Voces de los Santos de los Últimos Días
El asiento vacío de mamá
Todos los domingos en la Sociedad de Socorro, mi mamá siempre se sentaba en el mismo asiento de la primera fila.
Mi esposo y yo vivíamos en el mismo barrio que mi angelical madre. Cada domingo, como miembro de la presidencia de la Sociedad de Socorro, yo me sentaba al frente del salón, viendo a las hermanas, y mi madre siempre se sentaba en el mismo asiento de la primera fila.
Yo disfrutaba ver su respuesta a las lecciones y escuchar sus comentarios. Después de cada reunión, ella me daba un beso en la mejilla y un apretón en la mano. Mi mamá y yo teníamos una relación estrecha, por lo que se me rompió el corazón cuando falleció inesperadamente.
Después de su funeral, mis emociones seguían muy sensibles. Cuando llegó el domingo, mi esposo me preguntó si yo estaría bien si asistía a la capilla sin él. Su llamamiento a menudo requería que estuviera fuera de nuestro barrio.
“Estaré bien hasta que vea el asiento vacío de mamá”, le dije. “No sé si podré ver ese asiento vacío y controlar las emociones”.
Mi esposo sugirió que tratara de no mirar el asiento y decidí hacer lo mejor que pudiera.
Todos en la capilla me apoyaron y me demostraron su cariño. Cuando llegó el momento de ir a la Sociedad de Socorro, tomé mi asiento al frente del salón, pero mantuve la vista hacia el suelo.
Sin embargo, cuando la lección empezó, no pude evitar mirar hacia el asiento habitual de mamá. Yo esperaba ver su asiento vacío, pero en vez de ello vi a mi hermana ministrante sentada allí. Me sonrió y sentí alivio y gratitud por su bondad. Me fue posible estar en la reunión sin que el pesar me invadiera y, después de la reunión, le di las gracias.
“Ver el asiento vacío de mamá era lo que sabía que no podría soportar el día de hoy. ¿Cómo lo supiste?”, le pregunté.
“Cuando entré en el salón hoy, tuve el sentimiento de que ver su asiento vacío sería difícil para ti”, me respondió, “por lo que decidí sentarme allí”.
Ese acto de amabilidad significó más para mí de lo que ella se dio cuenta, y me siento agradecida de que ella estuviera en sintonía con la impresión del Espíritu. Sé que incluso los pequeños actos pueden tener un efecto sanador en aquellos a quienes ministramos. Pienso que esa es la manera que el Salvador desea que nos ministremos unos a otros.