“La mansedumbre de la mujer cananea”, Liahona, septiembre de 2023.
Los milagros de Jesús
La mansedumbre de la mujer cananea
¿Cuál es la función de la fe y la mansedumbre al procurar los milagros que necesitamos?
Entre las innumerables interacciones que Jesucristo debió haber tenido durante Su ministerio terrenal, hay una que es fácil de pasar por alto porque es breve y a veces malinterpretada: la mujer cananea que se describe en Mateo 15:21–28.
Sin embargo, con un poco más de contexto, podemos aprender verdades hermosas acerca de la paciencia y la compasión de Jesucristo al familiarizarnos con esta mujer de fe y mansedumbre ejemplares que raramente se menciona.
El contexto
En Mateo 14, leemos que el Salvador estaba al tanto de la muerte de Juan el Bautista, que había sido decapitado por instigación de Herodías. Al enterarse de la muerte de Su primo, Jesús trató de retirarse en una barca a un “lugar desierto y apartado”, tal vez para llorar, pero hubo multitudes de personas que lo siguieron a pie (véase Mateo 14:13). En una manifestación de gran compasión, Cristo pasó el día con el pueblo e incluso efectuó uno de Sus grandes milagros al alimentar a la multitud de miles con cinco panes y dos peces (véase Mateo 14:15–21).
Esa noche, el Salvador efectuó un segundo gran milagro. Había subido al monte, “aparte” de Sus discípulos, para orar. Sus discípulos abordaron una barca, que luego fue azotada por el mar de Galilea, sacudida por las olas y el viento. “Y […] Jesús fue a ellos, andando sobre el mar”, lo que indujo a los discípulos a decir: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (véase Mateo 14:23–25; 33).
A continuación, Jesús viajó hacia el norte desde Galilea hasta las costas de Tiro y Sidón, que se encuentran donde ahora es el Líbano. Ciertamente buscaba el “descanso, retiro [y la] oportunidad adecuados para instruir a los Doce”, que no había podido hallar1. Allí fue donde “una mujer cananea que había salido de aquellos alrededores clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (Mateo 15:22).
La mujer cananea
Ante todo, fue extraordinario que la mujer se acercase a Jesús. Ella era cananea, “de nacimiento pagano”, siendo que los cananeos “eran los más despreciados por los judíos”2. Sin embargo, su fe en el poder de Jesucristo y el amor que sentía por su hija la impulsaron a implorarle ayuda al Salvador. El élder James E. Talmage (1862–1933), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó: “El hecho de que dio el título de Hijo de David a Jesús muestra su creencia de que Él era el Mesías de Israel”3.
Aunque sabemos muy poco sobre esta madre gentil, podemos suponer que su fe era como la de otras mujeres que se mencionan en el Nuevo Testamento. Al igual que la mujer que tenía “flujo de sangre” (Marcos 5:25), que María y Marta de Betania, y que María Magdalena, la mujer cananea depositó toda su confianza en el Salvador. Tenía una comprensión firme y certera de quién era Él.
Al principio, Jesús no le respondió. Los discípulos lo instaron a que la despidiese, pues los molestaba a ellos, y percibieron que lo perturbaba a Él en Su búsqueda de quietud4.
Finalmente, Jesús respondió. Explicando Su anterior silencio, dijo: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24).
La declaración del Salvador hace que sea aún más asombroso que esa mujer gentil haya venido en busca de una bendición para su hija. No era una mujer de Israel, pero de alguna manera sabía que Jesucristo era el Mesías, un Rey. Y aunque Él dejó en claro que Su misión era para los judíos de Israel, la mujer tenía fe en que Él sanaría a su hija. Con mansedumbre, cayó a sus pies en reconocimiento de Su realeza y poder (véase Marcos 7:25), “se postró ante él” y volvió a importunar: “¡Señor, socórreme!” (Mateo 15:25).
Mansedumbre y milagros
En una respuesta que parece áspera para los discípulos modernos, Jesús respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos” (Mateo 15:26). Los eruditos de la Biblia han explicado que, en esta analogía, los “hijos” son los judíos y los “perrillos” son los gentiles.
En otras palabras, la obligación principal de Cristo era para con los judíos. Él debía alimentarlos —o darles el Evangelio primero— y luego ellos alimentarían o enseñarían al resto del mundo. El élder Talmage explicó: “Estas palabras, por severas que a nosotros nos parezcan, ella las tomó con el significado que el Señor se proponía comunicar […]. Cierto es que la mujer no se ofendió por la comparación”5.
Una vez más, la respuesta de esta buena mujer es conmovedora, maravillosa y mansa: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores” (Mateo 15:27).
Aquella mujer llena de fe se mantuvo inmutable. En lugar de optar por ofenderse, escogió la fe. Su respuesta es una expresión de esperanza incluso en las migajas. Qué fe tan increíble para creer que una migaja de la mesa del Salvador sería suficiente para vencer cualquier cosa que afligiera a su hija. La respuesta de esa fiel madre muestra humildad y mansedumbre.
El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha explicado que la mansedumbre es “fuerte, no débil; es activa, no pasiva; es valiente, no tímida”6. La mujer cananea ciertamente fue fuerte, activa y valiente al declarar su fe de que aun un pedacito del poder del Salvador sería suficiente.
Por último, Jesucristo respondió con una respuesta fortalecedora y familiar: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. A esta demostración de que Él nos valora y nos abraza a cada uno de nosotros en nuestra travesía por venir a Él le sigue en el registro de las Escrituras la certeza de que “su hija quedó sanada desde aquella hora” (Mateo 15:28).
¿Qué podemos aprender?
El élder Talmage comentó: “La loable persistencia de esta mujer se basó en esa clase de fe que vence los obstáculos aparentes, y prevalece aun en medio del desánimo”7.
Ese tipo de fe perdurable en Jesucristo es precisamente lo que nuestro amado profeta, el presidente Russell M. Nelson, nos ha aconsejado que desarrollemos: “La fe en Jesucristo es el poder más grandioso que tenemos a nuestro alcance en esta vida. Todas las cosas son posibles a los que creen”8.
Rindo homenaje a la mujer cananea que fue fuerte, activa, valiente y persistente al afirmar su fe en Jesucristo como el Salvador, el Mesías y el Rey. Ella es un ejemplo del Nuevo Testamento de la fe y la mansedumbre que se requieren de todos los discípulos de Jesucristo. Firmes, perseveremos en esa clase de fe en el “sumo sacerdote de las cosas buenas por venir” (Hebreos 9:11).