Resurrección
Debido a la caída de Adán y Eva, estamos sujetos a la muerte física, que ocurre cuando el espíritu se separa del cuerpo. Por medio de la expiación de Jesucristo, todas las personas resucitarán, o sea, se salvarán de la muerte física (véase 1 Corintios 15:22). La resurrección es la reunión del espíritu con el cuerpo en un estado perfecto e inmortal, no estando ya sujeto a la enfermedad ni a la muerte (véase Alma 11:42–45).
El Salvador fue la primera persona de esta tierra en resucitar. El Nuevo Testamento contiene varios relatos que testifican que Él se levantó de la tumba (véase Mateo 28:1–8; Marcos 16:1–14; Lucas 24:1–48; Juan 20:1–29; 1 Corintios 15:1–8; 2 Pedro 1:16–17).
Cuando el Señor resucitado apareció a Sus apóstoles, les ayudó a entender que Él tenía un cuerpo de carne y huesos, diciendo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39). También apareció a los nefitas después de Su resurrección (véase 3 Nefi 11:10–17).
Cuando ocurra la resurrección, seremos “juzgados según [nuestras] obras… seremos llevados ante Dios, conociendo tal como ahora conocemos, y tendremos un vivo recuerdo de toda nuestra culpa” (Alma 11:41, 43). La gloria eterna que recibamos dependerá de nuestra fidelidad. Aunque todos resucitarán, sólo los que hayan venido a Cristo y hayan participado de la plenitud de Su Evangelio heredarán la exaltación en el reino celestial.
La comprensión y el testimonio de la resurrección pueden darte esperanza y una visión correcta al experimentar los desafíos, las pruebas y los triunfos de la vida. Puedes tener el consuelo de saber con certeza que el Salvador vive y que mediante Su expiación “él quebranta las ligaduras de la muerte, para arrebatarle la victoria a la tumba, y que el aguijón de la muerte sea consumido en la esperanza de gloria” (Alma 22:14).