Gracia
La palabra gracia, como se usa en las Escrituras, se refiere principalmente a la ayuda y la fortaleza divinas que recibimos a través de la expiación del Señor Jesucristo. El apóstol Pedro enseñó que debemos “[crecer] en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18).
Salvación por gracia
Como consecuencia de la Caída, todos experimentaremos la muerte temporal. Por medio de la gracia, que está disponible mediante el sacrificio expiatorio del Salvador, todos resucitaremos y se nos otorgará la inmortalidad (véase 2 Nefi 9:6–13); pero la resurrección en sí no nos califica para heredar la vida eterna en la presencia de Dios. Nuestros pecados nos vuelven impuros e incapaces de morar en la presencia de Dios, y necesitamos Su gracia para purificarnos y perfeccionarnos “después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23).
La frase “después de hacer cuanto podamos” nos enseña que se requiere un esfuerzo de nuestra parte a fin de recibir la plenitud de la gracia del Señor y ser dignos de morar con Él. El Señor nos ha mandado obedecer Su Evangelio, lo que implica tener fe en Él, arrepentirnos de nuestros pecados, ser bautizados, recibir el don del Espíritu Santo y perseverar hasta el fin (véase Juan 3:3–5; 3 Nefi 27:16–20; Artículos de Fe 1:3–4). El profeta Moroni escribió de la gracia que recibimos al venir al Salvador y obedecer Sus enseñanzas:
“Venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo; y si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo, de ningún modo podréis negar el poder de Dios.
“Y además, si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo y no negáis su poder, entonces sois santificados en Cristo por la gracia de Dios, mediante el derramamiento de la sangre de Cristo, que está en el convenio del Padre para la remisión de vuestros pecados, a fin de que lleguéis a ser santos, sin mancha” (Moroni 10:32–33).
Cómo recibir gracia durante el transcurso de la vida
Además de necesitar la gracia para la salvación, también necesitas ese poder habilitador todos los días de tu vida. Al acercarte al Padre Celestial con diligencia, humildad y mansedumbre, Él te elevará y te fortalecerá mediante Su gracia (véase Proverbios 3:34; 1 Pedro 5:5; D. y C. 88:78; 106:7–8). El depositar tu confianza en la gracia de Él te permitirá progresar y aumentar tu rectitud. El mismo Jesús “no recibió de la plenitud al principio, sino que continuó de gracia en gracia hasta que recibió la plenitud” (D. y C. 93:13). La gracia hace posible que ayudes en la edificación del reino de Dios, servicio que no puedes dar únicamente con tu propia fuerza y medios (véase Juan 15:5; Filipenses 4:13; Hebreos 12:28; Jacob 4:6–7).
Si alguna vez te desanimas o te sientes demasiado débil para seguir viviendo el Evangelio, recuerda la fortaleza que puedes recibir mediante el poder habilitador de la gracia. Puedes hallar consuelo y tranquilidad en estas palabras del Señor: “Basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12:27).