Iré a la Iglesia mañana
Harmin Toledo González
Chiloé, Chile
Dos años después de que mi esposa Madeleinne y yo fuimos bautizados y confirmados, me volví menos activo y dejé de asistir a la Iglesia. Todos los domingos por la mañana, ella me alentaba a levantarme y acompañarla, pero le decía que no.
“Estoy cansado; déjame dormir”, le decía. Y más tarde me iba a jugar fútbol.
Madeleinne se levantaba sola y se iba a la capilla con nuestro hijo, Lucas. Lloviera o hiciera frío, ella siempre asistía.
Al mirar atrás, me doy cuenta de que Satanás me estaba atacando; me convenció de que estaba bien sin la Iglesia. Me dijo: “Estás bien, tranquilo y cómodo”, pero en realidad me había privado de bendiciones, progreso y felicidad. Afortunadamente, mi esposa y mi Padre Celestial me ayudaron a ver las cosas con claridad.
Un viernes por la noche, cerca de un año después de que dejé de asistir a la Iglesia, tuve un sueño. Soñé que estaba en un campo hermoso, caminando de la mano con mi esposa y mi hijo. Estábamos muy felices.
Entonces, todo empezó a oscurecerse. Estaba tan oscuro, que no lograba ver nada. De pronto, me di cuenta de que ya no sujetaba la mano de mi esposa ni la de mi hijo. Los llamé, con la esperanza de que regresaran. Quería que regresaran, y quería que desapareciera la oscuridad.
En ese momento, experimenté lo que verdaderamente significa ser miserable. Había perdido a Madeleinne y a Lucas; ellos habían seguido adelante sin mí, dejándome solo, rodeado de oscuridad.
Cuando desperté a la mañana siguiente, me di cuenta de que mi Padre Celestial me había dado una señal. Si no regresaba a casa y llevaba a mi hijo y a mi esposa al templo para ser sellados, los perdería, y no los tendría en la vida venidera. Estaría perdido, en un estado de miseria.
“Mañana”, le dije a Madeleinne, “iré a la Iglesia”.
Desde entonces, todos los domingos por la mañana he ido a la Iglesia con mi familia; no he faltado a una sola reunión desde que tuve aquel sueño hace cinco años. Finalmente nos sellamos en el templo en septiembre de 2016.
Doy gracias por todas mis bendiciones. Estoy agradecido de manera especial por mi familia y por el valor, la fortaleza y el ejemplo de mi esposa. Agradezco que ella y mi Padre Celestial nunca se dieron por vencidos con respecto a mí. Hoy soy el hombre que soy gracias a ellos.