Santa Cena
La noche antes de Su crucifixión, Jesucristo se reunió con Sus apóstoles e instituyó la Santa Cena. “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:19–20). Después de Su resurrección, instituyó la Santa Cena entre los nefitas (véase 3 Nefi 18:1–11).
Hoy participamos del pan y del agua en memoria del sacrificio expiatorio de Jesucristo. Esa ordenanza es una parte esencial de nuestra adoración y de nuestro progreso espiritual y cuanto más meditemos en su significado, más sagrada llegará a ser para nosotros.
Recuerda al Salvador y Su expiación
La Santa Cena te da la oportunidad de recordar con gratitud la vida, el ministerio y la expiación del Hijo de Dios.
Con el pan partido, recuerdas Su cuerpo; recuerdas Su sufrimiento físico, en especial el que padeció en la cruz; recuerdas que mediante la misericordia y la gracia de Él, todos resucitaremos y recibiremos la oportunidad de obtener la vida eterna con Dios.
Con un pequeño vaso de agua, puedes recordar que el Salvador derramó Su sangre en intenso sufrimiento espiritual y angustia, la que comenzó en el Jardín de Getsemaní; allí fue donde dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38). Sometiéndose a la voluntad del Padre, padeció más de lo que podemos comprender: “La sangre le [brotó] de cada poro, tan grande [fue] su angustia por la iniquidad y abominaciones de su pueblo” (Mosíah 3:7). Recuerda que mediante el derramamiento de Su sangre, Jesucristo te salvó y salvó a todas las demás personas de lo que en las Escrituras se llama la “transgresión original” de Adán (Moisés 6:54). Recuerda que Él también sufrió por los pecados, los pesares y los dolores de todos los hijos de nuestro Padre Celestial y así proporcionó la remisión de los pecados a los que se arrepientan y vivan el Evangelio (véase 2 Nefi 9:21–23).
Renovación de los convenios y las bendiciones prometidas
Cuando tomas la Santa Cena, testificas a Dios que el recuerdo de Su Hijo se extenderá para ti más allá del corto tiempo que dure esa ordenanza sagrada; prometes recordarle siempre y testificas que estás dispuesto a tomar sobre ti el nombre de Jesucristo y que guardarás Sus mandamientos. Al tomar la Santa Cena y al hacer esos compromisos, estarás renovando tus convenios bautismales (véase Mosíah 18:8–10; D. y C. 20:37).
Al guardar esos convenios, recibirás grandes bendiciones. Al renovar el convenio bautismal que has hecho, el Señor renovará esa prometida remisión, de los pecados que hayas cometido. Ya limpio del pecado, puedes “siempre… tener su Espíritu con[tigo]” (D. y C. 20:77). La compañía constante del Espíritu es uno de los máximos dones que recibirás en la vida terrenal. El Espíritu te guiará por los senderos de la rectitud y la paz, dirigiéndote hacia la vida eterna con nuestro Padre Celestial y Jesucristo.
Se digno de tomar la Santa Cena
Todas las semanas, como preparación para la Santa Cena, dedica tiempo para examinar tu vida y arrepentirte de tus pecados. No tienes que ser perfecto a fin de tomar la Santa Cena, pero debes tener en el corazón un espíritu de humildad y arrepentimiento. Cada semana debes prepararte para esa sagrada ordenanza con un corazón quebrantado y un espíritu contrito (véase 3 Nefi 9:20).
Si te dispones a tomar la Santa Cena con la reverencia y la solemnidad que merece, ésta llegará a ser una oportunidad semanal para la introspección, el arrepentimiento y la renovada dedicación; constituirá una fuente de fortaleza y un constante recordatorio de la expiación del Salvador.