2010
Mantengámonos en la senda
Noviembre de 2010


Mantengámonos en la senda

Al mantener a nuestros hijos aferrados a nosotros y al seguir el ejemplo del Salvador, todos regresaremos a nuestro hogar celestial y estaremos a salvo en los brazos de nuestro Padre Celestial.

Rosemary M. Wixom

Hace poco observé el nacimiento de la pequeña Kate Elizabeth. Después de llegar a este mundo y de que la colocaran en los brazos de su madre, Kate extendió su mano y tomó el dedo de su madre. Era como si estuviera diciendo: “Si me aferro, ¿me ayudarás a mantenerme en la senda de regreso a mi Padre Celestial?”.

A los siete años de edad, José Smith contrajo fiebre tifoidea y se le infectó la pierna. El doctor Nathan Smith estaba implementando un nuevo procedimiento por medio del cual se podría salvar la pierna infectada. Sin anestesia, el doctor Smith tendría que hacer un corte en la pierna de José y extraer partes del hueso infectado. José se negó a tomar licor para soportar el dolor y no quiso que se le amarrara, pero dijo: “Quiero que mi padre se siente en la cama junto a mí y me sostenga en sus brazos, y entonces haré lo que sea necesario”1.

A los niños de todo el mundo decimos: “Toma mi mano. Aférrate. Permaneceremos juntos en la senda de regreso a nuestro Padre Celestial”.

Padres, abuelos, vecinos, amigos, líderes de la Primaria, cada uno de nosotros puede tender la mano para que los niños se aferren a nosotros. Podemos detenernos, arrodillarnos, mirarlos a los ojos y sentir su deseo innato de seguir al Salvador. Tómenlos de la mano. Caminen con ellos. Es la oportunidad que tenemos para anclarlos en la senda de la fe.

Ningún niño tiene que caminar solo por la senda, siempre y cuando le hablemos libremente del plan de salvación. Comprender el plan les ayudará a aferrarse a las verdades que son hijos de Dios y que Él tiene un plan para ellos, que vivieron con Él en la vida premortal, que se regocijaron por venir a esta tierra y que por medio de la ayuda del Salvador todos podemos regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial. Si ellos entienden el plan y quiénes son, no temerán.

En Alma 24 leemos: “…él ama nuestras almas [y] ama a nuestros hijos; por consiguiente,… el plan de salvación nos [es] dado a conocer, tanto a nosotros como a las generaciones futuras”2.

Comenzamos a dar a conocer el plan a nuestros hijos cuando nosotros mismos nos aferramos a la barra de hierro.

Una vez que estamos aferrados a la barra de hierro, estamos en una posición de poner nuestras manos sobre las de ellos y caminar juntos por el sendero estrecho y angosto. Nuestro ejemplo se magnifica ante sus ojos. Seguirán nuestro ejemplo cuando se sientan seguros en nuestros actos. No tenemos que ser perfectos, sólo honrados y sinceros. Los niños desean sentirse uno con nosotros. Cuando un padre dice: “¡Podemos hacerlo! Podemos leer las Escrituras diariamente como familia”, ¡los hijos lo seguirán!

Una familia con cuatro hijos pequeños escribe: “Decidimos empezar con poco porque la capacidad de concentración de ellos era muy poca. Nuestra hija mayor todavía no sabía leer, pero podía repetir nuestras palabras, así que empezamos a leer el Libro de Mormón, sólo tres versículos cada noche. Mi esposo y yo leíamos un versículo cada uno, y luego Sydney repetía un versículo. Así progresamos a cuatro versículos y luego a cinco a medida que los varones empezaban a repetir sus propios versículos. Sí, fue tedioso, pero continuamos. Procuramos concentrarnos en la constancia y no en la velocidad. Nos tomó tres años y medio terminar el Libro de Mormón. ¡Fue un hermoso sentimiento de logro!”.

La madre continúa: “Ahora la lectura familiar diaria de las Escrituras es un hábito en nuestra familia. Nuestros hijos se sienten cómodos con el lenguaje de las Escrituras, y mi esposo y yo aprovechamos estas ocasiones para testificar de las verdades, y lo más importante, es que el Espíritu ha aumentado en nuestro hogar”.

¿Aprendieron de la experiencia de esta familia lo que yo aprendí? Cuando nuestra intención es asirnos a la palabra de Dios, nuestra lectura de las Escrituras puede ser sólo un versículo a la vez. Nunca es demasiado tarde para comenzar. Pueden empezar ahora.

Si nosotros no lo hacemos, el mundo enseñará a nuestros hijos, y los niños son capaces de aprender todo lo que el mundo les enseñe a muy temprana edad. Lo que deseamos que sepan de aquí a cinco años debe ser parte de la conversación que tengamos con ellos ahora. Enséñenles en toda circunstancia; que cada dilema, cada consecuencia, cada prueba que afronten les brinde una oportunidad de enseñarles cómo aferrarse a las verdades del Evangelio.

Shannon, una joven madre, no pensó que enseñaría a sus hijos sobre el poder de la oración cuando subieron al vehículo para regresar a casa sólo a 40 minutos de distancia. No había tormenta cuando partieron de casa, de su abuela, pero cuando empezaron a atravesar el cañón, la poca nieve se convirtió en una tormenta. El vehículo comenzó a deslizarse en la superficie de la carretera. Al poco tiempo la visibilidad era casi nula. Los dos niños más pequeños percibieron la tensión de la situación y comenzaron a llorar. Shannon les dijo a sus dos hijos mayores, Heidi y Thomas, de 8 y 6 años: “Oren. Necesitamos la ayuda de nuestro Padre Celestial para llegar bien a casa. Oren para que no quedemos atascados y que no nos salgamos de la carretera”. Las manos le temblaban a medida que controlaba el vehículo, pero podía oír el susurro de las oraciones que repetidamente provenían del asiento trasero. “Padre Celestial, por favor ayúdanos a llegar bien a casa; ayúdanos para que no nos salgamos de la carretera”.

Con el tiempo las oraciones calmaron a los dos pequeños, y dejaron de llorar justo en el momento en que supieron que la carretera estaba cerrada y que no podían continuar. Con precaución, dieron la vuelta y encontraron un hotel para pasar la noche. Ya en el hotel, se arrodillaron y le dieron gracias al Padre Celestial por estar a salvo. Esa noche una madre enseñó a sus hijos el poder de permanecer firmes en la oración.

¿Qué pruebas afrontarán nuestros hijos? Al igual que José Smith, nuestros hijos pueden encontrar el valor para “hacer lo que sea necesario”. Si con verdadera intención los tomamos de la mano y les enseñamos el plan de nuestro Padre Celestial por medio de la oración y las Escrituras, llegaran a saber de dónde vienen, por qué están aquí, y hacia dónde van.

La primavera pasada, mi esposo y yo asistimos a un partido de fútbol de nuestro nieto de cuatro años. Uno podía sentir la emoción en el campo a medida que los jugadores corrían en toda dirección tras la pelota. Cuando sonó el silbato final, los jugadores no sabían quién había ganado ni quién había perdido. Simplemente habían jugado el partido. Los entrenadores llevaron a los jugadores a estrechar la mano de los miembros del equipo contrario. Entonces observé algo extraordinario. El entrenador pidió que formaran un túnel de la victoria. Todos los padres, abuelos y espectadores que habían venido a ver el partido se pusieron de pie y formaron dos líneas, una frente a la otra, y al levantar los brazos formaron un arco. Los niños gritaron al pasar corriendo en medio de los adultos que los aclamaban y por la senda que habían formado los espectadores. Al poco tiempo los niños del equipo contrario se les unieron a la diversión a medida que todos los jugadores —ganadores y perdedores— pasaban por el túnel de la victoria, aclamados por los adultos.

En mi mente, yo tenía otra imagen. Tuve el sentimiento de que estaba viendo a los niños vivir el plan, el plan que nuestro Padre Celestial ha creado para cada niño individualmente. Estaban corriendo por el sendero estrecho y angosto entre los brazos de los espectadores que los amaban, cada uno de ellos sentía el gozo de estar en la senda.

Jacob dijo: “¡Oh cuán grande es el plan de nuestro Dios”3. El Salvador “marcó la senda y nos guió”4. Testifico que al mantener a nuestros hijos aferrados a nosotros y al seguir el ejemplo del Salvador, todos regresaremos a nuestro hogar celestial y estaremos a salvo en los brazos de nuestro Padre Celestial. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith by His Mother, ed. Preston Nibley, 1958, págs. 56–57.

  2. 2. Alma 24:14.

  3. 2 Nefi 9:13.

  4. Jesús, en la corte celestial, Himnos, Nº 116.