Hasta la próxima
Milagros
De “Miracles”, New Era, junio de 1975, págs. 39–44, un artículo adaptado de un discurso que se pronunció en un devocional de la Universidad Brigham Young, el 18 de febrero de 1953. Se han actualizado la puntuación, el uso de las mayúsculas y las citas.
“Vayan a buscar a los élderes; no me siento muy bien”.
Hace poco más de un año, una pareja fue a mi oficina con un niño pequeño en los brazos. El padre me dijo: “Mi esposa y yo hemos estado ayunando durante dos días, y trajimos a nuestro pequeño para que le dieran una bendición. Nos dijeron que acudiéramos a usted”.
“¿Qué tiene?”, le pregunté.
Ellos dijeron que había nacido ciego, sordo y mudo, sin ninguna coordinación en los músculos y que ni siquiera podía gatear a la edad de cinco años.
Entonces me dije a mí mismo: “[Este] género no sale sino con oración y ayuno [véase Mateo 17:21]”. Tuve completa fe en el ayuno y en las oraciones de esos padres. Bendije al niño y, unas semanas después, recibí una carta que decía: “Hermano Cowley, quisiéramos que pudiera ver a nuestro pequeño: está gateando. Cuando jugamos con él y le tiramos una pelota, va gateando detrás de ella; ahora puede ver. Cuando aplaudimos por encima de su cabeza, brinca; ya puede oír”.
Los médicos habían dicho que no había nada que hacer, pero Dios se hizo cargo…
Un día, se me pidió que fuera a una casa en un pueblo de Nueva Zelanda. Allí las hermanas de la Sociedad de Socorro estaban preparando el cuerpo de uno de nuestros hermanos. Habían colocado el cuerpo frente a la casa grande, como la llaman —que es una casa donde las personas van a gemir, llorar y a lamentar la pérdida de sus muertos— cuando el hermano del hombre fallecido entró apresuradamente. Él dijo: “Denle una bendición”.
Los jóvenes nativos dijeron: “Eso no se debe hacer; está muerto”.
“¡Háganlo!”…
Me acompañaba un [fiel anciano maorí]… El nativo más joven se puso de rodillas y ungió al hombre; entonces, ese gran y sabio anciano se puso de rodillas, lo bendijo, y le mandó que se levantara.
Tendrían que haber visto cómo salieron despavoridas las hermanas de la Sociedad de Socorro. Él se sentó y dijo: “Vayan a buscar a los élderes; no me siento muy bien”… Le dijimos que le acababan de dar una bendición, y dijo: “Ah, fue eso. Estaba muerto y pude sentir que me volvía la vida tal como si se estuviese desenrollando una cobija”. Ese hombre sobrevivió a su hermano que había entrado y nos había dicho que le diéramos una bendición…
Dios está en control de todos los elementos. Ustedes y yo podemos tender la mano y, si es la voluntad de Él, podemos controlar esos elementos para cumplir con Sus propósitos.