Principios básicos del Evangelio
Jesucristo nos salvó del pecado y de la muerte
Gracias a Su sacrificio, todos tenemos la oportunidad de encontrar la paz y el gozo eternos.
Nos referimos a Jesucristo como nuestro Salvador. Eso es porque Él pagó el precio de nuestros pecados y venció el poder de la muerte. ¡Él nos salvó! Su sacrificio por nosotros, denominado la Expiación, es el acontecimiento más importante que jamás haya ocurrido. Gracias a Él, la muerte no es el fin. Por causa de Él, podemos ser perdonados de nuestros pecados, volver a estar limpios y ser mejores personas día tras día.
Jesucristo fue el Primogénito
Antes de venir a la tierra, vivimos con nuestros padres celestiales. Como el Primogénito, Jesucristo ayudó a crear este hermoso mundo. Fue escogido para ser nuestro Salvador y aceptó nacer en la tierra para poder ser un ejemplo perfecto, enseñar Su evangelio y llevar a cabo la Expiación por nosotros.
Jesucristo pagó por nuestros pecados
Cuando Jesús supo que moriría pronto, fue a un jardín llamado Getsemaní para orar. Durante esa oración, comenzó a pagar el precio por nuestros pecados. Él padeció voluntariamente para que nosotros no tengamos que hacerlo, si nos arrepentimos. Si nos alejamos de nuestros pecados y seguimos al Salvador, podemos encontrar perdón y sanación. Gracias al Salvador, podemos progresar espiritualmente en esta vida y tener vida eterna con nuestro Padre Celestial.
Jesucristo venció la muerte
Después de Su oración en Getsemaní, Jesús fue traicionado, arrestado y sentenciado a muerte por crucifixión. Aunque era todopoderoso, Jesús permitió que le sobreviniera la muerte en la cruz. Sus seguidores colocaron amorosamente Su cuerpo en un sepulcro. No se dieron cuenta de que, aunque Su cuerpo estaba muerto, Su espíritu todavía estaba vivo en el mundo de los espíritus. Tres días después, Jesús volvió a la vida y los visitó, demostrando que podía conquistar la muerte. Esto completó la Expiación. Debido a que Jesús resucitó, cada uno de nosotros vivirá de nuevo después de morir.
El significado de la Navidad y de la Pascua de Resurrección
La mayoría de las personas en el mundo celebra dos días festivos que nos ayudan a recordar la expiación de Jesucristo. Durante la Navidad, recordamos con gratitud que Jesús estuvo dispuesto a aceptar la misión de venir a la tierra, aunque eso incluyera sufrir y morir por nosotros. La Pascua de Resurrección celebra la victoria del Salvador sobre el pecado y la muerte, lo que nos da la esperanza de un futuro eterno de gozo.
Jesús sufrió dolores, enfermedades y tentaciones de todas clases.
Debido a que Él nos conoce perfectamente, nos puede “socorrer” o ayudar (véase Alma 7:11–12).
El Salvador comprende nuestros dolores y quebrantos (véase Isaías 53:2–5).
Dios envió a Jesús para salvarnos porque Dios nos ama a cada uno de nosotros (véase Juan 3:16–17).
Jesús oró para que Sus seguidores, incluidos nosotros, estuvieran protegidos del mal y fueran uno con Él y el Padre Celestial (véase Juan 17).
Nuestro Salvador nos invita a seguirlo y regresar a Su presencia (véanse Doctrina y Convenios 19:16–19, 23–24; 132:23).