El amor del Padre Celestial
Anna Nikiticheva, Rusia
Hace algún tiempo, nuestros amigos nos preguntaron si su hijo John y su novia podían quedarse en nuestra casa por una semana. John es menos activo y su novia no es miembro de la Iglesia. A ella le cedimos el cuarto de nuestro hijo y a John le dimos un sofá en la sala.
Antes de que llegaran, oramos al Padre Celestial y le preguntamos cómo debíamos presentarnos ante ellos: ¿como maestros, padres o simplemente como amigos? La respuesta fue que debíamos seguir las impresiones del Espíritu y ayudarlos espiritualmente.
Todas las noches, mi esposo, mi hijo y yo nos sentábamos a estudiar las Escrituras. La primera noche con nuestros huéspedes, tuvimos la impresión de que no debíamos invitarlos a estudiar con nosotros. Sin embargo, a la noche siguiente, antes del estudio de las Escrituras, John llamó a la puerta tímidamente y dijo: “Mary no se anima a preguntar, pero le gustaría saber si podemos acompañarlos”.
Abrimos la puerta, los invitamos a entrar y empezamos a estudiar el Libro de Mormón juntos. Mary nunca había leído las Escrituras y no sabía si creía en Dios. Admitió que cuando vino a nuestra casa tenía miedo de que la hiciéramos participar en algo religioso que ella no comprendía.
A fin de que Mary se sintiera cómoda, mi esposo le habló sobre el Plan de Salvación, el Salvador Jesucristo, la primera visión de José Smith y el Libro de Mormón. Se quedó hablando con nosotros hasta la medianoche.
Al día siguiente, John y Mary nos acompañaron durante una visita de los misioneros. Nunca olvidaré el Espíritu que reinaba en esa habitación. Después de una charla sencilla, hablamos sobre la naturaleza de nuestro Padre Celestial; entonces Mary preguntó por qué Dios permite el sufrimiento si Él nos ama, una pregunta sobre la que yo había reflexionado durante mucho tiempo.
Unos días antes, yo había recibido una carta de una amiga que había sufrido el aborto espontáneo de su tercer hijo, por lo que la pregunta de Mary me llegó al corazón. Testifiqué que los momentos de felicidad y gozo en ocasiones no nos enseñan de manera tan profunda y eterna como los momentos de adversidad personal. Le dije a Mary que el dolor nos puede moldear así como el fuego templa el hierro. Si permanecemos fieles al Señor en las pruebas, nuestra fe aumentará.
Fue una charla inolvidable. Después nos sentamos en silencio mientras el Espíritu testificaba del amor de nuestro Padre Celestial. Cuando Mary levantó la mirada, sus ojos brillaban y estaban llenos de lágrimas.
No sé lo que pasará en los años venideros, pero sé con certeza que el entendimiento que vi en los ojos de Mary ese día la ayudará a lo largo de la vida y tal vez ayude a guiarla a su Padre Celestial.