Las sombrillas de las pioneras
“La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre” (Moroni 7:47).
“¡Sarah! Sarah, ¡despierta!”, dijo Christiana Larsen, de cinco años, a su hermana menor. “Es hora de irnos”.
Sarah, de tres años, se esforzó por abrir los ojos.
“Pero todavía está oscuro afuera”, se quejó con somnolencia.
“Lo sé, pero mamá dice que tenemos que empezar temprano. El barco que nos llevará a Estados Unidos saldrá pronto”.
La familia Larsen se había unido a la Iglesia en Dinamarca y ahora iban a realizar el largo viaje para unirse a los Santos en el Valle del Lago Salado.
Christiana ayudó a Sarah a vestirse. Luego, las niñitas, con lágrimas en los ojos, echaron un último vistazo alrededor de su cómoda habitación. Sabían que pasaría mucho tiempo antes de que volvieran a dormir en camas de verdad.
“No olvides tu sombrilla, Sarah”, dijo Christiana mientras recogía su propia sombrilla con encaje de seda. “Mamá dijo que las empacaría con la ropa de cama”.
Mamá y papá habían dicho que no podían llevar nada más que lo indispensable en el viaje a Estados Unidos. Después de empacar la ropa de cama, sus prendas de vestir y herramientas, no quedaría mucho lugar para nada más. Pero Christiana y Sarah les habían rogado que las dejaran llevar sólo una de sus cosas preferidas a su nuevo hogar. Después de todo, dejarían las muñecas, los libros y los juguetes. Las dos niñas escogieron sus hermosas sombrillas.
Cuando amaneció, Christiana y su familia abordaron el barco que navegaría hasta Estados Unidos. Estaban entusiasmados por ir a Sión, a pesar de haber tenido que dejar amigos, familia y su hogar.
La travesía por el océano fue larga y cansadora. Durante las calurosas tardes en el barco, las dos niñas usaban sus bonitas sombrillas para resguardarse del sol. Si el viento soplaba en la dirección correcta, el barco avanzaba sin problemas; pero, si cambiaba el curso, el barco se veía obligado a dar marcha atrás y a veces debían retroceder la misma distancia que habían avanzado.
Cuando los Larsen llegaron a Estados Unidos, compraron un carromato y un buey y comenzaron el largo viaje hasta el Valle del Lago Salado. El viaje fue áspero y caluroso, así que Christiana y Sarah a menudo preferían caminar.
Tal como muchas otras familias pioneras, la familia de Christiana sufrió penurias y tragedias durante el viaje: el hermano recién nacido de Christiana murió durante el trayecto y fue enterrado en la llanura.
Una vez que la familia Larsen llegó al Valle del Lago Salado en 1857, a Christiana le encantaba ir a la Iglesia con otros niños de su edad. Christiana y Sarah, felices, llevaban sus sombrillas a la Iglesia todos los domingos para que el fuerte sol del desierto no les diera en la cara.
A medida que pasaban los días y las semanas, el dinero y la comida de la familia empezaron a acabarse. Una noche, Christiana oyó a sus padres hablar acerca del problema. Su padre dijo que conocía a una familia que había sido bendecida con una buena cosecha de granos. Los Larsen podrían entregarles algo suyo a cambio de algo de harina, pero ¿qué tenían para entregarles?
Christiana, en voz alta, dijo. “Puedes entregarles mi sombrilla y la de Sarah, papá”.
“Pero ustedes adoran esas sombrillas, Christiana. ¡No podría hacerlo!”.
“Está bien, papá”, dijo Christiana. “Necesitamos la comida más de lo que necesitamos las sombrillas”.
Al día siguiente, el padre de Christiana cambió las hermosas sombrillas de encaje por un poco de harina, la cual se convirtió en comida para toda la familia.
Esa noche, mientras Christiana se preparaba para irse a dormir, dirigió su mirada con tristeza hacia el lugar donde antes estaban las sombrillas. Pero al recordar el maravilloso pan que había comido para la cena, la tristeza se convirtió en gratitud. Cuando hizo su oración esa noche, le dio gracias al Padre Celestial por la bonita sombrilla que había ayudado a alimentar a su familia.