2010
El orgullo y el sacerdocio
Noviembre de 2010


El orgullo y el sacerdocio

El orgullo es un interruptor que apaga el poder del sacerdocio. La humildad es un interruptor que lo enciende.

President Dieter F. Uchtdorf

Mis queridos hermanos, gracias por congregarse por todo el mundo para esta sesión del sacerdocio de la conferencia general. Su presencia demuestra su compromiso de unirse, dondequiera que estén, a sus hermanos que poseen el santo sacerdocio, y servir y honrar a su Señor y Redentor Jesucristo.

A menudo, marcamos el lapso de nuestra vida en base a acontecimientos que dejan impresiones en nuestra mente y nuestro corazón. Hay muchos de esos acontecimientos en mi vida; uno de ellos ocurrió en 1989, cuando escuché el imperecedero sermón del presidente Ezra Taft Benson, “Cuidaos del orgullo”. En la introducción se hizo la observación de que por algún tiempo, el presidente Benson había estado dando seria consideración en su alma a este tema1.

He sentido una carga semejante durante los últimos meses. Los susurros del Espíritu Santo me han instado a añadir mi voz como otro testimonio del mensaje que el presidente Benson pronunció hace veintiún años.

Toda persona ha tenido al menos una experiencia casual, cuando no íntima, con el pecado del orgullo. Nadie lo ha evitado, y pocas personas lo superan. Cuando le dije a mi esposa que éste sería el tema de mi discurso, sonrió y dijo: “Es muy bueno que hables de cosas sobre las que sabes tanto”.

Otros significados del orgullo

También recuerdo un interesante efecto secundario del influyente discurso del presidente Benson. Por un tiempo, casi llegó a ser tabú entre los miembros de la Iglesia decir que estaban “orgullosos” de sus hijos o de su país, o que se “enorgullecían” de su trabajo. La palabra misma orgullo parecía haberse desterrado de nuestro vocabulario.

En las Escrituras hallamos abundantes ejemplos de personas buenas y justas que se regocijan en la rectitud y al mismo tiempo se glorían en la bondad de Dios. Nuestro Padre Celestial mismo presenta a Su Hijo Amado con las palabras “en quien me complazco”2.

Alma se glorió en la idea de que podía ser “un instrumento en las manos de Dios”3. El apóstol Pablo se glorió en la fidelidad de los miembros de la Iglesia4. El gran misionero Amón se glorió en el éxito que él y sus hermanos habían tenido como misioneros5.

Creo que hay una diferencia entre estar orgulloso de ciertas cosas y ser orgulloso. Estoy orgulloso de muchas cosas; estoy orgulloso de mi esposa; estoy orgulloso de nuestros hijos y nietos.

Estoy orgulloso de los jóvenes de la Iglesia, y me regocijo en lo bueno que son. Estoy orgulloso de ustedes, mis queridos y fieles hermanos. Estoy orgulloso de trabajar codo a codo con ustedes como poseedor del santo sacerdocio de Dios.

El orgullo es el pecado de elevarse a uno mismo

Entonces ¿cuál es la diferencia entre esta clase de sentimiento y el orgullo que el presidente Benson denominó “el pecado universal”?6. El orgullo es pecaminoso, tal como el presidente Benson enseñó de forma tan memorable, ya que produce odio u hostilidad y nos coloca en oposición a Dios y a nuestros semejantes. Esencialmente, el orgullo es un pecado de comparación, porque, aunque por lo general comienza con: “Mira qué maravilloso soy y qué cosas grandiosas he hecho”, siempre parece terminar con: “Por lo tanto, soy mejor que tú”.

Cuando nuestro corazón está lleno de orgullo, cometemos un grave pecado, porque violamos los dos grandes mandamientos7. En lugar de adorar a Dios y amar a nuestro prójimo, ponemos de manifiesto el verdadero objeto de nuestro amor y adoración: la imagen que vemos en el espejo.

El orgullo es el gran pecado de elevarse a uno mismo. Para muchas personas es un Rameúmptom personal, un púlpito santo que justifica la envidia, la codicia y la vanidad8. En cierto sentido, el orgullo es el pecado original, porque antes de la fundación de esta tierra, el orgullo hizo caer a Lucifer, un hijo de la mañana “que tenía autoridad delante de Dios”9. Si el orgullo puede corromper a alguien tan capaz y prometedor como él, ¿no deberíamos examinar también nuestra propia alma?

El orgullo tiene muchas facetas

El orgullo es un cáncer mortal. Es un pecado de acceso que conduce a una multitud de otras debilidades humanas. De hecho, podría decirse que todos los demás pecados son, en esencia, una manifestación del orgullo.

Ese orgullo tiene muchas facetas. A algunas personas las conduce a deleitarse en lo que consideran su propia valía, en sus logros, talentos, riquezas o posición. Consideran tales bendiciones como evidencia de que son “escogidos”, “superiores” o “más justos” que los demás. Éste es el pecado de: “Gracias a Dios que soy más especial que tú”. Esencialmente es el deseo de ser admirado o envidiado; es el pecado de la auto-glorificación.

Para otras personas, el orgullo se torna en envidia: miran con resentimiento a quienes tienen una mejor posición, más talentos o mayores posesiones que ellos. Procuran herir, menoscabar y destruir a otras personas en un desacertado e indigno intento de elevarse a sí mismos. Cuando las personas a quienes envidian tropiezan o sufren, en el fondo, se alegran.

El laboratorio de los deportes

Quizás no exista mejor laboratorio para observar el pecado del orgullo que el mundo de los deportes. Siempre me ha encantado participar en eventos deportivos y asistir a ellos, pero confieso que hay ocasiones en que la falta de respeto en los deportes es vergonzosa. ¿Cómo es posible que seres humanos que normalmente son amables y compasivos puedan ser tan intolerantes y estar llenos de odio hacia un equipo contrario y sus simpatizantes?

He visto a los partidarios de equipos deportivos vilipendiar y difamar a sus rivales. Buscan cualquier defecto y lo exageran; justifican su odio con amplias generalizaciones y las aplican a todas las personas relacionadas con el otro equipo. Cuando el infortunio aflige a su rival, se regocijan.

Hermanos, desafortunadamente hoy vemos con demasiada frecuencia que la misma clase de actitud y comportamiento se extiende a la expresión pública sobre política, origen étnico y religión.

Mis queridos hermanos del sacerdocio, mis amados condiscípulos del afable Cristo, ¿no deberíamos atenernos a una norma más elevada? Como poseedores del sacerdocio, debemos comprender que todos los hijos de Dios llevan el mismo uniforme; nuestro equipo es la hermandad de los hombres; esta vida mortal es nuestro campo de juego. Nuestro objetivo es aprender a amar a Dios y extender ese mismo amor a nuestros semejantes. Estamos aquí para vivir de acuerdo con Su ley y establecer el reino de Dios. Estamos aquí para edificar, elevar, tratar justamente y alentar a todos los hijos de nuestro Padre Celestial.

Que no se nos vaya a la cabeza

Cuando se me llamó como Autoridad General, tuve la bendición de tener como mentores a muchas de las Autoridades Generales de más antigüedad en la Iglesia. Un día, tuve la oportunidad de llevar al presidente James E. Faust en automóvil a una conferencia de estaca. Durante las horas que estuvimos en el automóvil, el presidente Faust tomó tiempo para enseñarme algunos principios importantes sobre mi asignación. Me explicó también cuán corteses son los miembros de la Iglesia, en especial con las Autoridades Generales. Dijo: “Lo tratarán muy amablemente, y dirán cosas agradables de usted”. Se rió un poco y luego dijo: “Dieter, esté agradecido por ello; pero que nunca se le vaya a la cabeza”.

Ésa es una buena lección para todos nosotros, hermanos, en cualquier llamamiento o situación de la vida. Podemos estar agradecidos por nuestra salud, riquezas, posesiones o posición, pero cuando se nos empieza a ir a la cabeza, cuando nos obsesionamos con nuestra posición social, cuando nos centramos en nuestra propia importancia, poder o reputación; cuando nos concentramos demasiado en nuestra imagen pública y creemos lo que otras personas dicen de nosotros, es entonces que comienza el problema; es entonces cuando el orgullo empieza a corromper.

Hay muchas advertencias sobre el orgullo en las Escrituras: “Ciertamente la soberbia producirá contienda, pero con los bien aconsejados está la sabiduría”10.

El apóstol Pedro advirtió que “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”11. Mormón explicó: “Nadie es aceptable a Dios sino los mansos y humildes de corazón”12. A propósito, el Señor escoge a “lo débil del mundo… para avergonzar a lo fuerte”13. El Señor hace esto para mostrar que Su mano está en Su obra, no sea que “ponga[mos] [nuestra] confianza en el brazo de la carne”14.

Somos siervos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. No se nos da el sacerdocio para recibir reconocimiento y deleitarnos en los cumplidos. Estamos aquí para arremangarnos y ponernos a trabajar. Estamos enlistados en una labor extraordinaria. Somos llamados a preparar el mundo para la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. No procuramos nuestra propia honra, sino traer alabanza y gloria a Dios. Sabemos que la contribución que podemos hacer por nosotros mismos es pequeña; no obstante, conforme ejercemos el poder del sacerdocio en rectitud, Dios puede hacer que se lleve a cabo una obra maravillosa mediante nuestros esfuerzos. Debemos aprender, como lo hizo Moisés, que “el hombre no es nada”15 por sí mismo, pero que “para Dios todo es posible”16.

Jesucristo es el ejemplo perfecto de humildad

En esto, como en todas las cosas, Jesucristo es nuestro ejemplo perfecto. Mientras que Lucifer trató de cambiar el plan de salvación del Padre y obtener honra para sí mismo, el Salvador dijo: “Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”17. A pesar de Sus excelentes habilidades y logros, el Salvador siempre fue manso y humilde.

Hermanos, poseemos “el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios”18. Es el poder que Dios ha concedido a los hombres sobre la tierra para actuar por Él. A fin de ejercer Su poder, debemos esforzarnos para ser como el Salvador. Eso significa que procuramos hacer la voluntad del Padre en todas las cosas, tal como lo hizo el Salvador19; significa que damos toda la gloria al Padre, tal como lo hizo el Salvador20; significa que nos entregamos al servicio a los demás, tal como lo hizo el Salvador.

El orgullo es un interruptor que apaga el poder del sacerdocio21. La humildad es un interruptor que lo enciende.

Sean humildes y llenos de amor

Entonces, ¿cómo conquistamos el pecado del orgullo que prevalece tanto y es tan dañino? ¿Cómo llegamos a ser más humildes?

Es casi imposible envanecerse con orgullo cuando nuestro corazón está lleno de caridad. “Nadie puede ayudar en [esta obra] a menos que sea humilde y lleno de amor”22. Cuando vemos el mundo que nos rodea a través de la lente del amor puro de Cristo, comenzamos a comprender la humildad.

Algunas personas suponen que la humildad tiene que ver con sentirnos culpables e indignos. La humildad no significa convencernos a nosotros mismos de que tenemos poco o ningún valor, ni de que somos insignificantes. Tampoco quiere decir negar o esconder los talentos que Dios nos ha dado. No logramos humildad al pensar menos de nosotros mismos; logramos humildad al pensar menos en nosotros mismos. La humildad llega conforme nos ocupamos de nuestra labor con la actitud de servir a Dios y a nuestros semejantes.

La humildad dirige nuestra atención y amor hacia los demás y hacia los propósitos del Padre Celestial. El orgullo hace lo opuesto. El orgullo saca su energía y su fuerza de los profundos abismos del egoísmo. En el momento en que dejamos de obsesionarnos con nosotros mismos y nos entregamos al servicio, nuestro orgullo disminuye y comienza a morir.

Mis queridos hermanos, hay tantas personas necesitadas en quienes podríamos pensar en vez de pensar en nosotros mismos, y por favor no se olviden nunca de su familia y de su propia esposa. Hay tantas formas en las que podríamos prestar servicio. No tenemos tiempo para estar absortos en nosotros mismos.

Cierta vez tuve un bolígrafo que me encantaba usar cuando era comandante de aerolínea. Con sólo girarlo podía escoger entre cuatro colores. El bolígrafo no se quejaba cuando yo quería usar tinta roja en vez de azul. No me decía: “Preferiría no escribir después de las 10:00 de la noche, ni cuando hay niebla densa ni a grandes alturas”. El bolígrafo no decía: “Úsame sólo para documentos importantes y no para las tareas diarias y triviales”. Sin fallar realizó todas las tareas que necesité sin importar cuán importantes o insignificantes fueran. Siempre estaba presto a servir.

De forma similar, nosotros somos herramientas en las manos de Dios. Cuando nuestro corazón está en el lugar correcto, no nos quejamos porque la tarea que se nos ha asignado no está a la altura de nuestra capacidad. Servimos alegremente dondequiera que se nos pida hacerlo; y al hacerlo, el Señor puede utilizarnos para realizar Su obra de formas que exceden nuestra comprensión.

Permítanme concluir con las palabras del mensaje inspirado del presidente Ezra Taft Benson de hace veintiún años:

“El orgullo es la gran piedra de tropiezo para Sión.

“Debemos limpiar lo interior del vaso venciendo el orgullo…23.

“Debemos someternos ‘al influjo del Santo Espíritu’, despojarnos ‘del hombre natural’ orgulloso, convertirnos en santos por medio de ‘la expiación de Cristo el Señor’ y volvernos ‘como un niño: sumiso, manso, humilde’…24.

“Dios quiere un pueblo humilde… ‘Benditos son aquellos que se humillan sin verse obligados a ser humildes’…25.

“Tomemos la decisión de ser humildes. Podemos hacerlo; yo sé que podemos”26.

Mis amados hermanos, sigamos el ejemplo de nuestro Salvador y tendamos la mano para servir en vez de procurar la alabanza y el honor de los hombres. Mi ruego es que reconozcamos y desarraiguemos el orgullo vil de nuestro corazón y que lo reemplacemos con “la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, [y] la mansedumbre”27. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.