanto a lo que debemos decir si se lo pedimos y después escuchamos la voz del Espíritu. Mediante el poder del Espíritu Santo, muchos responderán de manera positiva si les tendemos una mano sincera y humilde.
Recordemos nuestras responsabilidades como pastores, a fin de que podamos darle al Señor un buen informe de nuestra mayordomía en cuanto a las ovejas que nos ha asignado a cada uno.