Una oración de mi corazón
La autora vive en Metro Manila, Filipinas.
Elevar mis normas en cuanto a la música que escucho me ayudó a que me gustase aun más.
Me encanta la música, y mi día no parece completo a menos que esté escuchando música o que esté cantando. Últimamente, el aprecio que tengo por la música ha aumentado de una manera distinta, y he aprendido algunas cosas que han cambiado mi manera de pensar sobre la música y sobre la forma de usarla.
Empezó cuando leí el pasaje de las Escrituras en el que el Señor dice: “Porque mi alma se deleita en el canto del corazón; sí, la canción de los justos es una oración para mí, y será contestada con una bendición sobre su cabeza” (D. y C. 25:12). Al leer ese versículo, recordé algo que mi madre me había enseñado. Una vez, cuando yo cantaba unos himnos de manera inapropiada, ella me recordó que los himnos pueden ser oraciones y que tenía que cantarlos debidamente. Creo que este versículo no sólo se refiere a los himnos en sí, sino también a cualquier canción que entonemos con un deseo justo. Imagínense las bendiciones que recibiremos, como dice el pasaje de las Escrituras, al entonarle cantos al Señor.
También aprendí lo importante que es escuchar buena música. Después de leer ese pasaje, empecé a repasar mi lista de canciones y a borrar las que no concordaban con las enseñanzas de Para la Fortaleza de la Juventud.
Al poco tiempo tuve que tomar decisiones con respecto a la música más allá de mi propia colección. Un día, cuando estaba en la escuela, un compañero de clases puso una canción mala. Me sentí mal al respecto, así que le pedí que la cambiara, cosa que él hizo. Sé que cada uno de nosotros puede tener ese mismo valor en situaciones así. Incluso en las ocasiones en que la gente no quiera cambiar la música, tenemos otra opción: irnos a otra parte.
Sé que por medio de la buena música podemos acercarnos más al Padre Celestial. La música nos puede edificar e inspirar, puede invitar al Espíritu Santo a estar con nosotros, nos puede impulsar a actuar con rectitud y ayudarnos a vencer las tentaciones del adversario (véase Para la Fortaleza de la Juventud, librito, 2011, págs. 22–23).
Recuerden que cuando entonamos el canto de los justos, en realidad estamos orando a nuestro Padre Celestial.