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Las familias pueden ser eternas
La historia del kintsugi (en japonés carpintería de oro) se remonta a finales del siglo XV en el lejano Oriente. Consiste en la práctica de reparar fracturas de una pieza de cerámica, reuniendo los fragmentos y ensamblándolos con resina espolvoreada de oro. Dichas roturas y complejas reparaciones transforman a la pieza en única, bella y de gran valor estético. Lejos de ser imperfecta, vuelve a ser útil, exhibiendo hermosas cicatrices de brillo singular.
Como una pieza de cerámica quebrada se sintió la familia Gómez Paz, constituida por Gonzalo y Eliana, sus hijos Ariana, Zoe y Benjamín, luego de haber sufrido un accidente automovilístico. Transcurría el mes de enero del año 2008 y la familia se preparaba para partir rumbo a unas esperadas vacaciones hacia Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, Argentina. Pocos kilómetros antes del lugar de destino, un camión se cruzó de carril colisionando contra el vehículo familiar.
Como consecuencia del siniestro, su primera hija, Ariana, de siete años, volvió a la presencia del Padre Celestial. Milagrosamente, tanto los padres como su hijo menor padecieron lesiones menores, sin embargo, Zoe de cinco años, sufrió una lesión medular y debió permanecer en cuidados intensivos los siguientes días.
Zoe recibiría varias intervenciones quirúrgicas, su pronóstico era reservado. Sufría profundos dolores físicos y permanecía inmóvil. Al cabo de unos días, los médicos dijeron que su motricidad ya no sería la misma y que para trasladarse debería hacerlo con silla de ruedas.
Los padres, familiares y amigos se unieron en intenso ayuno y oración. Según recuerdan, fueron momentos duros y de confusión; sin embargo, en muchas ocasiones la familia se sintió fortalecida y sostenida por los brazos de amor del Padre Celestial.
En esos momentos, los padres sintieron que Dios proporcionaría los medios para que su pequeña hija fuera bendecida. Fue en aquella ocasión que el élder Richard G. Scott, en aquel entonces un apóstol del Señor Jesucristo, quién visitaba Argentina, se acercó a la clínica para bendecirla. Esa misma tarde, Zoe salió por primera vez de su habitación en silla de ruedas. A partir de aquel glorioso día, su cuerpo comenzó a sanar y la familia supo que volvería a caminar.
En aquella habitación de la clínica pudieron sentir una porción del cielo en la tierra. Esta llegaría a ser una experiencia que recordarían por siempre y sería una prueba del gran amor de Dios.
Comenzaba el proceso de recuperación y adecuación. Los médicos observaban incrédulos su progreso y mejoría. En diciembre de ese mismo año comenzó a utilizar un andador y bastones que logró dominar después de mucho esfuerzo, entrenamiento y aprendizaje. “Para nosotros ese fue un milagro”, comentaron sus padres. Con los años, y debido a su crecimiento, Zoe alterna entre el uso de muletas y silla de ruedas.
Actualmente, Zoe es una joven bondadosa que se ha interesado por desarrollar y cultivar un testimonio en el Salvador y en Su evangelio.
“Mi testimonio del Evangelio es lo que me mantiene adherida a la religión. Lo que me hace seguir adelante son mis deseos de mejorar y las metas que establezco. Lo que más me motiva es mi familia, ya que ellos me apoyan en todo. Si bien tuve muchas experiencias espirituales que me hicieron crear y luego fortalecer mi testimonio; el siempre asistir a la Iglesia fue de gran ayuda. Una de mis experiencias que considero clave es cuando recibí mi bendición patriarcal, ya que fue una guía y gran ayuda durante el transcurso de mi adolescencia. Gracias a ella sé que puedo lograr una perspectiva eterna y lograr lo que mi Padre Celestial espera de mí. Las experiencias de mi vida me han fortalecido, ya que pude ver la mano de Dios en mi vida. Pude saber con certeza que mi Padre Celestial estaba conmigo, que respondía mis oraciones y que me amaba”, testifica Zoe, de 17 años.
El desarrollo de la paciencia y la seguridad familiar crecía a medida que buscaban los medios necesarios para sortear las dificultades que se presentaban. El apoyo de los familiares y amigos, sumado a inspirados profesionales de la salud, fueron esenciales para transitar ese tiempo.
La familia consultaba las decisiones que formaban parte del proceso de reparación al Señor a medida que la confianza depositada en Él se fortalecía. Con una renovada fe y esperanza en el Salvador y en los convenios concertados en Su Santo Templo, su visión se fortaleció en un solo propósito: ser fieles para poder volver a estar junto a Ariana en el Reino Celestial como familia eterna.
Según recordó su padre, “Ariana era una niña que había desarrollado dones espirituales que hicieron que mantuviera una estrecha relación con su Padre Celestial. Uno de esos dones era la capacidad de brindar amor a todos a su alrededor. Tenía una personalidad muy cariñosa, siempre estaba contenta, le gustaba cantar y soñaba con ser artista. Uno de sus deseos más fervientes era el de expresar el testimonio de Dios y Jesucristo tanto en forma oral como escrita, deseando que el mismo llegara a todo el mundo”.
En su corta estadía terrenal había cumplido el cometido de predicar el Evangelio a sus semejantes. Había regalado El Libro de Mormón a su maestra del colegio y en los recreos enseñaba a sus compañeros utilizando el Libro de Mormón en su versión graficada para niños. “Ella quería ser una misionera”, dijo su madre.
En el trascurso de cinco años fueron bendecidos con la llegada de otros dos hijos más: Felipe y María Clara.
La familia Gómez Paz soportó con humildad, fe y confianza en el Señor Jesucristo las pruebas que se les presentaron, tal como el pueblo de Alma se sometió en la ocasión en que fueron esclavizados:
“Y aconteció que las cargas que se imponían sobre Alma y sus hermanos fueron aliviadas; sí, el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad, y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor”1.
La familia es feliz porque tienen un testimonio en el eterno plan de Dios. Al depositar sus vidas en las manos amorosas del Señor, sin importar lo difícil que pudo ser, fueron moldeados y restaurados en la adversidad. Siempre están dispuestos a brindar una sonrisa y prestar servicio tanto en la obra del Señor como en su comunidad; fortalecen a otros al tiempo que comparten el Evangelio con la palabra y el ejemplo.
¿Acaso no somos todos como aquellas piezas quebradas e imperfectas?
El élder Jeffrey R. Holland nos enseña:
“La gran seguridad en el plan de Dios, es que se nos prometió un Salvador, un Redentor que, mediante nuestra fe en Él, nos levantaría triunfantes por encima de esas pruebas y dificultades, aunque el precio para lograrlo fuera inmensurable, tanto para el Padre que lo mandó, como para el Hijo que aceptó venir. Solo el agradecimiento a ese amor divino es lo que hará que nuestro propio sufrimiento, en menor escala, sea, en primer lugar, soportable, luego comprensible, y finalmente redentor”2.
Ciertamente, tal como un artesano, el Salvador tiene el poder de restaurar lo quebrado y convertirnos en una hermosa y singular obra de arte de incalculable valor. Sé que esto es posible gracias a Nuestro Padre Celestial y mediante la Expiación de Su Hijo Jesucristo. En el nombre de Jesucristo. Amén.