Fe
El apóstol Pablo enseñó que “la fe [es] la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Alma dijo algo similar: “Si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas” (Alma 32:21).
La fe es un principio de acción y de poder. Cuando te esfuerzas por alcanzar una meta digna, estás ejerciendo la fe porque demuestras tu esperanza en algo que aún no puedes ver.
La fe en el Señor Jesucristo
Para que tu fe te conduzca a la salvación, debe estar centrada en el Señor Jesucristo (véase Hechos 4:10–12; Mosíah 3:17; Moroni 7:24–26; Artículos de Fe 1:4); puedes ejercer la fe en Cristo si tienes la certeza de que Él existe, si tienes una idea correcta del carácter de Él y sabes que te estás esforzando por vivir de acuerdo con Su voluntad.
Tener fe en Jesucristo significa confiar totalmente en Él: confiar en Su poder, inteligencia y amor infinitos, lo que incluye creer en Sus enseñanzas; significa creer que aunque no entiendas todas las cosas, Él sí las entiende. Recuerda que debido a que ha experimentado todos los dolores, las aflicciones y las enfermedades que puedas sufrir, Él sabe cómo ayudarte a superar tus dificultades diarias (véase Alma 7:11–12; >D. y C. 122:8). Él ha “vencido al mundo” (Juan 16:33) y ha preparado el camino para que recibas la vida eterna. Y siempre está dispuesto a ayudarte con tal que recuerdes lo que Él nos pidió: “Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (D. y C. 6:36).
Vivir por la fe
La fe es mucho más que una creencia pasiva. Tú expresas tu fe por medio de tus hechos y por la forma en que vives.
El Salvador prometió: “Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer cualquier cosa que me sea conveniente” (Moroni 7:33). La fe en Jesucristo puede motivarte a seguir Su perfecto ejemplo (véase Juan 14:12); la fe puede inducirte a hacer buenas obras, a obedecer los mandamientos y a arrepentirte de sus pecados (véase Santiago 2:18; 1 Nefi 3:7; Alma 34:17); la fe puede ayudarte a vencer la tentación. Alma aconsejó a su hijo Helamán: “Enséñales a resistir toda tentación del diablo, con su fe en el Señor Jesucristo” (Alma 37:33).
Según tu fe, el Señor obrará grandes milagros en tu vida (véase 2 Nefi 26:13). La fe en Jesucristo te ayudará a sanar tanto espiritual como físicamente por medio de la Expiación (véase 3 Nefi 9:13–14). Cuando pases por momentos de prueba, la fe te dará las fuerzas para seguir adelante y enfrentar las dificultades con valor. Aun cuando el futuro se vea incierto, la fe en el Salvador te dará paz (véase Romanos 5:1; Helamán 5:47).
Cómo aumentar tu fe
La fe es un don de Dios, pero debes nutrirla para mantenerla fuerte puesto que es como el músculo de un brazo: si se ejercita, crece y se fortalece; pero si la pones en un cabestrillo y allí la dejas, se debilitará.
Puedes nutrir el don de la fe si oras a nuestro Padre Celestial en el nombre de Jesucristo. Al expresar tu gratitud al Padre y al suplicarle las bendiciones que tú y otros necesiten, te acercarás más a Él. Te acercarás también al Salvador, cuya Expiación hace que te sea posible suplicar misericordia (véase Alma 33:11). También serás receptivo a la apacible guía del Espíritu Santo.
Si guardas los mandamientos, podrás fortalecer tu fe. Al igual que todas las bendiciones de Dios, la fe se obtiene y aumenta por medio de la obediencia y los hechos rectos. Si deseas fortalecer tu fe al grado más alto que sea posible, deberás guardar los convenios que hayas hecho.
También puedes cultivar la fe mediante el estudio de las Escrituras y de las palabras de los profetas de los últimos días. El profeta Alma enseña que la palabra de Dios fortalece la fe y compara la palabra a una semilla; él dice que el “deseo de creer… dará cabida” para que la palabra quede “sembrada en [tu] corazón”. Después, sentirás que la palabra es buena, porque empezará a henchirse en tu alma y a iluminar tu entendimiento, y eso fortalecerá tu fe. Al nutrir continuamente la palabra en tu corazón, “con gran diligencia y con paciencia, mirando hacia adelante a su fruto, echará raíz; y he aquí, será un árbol que brotará para vida eterna”. (Véase Alma 32:26–43.)