Sean una luz para sus amigos
Crecí con los mismos amigos durante los primeros doce años de mi vida. Éramos vecinos; íbamos a la misma escuela y participábamos de los cumpleaños de unos y otros; a veces yo comía en la casa de ellos o ellos venían a la mía y nos divertíamos juntos. Pero, cuando llegamos a la adolescencia, las cosas empezaron a cambiar: ellos no eran miembros de la Iglesia y decían malas palabras, fumaban y bebían alcohol; además, tenían una visión completamente diferente a la mía en cuanto a la ley de castidad.
Consideré el problema detenidamente y luego hablé con mi padre sobre lo que debía hacer. Él me dijo: “Tienes que decidir. Estos buenos amigos son diferentes de ti. Antes no te dabas cuenta, pero ahora la diferencia es muy grande”.
Confié en el consejo de mi padre. Mis amigos sabían que yo era miembro de la Iglesia, de modo que, cuando decidí que no siempre iría donde ellos fueran, lo entendieron. Poco a poco, fuimos pasando menos tiempo juntos, aunque seguíamos siendo amigos.
Fue una prueba para mí dejar a mis amigos, pero sabía que era importante mantener los principios del Evangelio en mi vida. Pensé en el consejo de Alma a sus hijos cuando les enseñó a tener fe en Dios. Dijo: “Quienes pongan su confianza en Dios serán sostenidos en sus tribulaciones” (Alma 36:3).
Una de las cosas que me ayudó mientras pasaba por esa época difícil fue ir todas las semanas a las actividades de la Iglesia, entre ellas la Mutual. También me mantuve ocupado con los bailes, los deportes y las conferencias para la juventud.
Hice un nuevo amigo que no era miembro de la Iglesia y él a veces me invitaba a fiestas que eran el mismo día que la Mutual, entonces le decía: “Lo siento; me gustaría ir, pero tengo otros planes”.
Un día me preguntó qué era lo que hacía y yo le dije: “Voy a la Mutual”.
“¿Qué es la Mutual?”, preguntó.
Le expliqué que teníamos muchas actividades divertidas en la Mutual y que yo era uno de los consejeros de la presidencia. Tras rechazar tres invitaciones a sus fiestas, él dijo: “Invítame a la Mutual”.
Así que fue conmigo; los misioneros le dieron las charlas y finalmente se bautizó.
Los invito a tomar decisiones ahora a fin de ser una luz para sus amigos. Una de las cosas que pueden hacer es ir a seminario. Sus maestros de seminario hacen la parte que les corresponde a ellos, se esfuerzan mucho al preparar lecciones para ustedes. Seminario será una bendición aún más grande cuando ustedes hagan la parte que les corresponde: leer las asignaciones, orar, ayunar, y recibir y aceptar las enseñanzas. El aprendizaje tiene lugar cuando ambas partes hacen lo que tienen que hacer.
Cuando estaba en la escuela secundaria, uno de mis amigos me invitó a una fiesta y dijo: “Preguntémosle a mi padre si nos presta su auto”. Su padre no quería prestarle el auto, pero, cuando me vio, dijo: “Está bien, te prestaré el auto con la condición de que Benjamín maneje”.
Aquel hombre sabía que mi familia y yo éramos miembros de la Iglesia, que no bebíamos alcohol y que yo manejaría con prudencia.
La reacción del padre de mi amigo me ayudó a apreciar las enseñanzas de mis padres y el ejemplo que ellos daban. En casa teníamos la noche de hogar y hacíamos la oración familiar. El domingo era un día de reposo para nosotros; ese tipo de cosas eran el Evangelio en acción y las disfrutábamos mucho. Mi padre a menudo invitaba a otros miembros de la Iglesia a que fueran a nuestra casa para hablar acerca del Evangelio los domingos por la tarde. Comíamos juntos, hablábamos sobre el Evangelio y nos hacíamos buenos amigos.
Prepárense para formar su propia familia fuerte en el futuro. Se preparan al participar activamente en aprender el Evangelio. Recuerden que si ponen su confianza en Dios, oran a diario y con fervor, leen las Escrituras, se mantienen puros y trabajan en su Deber a Dios o el Progreso Personal, estarán protegidos de todo daño, serán una luz para sus amigos y hallarán gozo en la vida.