Una lección de manejo
Julio Meza Michel
Chihuahua, México
Un hermoso domingo por la tarde, conducía a casa después de una reunión de jóvenes adultos. Me sentía relajado y sin prisa al pensar en los mensajes que había escuchado acerca de cómo desarrollar nuestro potencial como hijos de Dios. Me pregunté qué podía hacer para desarrollar el potencial que hay en mí.
Mi ruta de regreso a casa me llevó por un estrecho camino de doble sentido. Del lado contrario venía una larga fila de automóviles, mientras que detrás de mí no había nadie. Entonces, de repente, escuché el estridente y repetitivo sonido de la bocina de un auto; ya había un conductor detrás de mí. Me hizo intercambios de luces y me gritó que me hiciera a un lado. Al parecer, quería conducir más rápido.
Pensé que esa persona necesitaba aprender paciencia y respeto por los demás, así que disminuí la velocidad. Después de pasar varias calles, él siguió tocando la bocina y haciendo el cambio de luces; entonces salió del camino y se detuvo. Miré por el espejo retrovisor para ver su reacción al no poder ir más rápido. Me sentí bien por haberle enseñado una lección.
De repente, el conductor salió del auto y abrió la puerta del acompañante; una mujer salió de prisa con un bebé en los brazos. Miré para ver a dónde se dirigían, y a la distancia, vi las palabras iluminadas: “Sala de urgencias del hospital”.
“¿Qué he hecho?”, me pregunté. Llegué a casa, me arrodillé, y con lágrimas en los ojos le pedí a Dios que me perdonara.
Ese día aprendí que las acciones de aquellos que nos rodean pueden estar motivadas por cosas que no siempre podemos ver o comprender. Ahora, cuando veo a alguien actuar de una manera que considero incorrecta, prefiero pensar que no comprendo del todo por lo que está pasando. Trato de mostrar el amor y la compasión que Jesucristo nos ha pedido que tengamos hacia los demás y de centrar mi atención en comprender y ayudar a los que me rodean.
¿Cómo puedo desarrollar mi potencial como hijo de Dios? Puedo responder a las acciones de los demás con amor y comprensión. El hacerlo me ha permitido sentir más el amor del Salvador en mi propia vida y permite que los demás sientan mi amor por ellos.