Él bendijo mi nota desentonada
Randy Lonsdale, Alberta, Canadá
Los oídos se me enrojecieron de vergüenza cuando mi hijo adolescente Derek y yo terminamos de cantar “Ten paz, mi alma”1 en la reunión sacramental. No había calentado bien la voz antes de que empezara la reunión y por esa razón, cuando traté de llegar a una nota alta, desafiné por completo.
Regresé a mi asiento sintiéndome incómodo a pesar de la mirada comprensiva de mi sonriente esposa, que me aseguraba que no había arruinado el Espíritu de la reunión.
Después de la última oración, me dirigí a mi auto para buscar un manual. Una hermana de nuestro barrio estaba cerca de la puerta, sollozando, y una amiga le daba ánimo mientras le pasaba el brazo por los hombros. Cuando pasé junto a ellas, la hermana que sollozaba me llamó por mi nombre y me expresó gratitud por elegir el himno que cantamos y por haberlo presentado de una manera que la conmovió profundamente.
Dijo que hacía unos días había dado a luz a un bebé que nació muerto y desde entonces luchaba contra la ira y la desesperación. Mientras Derek y yo cantábamos el himno, había sentido que el Espíritu le cubría el alma adolorida con una calidez apacible y reconfortante que la había llenado con la esperanza que necesitaba para soportar su pena.
Con torpeza le di las gracias y me dirigí hacia la puerta, sintiéndome bendecido y humilde por sus palabras. Al llegar al auto, recordé un discurso que Kim B. Clark, Presidente de la Universidad Brigham Young–Idaho, dio en un devocional. Él dijo: “Cuando actuamos con fe en [Jesús] para hacer Su obra, Él va con nosotros” a servir a los demás y “nos bendice para que digamos exactamente lo que necesitan oír”. También enseñó que “lo que decimos y hacemos puede parecer torpe o no muy refinado… Pero el Salvador toma nuestras palabras y acciones y, mediante Su Espíritu, las lleva al corazón de las personas. Él toma nuestro esfuerzo sincero pero imperfecto y lo convierte en algo adecuado, de hecho, en algo que es perfecto”2.
Los ojos se me llenaron de lágrimas de gratitud cuando regresaba a la capilla. El Señor había bendecido una presentación musical imperfecta y había llevado Su mensaje perfecto al corazón adolorido de una joven hermana para consolar su alma afligida. Además, el Señor utilizó esa experiencia conmovedora para llevar a mi corazón un entendimiento más profundo de un importante principio del Evangelio.