¡Haya luz!
En nuestro mundo cada vez más inicuo, es esencial que los valores basados en la creencia religiosa formen parte de las disertaciones públicas.
El mes pasado celebré mi cumpleaños; como regalo, mi esposa Mary me dio un CD de canciones de esperanza y fe de la famosa cantante británica Vera Lynn, quien inspiró a sus oyentes durante los días sombríos de la Segunda Guerra Mundial.
Hay una historia detrás del hecho de que mi esposa me haya dado algo así. El bombardeo de Londres en septiembre de 1940 empezó un día antes de que yo naciera1. Mi madre, que escuchaba los sucesos por la radio en la habitación del hospital, decidió ponerme el nombre del anunciador, que se llamaba Quentin.
La cantante Vera Lynn tiene actualmente 93 años. El año pasado se volvieron a sacar a la venta sus canciones del tiempo de la guerra, y de inmediato ascendieron al primer lugar de la lista de éxitos en Gran Bretaña. Algunos de ustedes que sean ya mayores recordarán canciones como “Los blancos acantilados de Dover”.
Una canción titulada “Cuando se vuelvan a encender las luces (por todo el mundo)”, me conmovió profundamente. Me hizo recordar dos cosas: primero, las palabras proféticas de un estadista británico: “Se apagan las lámparas por toda Europa. No las volveremos a ver encendidas en nuestra vida”2; y segundo, los ataques aéreos en ciudades británicas como Londres. Para que fuera más difícil para los bombarderos encontrar un blanco, se instituyeron los apagones; se apagaban las luces y se cubrían las ventanas.
La canción reflejaba la esperanza de que se restablecerían la libertad y la luz. Para aquellos de nosotros que entendemos el papel del Salvador y de la Luz de Cristo3 en el constante conflicto entre el bien y el mal, la analogía que existe entre esa guerra mundial y el conflicto moral actual es clara. Es por medio de la Luz de Cristo que toda la humanidad puede “discernir el bien del mal”4.
Nunca ha sido fácil lograr ni conservar la libertad y la luz. Desde la guerra en los Cielos, las fuerzas de la maldad han utilizado todo medio posible para destruir el albedrío y extinguir la luz. El ataque contra los principios morales y la libertad religiosa nunca han sido tan potentes.
Como Santos de los Últimos Días tenemos que hacer todo lo posible por preservar la luz y proteger a nuestras familias y comunidades de este ataque a la moral y a la libertad religiosa.
Protejamos a la familia
Un peligro constante para la familia es la invasión de las fuerzas del mal que parecen provenir de todas direcciones. Mientras nuestro esfuerzo principal debe ser el buscar la luz y la verdad, seríamos prudentes si mantuviéramos nuestros hogares a oscuras para protegerlos de las bombas mortíferas que destruyen nuestro desarrollo y progreso espiritual. La pornografía, en particular, es un arma de destrucción moral masiva. Su impacto está al frente de la erosión de los valores morales. Igualmente letales son algunos programas de televisión y sitios de internet; esas fuerzas malignas despojan al mundo de la luz y la esperanza. El nivel de decadencia se va acelerando5. Si no apagamos las luces de nuestro hogar y de nuestra vida para que no entre la maldad, entonces, que no nos sorprenda si devastadoras explosiones morales destruyen la paz que es la recompensa de un vivir recto. Nuestra responsabilidad es la de estar en el mundo pero no ser de él.
Además, debemos aumentar considerablemente la observancia religiosa en el hogar. La noche de hogar cada semana, la oración familiar y el estudio de las Escrituras diarios son elementos esenciales. Debemos llevar a nuestros hogares aquello que es “virtuoso, bello, de buena reputación o digno de alabanza”6. Si hacemos de nuestros hogares lugares santos que nos resguarden de la maldad, seremos protegidos de las consecuencias adversas que se han predicho en las Escrituras.
Protejamos la comunidad
Además de proteger a nuestra propia familia, debemos ser una fuente de luz para proteger nuestras comunidades. El Salvador dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”7.
Nuestros días se han descrito como “un tiempo de abundancia y una época de duda”8. La creencia básica en el poder y la autoridad de Dios no sólo se pone en tela de juicio sino que se denigra. Bajo estas circunstancias, ¿cómo podemos fomentar valores de manera que los incrédulos y los apáticos se hagan eco de ellos, y que ayuden a mitigar la vertiginosa caída hacia la violencia y la maldad?
Esta pregunta es de monumental importancia. Piensen en el profeta Mormón y en su angustia cuando declaró: “¡…cómo pudisteis rechazar a ese Jesús que esperaba con los brazos abiertos para recibiros!”9. La angustia de Mormón se justificaba, y su hijo, Moroni, permaneció para describir “el triste relato de la destrucción de [su] pueblo”10.
Mi experiencia personal de vivir y relacionarme con personas de todo el mundo me ha hecho optimista. Creo que la luz y la verdad serán preservadas en nuestros días. En todas las naciones hay grupos numerosos que adoran a Dios y sienten que tienen que darle cuentas a Él de su conducta. Algunos observadores creen que en realidad hay un renacimiento global de fe11. Como líderes de la Iglesia, nos hemos reunido con líderes de otras religiones y hemos descubierto que existe un fundamento moral común que trasciende las diferencias teológicas y nos une en nuestras aspiraciones por una sociedad mejor.
También encontramos que la mayoría de las personas aún respetan los valores morales básicos; pero, que no les quepa la menor duda: también hay personas que están resueltas a destruir la fe así como a rechazar cualquier influencia religiosa en la sociedad. Otras personas malvadas explotan, manipulan y destruyen la sociedad con drogas, pornografía, explotación sexual, tráfico humano, robo y prácticas fraudulentas de negocios. El poder y la influencia de esas personas son sumamente grandes a pesar de que ellas sean relativamente pocas.
Siempre se ha librado una lucha constante entre las personas de fe y aquellos que desean sacar la religión y a Dios de la vida pública12. Muchos líderes de la opinión pública rechazan hoy día un punto de vista moral del mundo basado en valores judeocristianos. En su opinión, no existe un orden moral objetivo13; creen que no se debe dar preferencia a las metas morales14.
Aún así, la mayoría de las personas aspiran a ser buenas y honorables. La Luz de Cristo, que es distinta del Espíritu Santo, ilumina su conciencia. Por las Escrituras sabemos que la Luz de Cristo es “el Espíritu [que] da luz a todo hombre que viene al mundo”15. La luz se da por el bien “del mundo entero”16. El presidente Boyd K. Packer ha enseñado que ésta es una “fuente de inspiración que cada uno de nosotros posee en común con todos los demás miembros de la familia humana”17. Por esa razón muchos aceptarán valores morales incluso cuando se basen en convicciones religiosas que ellos no apoyen personalmente. Como leemos en Mosíah, en el Libro de Mormón: “no es cosa común que la voz del pueblo desee algo que sea contrario a lo que es justo; pero sí es común que la parte menor del pueblo desee lo que no es justo”. Después, Mosíah advierte que “si llega la ocasión en que la voz del pueblo escoge la iniquidad, entonces es cuando los juicios de Dios descenderán”18.
En nuestro mundo cada vez más inicuo, es esencial que los valores basados en la creencia religiosa formen parte de las disertaciones públicas. A las posturas morales basadas en la conciencia religiosa se les debe dar igual acceso en el debate público. Es posible que a la conciencia religiosa no se le dé preferencia bajo la constitución de la mayoría de los países, pero tampoco se la debe despreciar19.
La fe religiosa es una fuente de luz, conocimiento y sabiduría, y beneficia a la sociedad de manera asombrosa cuando los adeptos asumen una conducta moral porque consideran que deben rendir cuentas a Dios20.
Este punto lo ilustran dos principios religiosos.
La conducta honrada motivada por el hecho de que debemos rendir cuentas a Dios
El artículo de fe número trece de la Iglesia declara: “Creemos en ser honrados”. La honradez es un principio que se basa en la creencia religiosa y es una de las leyes básicas de Dios.
Hace muchos años, cuando ejercía derecho en California, un amigo y cliente que no era de nuestra fe fue a verme y con gran entusiasmo me mostró una carta que había recibido de un obispo SUD de un barrio vecino. El obispo escribió que un miembro de su congregación, un ex empleado de mi cliente, se había llevado materiales del lugar de trabajo de mi cliente con la excusa de que era el excedente. Pero después de convertirse en un dedicado Santo de los Últimos Días y de tratar de seguir a Jesucristo, dicho empleado había reconocido que lo que había hecho era deshonesto. En la carta había adjuntado una suma de dinero proveniente de ese hombre para cubrir no sólo el costo de los materiales, sino los intereses. Mi cliente se quedó impresionado de que la Iglesia, mediante un clero laico, ayudara a ese hombre a reconciliarse con Dios.
Piensen en la luz y la verdad que el valor compartido de la honradez tiene en el mundo judeocristiano. Piensen en el impacto que tendría en la sociedad si los jóvenes no hicieran trampas en la escuela, si los adultos fueran honrados en el trabajo y fueran fieles a sus votos matrimoniales. Para nosotros, el concepto fundamental de la honradez se basa en la vida y las enseñanzas del Salvador. La honradez también es un valioso atributo de muchas otras religiones y de la literatura histórica. El poeta Robert Burns dijo: “El hombre honrado es la obra más noble de Dios”21. En casi todos los casos, las personas de fe piensan que tienen que rendir cuentas a Dios por ser honrados. Esa fue la razón por la que el hombre de California se estaba arrepintiendo de su acto previo de deshonestidad.
En un discurso que pronunció el año pasado, Clayton Christensen, profesor de Harvard y líder de la Iglesia, compartió el relato verdadero de un colega de otro país que había estudiado la democracia. Ese amigo se sorprendió de cuán importante es la religión para la democracia. Señaló que en las sociedades en las que a los ciudadanos se les enseña a temprana edad a sentirse responsables ante Dios por su honradez e integridad, se regirán por reglas y prácticas que, aunque no se puedan hacer cumplir, promueven ideales democráticos. En las sociedades donde no es así, no habrá suficientes policías para imponer un comportamiento honrado22.
Claramente, los valores morales relacionados con la honradez pueden jugar un papel importante en establecer luz y verdad, y en mejorar la sociedad; y deben ser valorados por aquellos que no tienen fe.
El tratar a todos los hijos de Dios como hermanos y hermanas
Un segundo ejemplo de cómo la fe religiosa beneficia a la sociedad y contribuye luz al mundo es el papel de la religión en tratar a todos los hijos de Dios como hermanos y hermanas.
Muchas instituciones basadas en la fe han estado en los últimos dos siglos a la vanguardia de tender una mano y de rescatar a aquellos que están sujetos a circunstancias crueles, ya que sus miembros creen que todos los hombres están hechos a la imagen y semejanza de Dios23. William Wilberforce, el gran estadista británico que jugó un papel decisivo en la prohibición del comercio de esclavos en Gran Bretaña es un ejemplo excelente24. El conmovedor himno “Asombrosa Gracia”, y la película inspiradora del mismo nombre, captan el sentimiento de los primeros años de la década de 1800, y describen el relato de su heroico esfuerzo. Los incansables esfuerzos de Wilberforce se contaron entre los primeros pasos para eliminar esa terrible, opresiva, cruel y corrupta práctica. Como parte de esa empresa, él y otros líderes se propusieron reformar la moral pública. Él creía que la educación y el gobierno debían basarse en la moral25. “Vivía por su visión de un enriquecimiento moral y espiritual, ya fuese en defender la institución del matrimonio, atacar las prácticas del comercio de esclavos o defender enfáticamente el día de reposo”26. Con gran energía, ayudó a movilizar a los líderes morales y sociales del país en una lucha nacional contra el vicio27.
En los primeros días de la historia de nuestra Iglesia, la gran mayoría de nuestros miembros se oponían a la esclavitud28. Eso fue una importante razón, junto con sus creencias religiosas, de la hostilidad y la violencia que experimentaron de parte del populacho, que culminó en la orden de exterminación emitida por el Gobernador Boggs en Misuri29. En 1833, José Smith recibió una revelación que declaraba: “…no es justo que un hombre sea esclavo de otro”30. Nuestro compromiso a la libertad de religión y de tratar a todas las personas como hijos e hijas de Dios es fundamental para nuestra doctrina.
Éstos son sólo dos ejemplos de la forma en que los valores basados en la fe corroboran principios que bendicen grandemente a la sociedad. Hay muchos más. Debemos ser partícipes y a la vez apoyar a personas de carácter e integridad para restablecer valores morales que bendecirán a toda la comunidad.
Que quede claro que se deben oír todas las voces en la plaza pública; no se deben silenciar las voces religiosas ni las seculares. Más aún, no debemos esperar que a causa de que algunas de nuestras opiniones tengan su origen en principios religiosos, automáticamente se acepten o se les dé trato preferente. Pero también queda claro que tales opiniones y valores tienen derecho a que se los analice por sus propios méritos.
El fundamento moral de nuestra doctrina puede ser un faro de luz al mundo y ser una fuerza unificadora tanto para la moral como para la fe en Jesucristo. Tenemos que proteger a nuestras familias y estar al frente, junto con todas las personas de buena voluntad, para hacer todo lo que podamos por preservar la luz, la esperanza y la moral en nuestras comunidades.
Si vivimos y proclamamos estos principios, estaremos siguiendo a Jesucristo, que es la verdadera Luz del Mundo. Podemos ser una fuerza para la rectitud al prepararnos para la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esperamos con ansias ese bello día en que “los corazones libres cantarán cuando se vuelvan a encender las luces por todo el mundo”31. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.