“Compartir setenta y dos ejemplares del Libro de Mormón”, Liahona, septiembre de 2023.
Voces de los Santos de los Últimos Días
Compartir setenta y dos ejemplares del Libro de Mormón
Cada vez que abría la boca para hablar del Libro de Mormón, el Espíritu Santo estaba conmigo.
Durante la pandemia del COVID-19, tuvimos la bendición de que se le prestara atención médica domiciliaria a mi esposo, Claude, en nuestro hogar. Allí, nuestros hijos y yo ayudamos a cuidarlo con amor hasta que partió en silencio a nuestro hogar celestial.
Anteriormente, Claude y yo habíamos orado acerca de convertir nuestro patio cubierto en un cuarto de cuidados paliativos donde pudiéramos colocar todo lo que él necesitara para sentirse cómodo. Recibimos la confirmación de que debíamos proceder.
Para remodelar el patio, varios obreros debían tener acceso a casa. Afortunadamente, el patio tenía una puerta trasera, así que los obreros podían entrar y salir sin tener que pasar por las dependencias de nuestro hogar. Aquello fue una gran bendición durante las restricciones del COVID-19.
Después de terminar la habitación de Claude, los enfermeros venían a diario. Eran amables, amorosos y expertos en cuanto a lo que debíamos hacer para mantener cómodo a Claude.
Cuando me uní a la Iglesia, se me enseñó que cada miembro de la Iglesia es un misionero1. Debido a que me encanta compartir el Evangelio, hice un pedido de tres cajas de ejemplares del Libro de Mormón de veinticuatro libros cada una. Me propuse entregar un libro a cada persona que entrara en nuestro hogar.
Marqué las secciones importantes de cada libro con una tarjeta de presentación que diseñé con una foto que había tomado del Templo de Salt Lake. También pegué una hoja con mi testimonio en la página en blanco al principio de cada libro. Luego, antes de entregar el libro a algún obrero o enfermere, les explicaba lo que es el Libro de Mormón.
Me sorprendieron gratamente sus reacciones; solo una persona se rehusó a aceptar el libro. Todos los demás estuvieron interesados en oír sobre él. Algunos de ellos me dieron las gracias efusivamente, diciendo que sabían del Libro de Mormón y querían uno. Varias personas estaban tan felices que incluso me abrazaron.
Estoy convencida de que aquello sucedió porque cada vez que abrí la boca para hablar del Libro de Mormón, el Espíritu Santo estaba conmigo. Estoy segura de que los trabajadores y enfermeros pudieron sentir el Espíritu. Regalé los setenta y dos libros y hace poco hice un pedido de veinticuatro más.