Hasta que nos volvamos a ver
Debemos perseverar hasta el fin, pues nuestra meta es la vida eterna en la presencia de nuestro Padre Celestial.
Mis hermanos y hermanas, mi corazón está colmado de emoción al concluir esta maravillosa conferencia general de la Iglesia. Hemos sido nutridos espiritualmente al escuchar el consejo y los testimonios de aquellos que han participado en cada una de las sesiones. Tengo la seguridad de que hablo en nombre de los miembros de todas partes al expresar mi profundo agradecimiento por las verdades que se nos han enseñado. Podríamos hacernos eco de las palabras que se encuentran en el Libro de Mormón sobre aquellas personas que escucharon el sermón del gran rey Benjamín: “…clamaron a una voz, diciendo: Sí, creemos todas las palabras que nos has hablado; y además, sabemos de su certeza y verdad por el Espíritu del Señor Omnipotente”1.
Espero que dediquemos tiempo para leer los discursos de la conferencia que se imprimirán en el ejemplar del mes de noviembre de las revistas Ensign y Liahona, pues merecen nuestro meticuloso estudio.
Qué bendición es haber podido reunirnos aquí, en este magnífico Centro de Conferencias, en paz, cómodos y a salvo. Hemos tenido una cobertura sin precedentes de la conferencia, llegando a través de los continentes y los océanos a la gente de todas partes. Aunque estamos muy lejos de muchos de ustedes, sentimos su espíritu y les hacemos extensivos nuestro amor y aprecio.
A las Autoridades que han sido relevadas en esta conferencia, expreso un sincero agradecimiento, en nombre de todos nosotros, por sus muchos años de servicio devoto. Son innumerables los que han sido bendecidos por sus contribuciones a la obra del Señor.
El coro del Tabernáculo y los demás coros que participaron en las sesiones han proporcionado música verdaderamente celestial que ha acrecentado y embellecido todo lo demás que ha sucedido aquí. Les doy gracias por compartir con nosotros sus talentos y habilidades musicales.
Amo y aprecio a mis fieles consejeros, el presidente Henry B. Eyring y el presidente Dieter F. Uchtdorf. Verdaderamente, son hombres de sabiduría y entendimiento, y su servicio es invalorable. Yo no podría hacer todo lo que se me ha llamado a hacer sin el apoyo y la ayuda de ellos. Amo y admiro a mis hermanos del Quórum de los Doce Apóstoles y a todos los que están en los Quórumes de los Setenta y en el Obispado Presidente; ellos prestan servicio desinteresada y eficazmente. De manera similar, expreso mi agradecimiento a las mujeres y a los hombres que prestan servicio como oficiales de las organizaciones auxiliares.
Qué bendecidos somos por tener el evangelio restaurado de Jesucristo. Proporciona respuestas a las preguntas en cuanto a de dónde vinimos, por qué estamos aquí y adónde iremos cuando dejemos esta vida. Proporciona significado y propósito y esperanza a nuestra vida.
Vivimos en un mundo atribulado, un mundo de muchos desafíos. Estamos aquí en la tierra para enfrentar nuestros desafíos personales lo mejor que podamos, para aprender de ellos y para superarlos. Debemos perseverar hasta el fin, pues nuestra meta es la vida eterna en la presencia de nuestro Padre Celestial. Él nos ama y no quiere otra cosa para nosotros sino que logremos esa meta. Él nos ayudará y nos bendecirá a medida que lo busquemos en oración, estudiemos Sus palabras y obedezcamos Sus mandamientos. Es allí donde se encuentra la seguridad; es allí donde se encuentra la paz.
Que Dios los bendiga, mis hermanos y hermanas. Les agradezco sus oraciones por mí y por todas las Autoridades Generales. Estamos profundamente agradecidos por ustedes y por todo lo que hacen para extender la obra del reino de Dios sobre la tierra.
Que las bendiciones del cielo los acompañen; que sus hogares estén colmados de amor, gentileza y del espíritu del Señor; que fortalezcan sus testimonios del Evangelio de forma constante para que sean una protección en contra de los bofetones de Satanás.
La conferencia ha terminado y, al regresar a nuestros hogares, ruego que lo hagamos a salvo; que el espíritu que hemos sentido aquí esté y permanezca con nosotros al hacer las cosas que nos ocupan a diario; que mostremos más gentileza los unos a los otros; que siempre se nos encuentre haciendo la obra del Señor.
Los amo; oro por ustedes; me despido de ustedes hasta que nos volvamos a ver en seis meses. En el nombre de nuestro Señor y Salvador, a saber, Jesucristo. Amén.