Perdón
Las Escrituras se refieren al perdón de dos formas: El Señor nos manda arrepentirnos de nuestros pecados y buscar Su perdón; también nos manda perdonar a los que nos ofendan o nos hagan daño. En la oración del Señor, Él nos aconseja pedir a nuestro Padre Celestial: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12).
Cómo buscar el perdón del Señor
El pecado es una carga muy pesada: provoca la nerviosidad que resulta del sentimiento de culpabilidad y la angustia de saber que hemos obrado en contra de la voluntad de nuestro Padre Celestial. Nos provoca un remordimiento persistente al comprender que, como consecuencia de nuestros hechos, tal vez hayamos lastimado a otras personas e impedido que nuestro Padre nos dé las bendiciones que ha estado dispuesto a darnos.
Por la expiación de Jesucristo, podemos recibir el perdón de nuestros pecados mediante el arrepentimiento completo y sincero. La vida pecaminosa ocasiona sufrimiento y dolor, pero el perdón del Señor nos brinda alivio, consuelo y gozo. El Señor ha prometido:
“He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (D. y C. 58:42).
“Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
Tú puedes experimentar ese milagro, ya sea que tengas que arrepentirte de pecados graves o de debilidades cotidianas. Tal como el Salvador rogó a Su pueblo en la antigüedad, nos ruega hoy:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
“porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30).
“¿No os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?
“Sí, en verdad os digo que si venís a mí, tendréis vida eterna. He aquí, mi brazo de misericordia se extiende hacia vosotros; y a cualquiera que venga, yo lo recibiré; y benditos son los que vienen a mí” (3 Nefi 9:13–14).
Si deseas una explicación de lo que es el arrepentimiento, fíjate en “Arrepentimiento”, páginas 19–23.
Cómo perdonar a los demás
Además de procurar el perdón de nuestros propios pecados, debemos estar dispuestos a perdonar a los demás. El Señor dijo: “Debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que no perdona las ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado. Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres” (D. y C. 64:9–10).
En las circunstancias cotidianas de la vida, seguramente serás ofendido por otras personas a veces sin querer y a veces intencionalmente. Es fácil volverse amargado o enojado o querer la venganza en esas situaciones, pero ésa no es la manera del Señor. Él aconsejó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). Él dio el ejemplo perfecto del perdón cuando estaba en la cruz. Refiriéndose a los soldados romanos que lo habían crucificado, rogó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Ora pidiendo fuerzas para perdonar a los que te hayan hecho daño. Abandona tus sentimientos de enojo, amargura o venganza. Busca en los demás lo positivo, en lugar de concentrarte en sus faltas y de magnificar sus debilidades; permite que Dios sea el juez de los hechos dañinos de otras personas. Tal vez sea difícil olvidar los sentimientos heridos, pero puedes lograrlo con la ayuda del Señor y te darás cuenta de que el perdón sana heridas terribles y reemplaza el veneno de la contención y el odio con la paz y el amor que sólo Dios puede dar.